“La nueva fuente del poder no es el dinero en manos de pocos, sino la información en manos de muchos”. John Naisbitt
El drama de la inflación se vuelve real cuando la quincena ya no nos alcanza para cubrir nuestras necesidades básicas o cumplir con los compromisos financieros que hemos adquirido. Si bien en estos momentos no estamos en situaciones como hace 35 años con niveles de inflación que superó el 150% anual, el aumento de los precios de la canasta básica está ya cercano a los dos dígitos. Pero además, no todo es canasta básica y mucho sí es indispensable o inevitable, como es el caso de los medicamentos, cuyo incremento acumulado se prevé que llegue al 70% a finales de este año.
Nadie saldrá ileso de este periodo inflacionario, por lo que conviene tomar previsiones para amortiguar el golpe a nuestros bolsillos. Si me permiten, apreciables lectores, comparto con ustedes algunas sugerencias para no salir tan raspados.
Lo primero, es tomar control de nuestras finanzas personales. Si no tenemos el hábito de llevar un presupuesto y registrar nuestros gastos, es momento de hacerlo. Tomar consciencia de nuestra situación financiera nos empodera para tomar decisiones que nos permitan sanear nuestras finanzas.
Comparar lo que planeamos gastar con lo que efectivamente erogamos, nos posibilita descubrir hábitos que pueden representar una fuga importante y que no alcanzamos a ver, como suele ser el adquirir productos y servicios de gratificación inmediata, como alimentos indulgentes, participación en juegos de apuesta o compra de acceso a entretenimiento como juegos, música o videos. Hacer este comparativo también nos permite reevaluar nuestras prioridades en el gasto y nuestro estilo de vida, plantearnos metas y revisar si lo que estamos haciendo actualmente para obtener dinero y la forma en que lo gastamos, nos acercan o nos alejan de ellas.
Conocer nuestra estructura de gastos nos permite evaluar el riesgo de nuestras finanzas personales ante la inflación. Al analizar nuestros gastos, es importante analizar qué porción de nuestros ingresos consume cada grupo de necesidades. Si el mayor porcentaje de nuestros gastos está en rubros de subsistencia básica (alimentos, luz, vivienda, salud y transporte), la sensibilidad de nuestra cartera a la inflación se vuelve muy alta, pues el incremento de los precios rápidamente se comerá a los otros conceptos (educación, diversión, vestido y ahorro, por ejemplo) y mermará nuestra calidad de vida en el futuro próximo y lejano. Dar seguimiento a esta estructura de gasto permite responder con rapidez ante los cambios que pueden darse en los próximos meses.
También resulta vital generar ahorro para hacer frente a imprevistos, que en tiempos de inflación, pueden convertirse en una debacle financiera familiar. Sé que en estos momentos, estimado lector, está usted pensando: si no me alcanza, ¿cómo quieres que ahorre? Adoptemos la estrategia que muchas empresas emplean en épocas de inflación, de las cuales con frecuencia no nos damos cuenta: adquirimos los mismos productos a un precio similar, pero con menor contenido. Revise algunos productos empaquetados de consumo básico (arroz, frijol, aceite) o incluso, botanas y refrescos, y verá el truco. Pero bueno, mi invitación es hacerlo a la inversa. A nivel mundial, las personas desperdiciamos hasta un 30% de los alimentos que compramos: terminan en la basura como fruta y verdura echada a perder, como botes y tazas de sobras de la comida que guardamos en el refrigerador con la idea de consumirlos posteriormente hasta que son cubiertos por hongos y bacterias o como frascos y latas caducados. Observemos la cantidad de alimentos que desperdiciamos y conscientemente compremos menos. Su bolsillo y el planeta se lo agradecerán.
Recordemos también los días en que no había gasolina disponible derivada de la supuesta lucha contra el huachicoleo. Quienes contaban con vehículo propio, tomaron decisiones como hacer rondas compartiendo la travesía con compañeros de escuela o trabajo, disminuyendo así el consumo de combustible.
Ahora, se avecina la temporada de fin de año, que se caracteriza por un aumento en el consumo derivado de la recepción de gratificaciones anuales y festejos navideños. De sobra sabemos que los consumidores somos muy susceptibles a tomar decisiones emocionales en nuestras compras. De hecho, esto es un fenómeno que los estudiosos de la economía ya han incluido en las variables de análisis en el consumo y todo lo que se deriva de ello. Es momento de tomar conciencia y reflexionar con cautela sobre cómo gastar el dinero en estas navidades, sin dejarnos presionar la temporalidad de las ofertas del buen fin, por ejemplo. A este respecto, estimados lectores, por favor, eviten las compras a crédito, los meses sin intereses pueden convertirse en una condena, pues al sumarse al resto de compras, la deuda tiende a capitalizarse y las tasas de interés en tarjetas de crédito están desbordadas.
Uno de los efectos más duros de la inflación, es la polarización de la riqueza: los ricos más ricos, los pobres más pobres, y una clase media evaporada. Volviendo al tema de los pactos sociales, como consumidores podemos retomar acciones que aprendimos durante la pandemia, como optar por prácticas solidarias como preferir comprar a productores y comerciantes locales, para apoyarlos a su subsistencia y que nadie se quede atrás en esta ola inflacionaria.
Las políticas públicas efectivas para el control inflacionario son necesarias para los macroindicadores, pero como sucedió durante la crisis sanitaria durante la pandemia, las decisiones cotidianas de cada uno de nosotros, las y los ciudadanos, fue lo que determinó cómo navegar a través de ella. Tomemos también decisiones conscientes para enfrentar este periodo inflacionario pensando en cómo nuestra forma de gastar, impacta a los demás y a nuestra economía común.
