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Ser mujer humaniza, hacernos alguien.

Hace ya varios meses una niña fue dejada en una hielera, en el norte del país, sí, en este país convulso, profundamente violento y cada día más sumido en la pobreza.
Un cuerpo abandonado, dejado, olvidado, al que poca gente podría interesarle que haya ahí un cuerpo de una niña indefensa, más allá de toda conjetura a la que esta sociedad le gusta practicar, tan sólo la imagen de la niña pequeña, desnutrida, al parecer según los datos de la necropsia con parálisis cerebral y sepsis pulmonar, que no alcanzo a crecer, aunque su cuerpo ya tenía entre 5 y 8 años, estaba ahí, en esa hielera.

Doloroso, terriblemente duro, me hace pensar, no en cuántas niñas han muerto por ser pobres, sino en cuántas están desnutridas, que no tienen casa ni pueden resguardase del frío, que son agredidas, explotadas laboral y sexualmente, esas niñas son víctimas de la falta de reconocimiento de sus derechos, de ser reconocidas como ciudadanas.

Me preocupa sobremanera que persista esta visión limitada y ofensiva sobre las mujeres, sobre las niñas en especial, que existen a la luz de las autoridades en tanto víctimas, no ciudadanas.

Esta idea de que eres vista como alguien que importa socialmente cuando estás en desgracia, desigualdad y vulnerabilidad, más no como ciudadana, una política pública perversa que durante muchos años se ha gestado y consolidado, construyendo una atención en tanto víctimas, y no como niñas y mujeres con derechos, los cuales deben ser garantizados y plenos, con programas y recursos listos para ser utilizados para ocuparse en mejorar no sólo la calidad de la atención sino todo lo que implica garantizar el bienestar total e integral, eso no existe, no ha cambiado, no es importante para este gobierno que se dice trasformador de la historia, porque en esta fase no están las mujeres, aunque tampoco lo estaban antes por decir lo menos.

Esta niña que fue encontrada en una hielera y estuvo tres meses en el semefo, y a la que se supone boletinaron a través de un retrato hablado para que sus familiares fueran por ella, una niña que no tenía nombre, que no tenía identidad, que era un olvido gubernamental, porque esto no es una casualidad, es el resultado de esta agobiante y desesperante deshumanización que agudiza la pobreza y que reproduce violencia, esa que impide que las niñas como está no sean NADIE, porque seguramente la gente que estaba a su lado antes de su fallecimiento tampoco era nadie, tuvo que dejarle para que entonces sí fuera alguien.

Tener un nombre, nos permite ser alguien, transformarnos en alguien, hacernos alguien, para ser cuidada y protegida, responsabilidad del Estado es que actúe para superar esa situación y reposicionarnos como sujetas con derechos y resarcir el daño que su omisión ha provocado.

Devastador me resulta que sólo así de esta manera en los medios de comunicación, se reconozca esta situación, contrariamente me resulta de suma importancia y reconocimiento que un grupo de mujeres, que da muestra de que las mujeres pueden trabajar juntas y consolidar metas pese a las diferencias incluso ideológicas y religiosas se organizaron para hacer todo un ejercicio ciudadano de exigibilidad para que la niña no fuera a fosa común, y fuera alguien, fuera Dulce María, y se le velera, se le enterrara, para que fuera alguien.

Es la ciudadanía y las mujeres quienes damos lecciones a los gobiernos, somos quienes hemos transformado verdaderamente este país, no sólo ponemos las muertas, también velamos por las vivas, las reconocemos, humanizamos a base de denuncias que la violencia no está bien, que esos monstros son humanos y que deben ser tratado como tal, aunque no lo queramos o podamos entenderlo, el asunto es cortarle de raíz el poder que ha construido gracias a la desigualdad, la injusticia y a la impunidad.

Desde aquí externo mi reconocimiento más profundo a esas mujeres que hicieron ese acto humano, ese acto político que rompe con la lógica del gobierno, a ellas deberían entregarles una medalla, no a los gobiernos que aglomeran una larga lista de ausencias, desapariciones, no localizaciones, y que no terminan de entender “qué sucede” y por qué nos da tanta rabia, será que nosotras si entendemos que necesitamos ser colectivas para estar protegidas, que necesitamos más que nunca procesos moleculares que nos regresen el descanso y sueño profundo de un espacio son violencia, sin pandemia, sin muerte.

Nos deben mucho, demasiado, ahora más que nunca hay que decirlo y gritarlo, fuerte, en casa, en la cama, en la calle, ya no más, ya no más, no seremos las mujeres la que pongan las muertas, seremos las que pongan en las rejas a quienes no entiendan que violar, violentar, matar, no es poder es cobardía.

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