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Nudos de la vida común. La historia que no se cuenta

La historia cuenta lo que sucedió; la poesía, lo que debía suceder

  • Aristóteles

No se tomen, estimados lectores, el título de esta edición como publicidad engañosa, por favor. Este nudo no se trata de revelar secretos sórdidos de personas famosas ni influyentes, sino de algo que considero mucho más importante: las historias de cada uno de nosotros y nosotras.

La vida está tejida de relaciones, con personas que amamos, con otras que admiramos, con algunas que construimos, otras que apenas toleramos y por ahí habrá algunas que abiertamente nos producen desagrado y rechazo.  Cada vez que interactuamos con una persona, estamos tocando su historia y muchas veces, es ésta la que responde, la que corre a nosotros en busca de un abrazo, un consuelo o una esperanza, o la que nos grita y muerde para que no osemos entrar en ella.

Nadie sale ileso de la vida. A todas las personas, unas desde pequeñas, otras conforme va creciendo nuestra talla, la vida se nos rompe y nos resquebraja interiormente. Ciertamente, hay quienes logran construir una armadura para blindarse y recorrer con ella la existencia. Sin embargo, la intemperie termina por hacer estragos y vuelve la coraza gris, anquilosada y muy pesada para el andar, y al final del día, la historia sigue ahí, aunque nuestra mirada no logre traspasar lo suficiente para darnos cuenta de ella.

Hay otras personas, que por el contrario, desgarran sus vestiduras para enseñar sus llagas. Hay quienes nos enganchamos y corremos asumiendo que podemos hacer algo por sanarlas, cual oportunidad de convertirnos en un redentor respondiendo desde nuestra propia historia. Así, con frecuencia terminamos crucificados, pues en realidad, caemos en una trampa que no es más que un mecanismo de defensa del otro, donde si él sufre, los demás deben padecer por él, recuperando con ello un poco de control al conducir a alguien más a vivir su propia miseria.

También existen personas que galvanizan su historia, viviendo siempre desde la alegría y la felicidad. Su muralla es un verdadero arco iris donde todo se ve de colores y se constituyen en una fuente de ánimo para los demás, típicamente a costa de ignorar esa historia que nadie cuenta.

De la misma manera, hay quienes optan por voltear el rostro a su historia, y adquieren la habilidad de adoptar y adaptarse a la historia de los demás. Con la sagacidad de un camaleón, empatizan y se comprometen con la visión del otro, alejando su atención de sí mismos y callando su llanto interior.

Las historias que no contamos son reales, pues es la percepción que cada uno de nosotros tuvo de los eventos que sucedieron en nuestra vida.  Por supuesto, que cada uno en su momento pudo asimilarlo de manera distinta, pero a cada quien le duele de manera distinta. Lo saludable y sensato es que al llegar a la edad adulta, cada quien pueda reenfocar la perspectiva de su propia historia y sanarla, con consciencia del impacto que tiene en su propia vida y en la de los demás.  De hecho, de ello depende gran parte de nuestra salud mental.

Sin embargo, entre más amplio sea el círculo de influencia de una persona, resolver la integración positiva de nuestro pasado no es una opción, sino que se convierte en un imperativo. Padres y madres de familia, educadores, jefes en centros laborales, líderes sociales, y no se diga, servidores públicos de todos niveles, necesitan tomar consciencia de su propia historia y trabajarla para transformarla en una fortaleza y así estar en condiciones de tener un verdadero impacto positivo en su entorno. No hacerlo, tiene un costo altísimo, pues el impacto siempre se dará, solo que puede ser no solo limitante, sino incluso destructivo.

Hacerse responsable de sí mismo,  significa todo un nuevo nivel de madurez, pues equivale a dar un salto cuántico de nuestra propia realidad hacia una nueva y desconocida. Implica romper esa inercia personal y colectiva donde se ha normalizado el estar mal consigo mismo y con los demás y donde la mediocridad es aceptable como estándar.

Todos los mecanismos de protección de nuestra propia historia que hemos mencionado, son puramente humanos, por lo que no merecen ningún juicio, sino más bien ser honrados tanto por sus titulares como por quienes los atestiguamos. La sanación es un proceso individual que está en manos de quien porta la herida. Lo que nos toca, como miembros de nuestra vida común, y desde la posición que nos toque jugar, es pisar suave al pasar por la vida de los demás.

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