¡Qué pronto se fue la empatía! Cuando inició la pandemia y nos quedamos encerrados en casa, sabíamos que la inevitable medida afectaría a la economía, pues las empresas se quedarían sin ingresos y que habría muchas personas despedidas de sus trabajos. Y así fue. El saldo en 2020, según el INEGI, fueron 12 millones de empleos perdidos. Si bien es cierto, que según la misma fuente, se recuperaron un poco más de diez millones de puestos de trabajo hacia los primeros meses de 2021, de todas formas hablamos de dos millones de familias que aún siguen sin una fuente de ingresos.
Esa no fue la única forma de desamparo hacia los trabajadores. Seguramente, amables lectores, ustedes han de conocer también casos de personas que no perdieron su empleo, pero que se vieron obligados a negociar una disminución en su sueldo con la esperanza de mantenerlo. De esto no hay cifras oficiales, pues por un lado, es una práctica ilegal y por otro, muchos de los salarios ya eran declarados ante el IMSS por una cantidad inferior a la real.
En aquellos días, lamentábamos todas estas pérdidas y el llamado era a la solidaridad y la empatía para fortalecer a la pequeña y mediana empresa, para conservar el empleo y mantenernos todos a flote. La exhortación era a comprar local para así frenar la mortalidad empresarial.
Ciertamente, los bancos de manera inédita, pusieron de su parte apoyando a las empresas y a los cuentahabientes con periodos de gracia para que pudieran sobrevivir los duros meses de cierre. No así el gobierno federal, que dijo que ayudaría a la población de manera directa, cosa que tampoco sucedió.
Paradójicamente, para frenar la pandemia, fue más fácil poner una vacuna en el mercado a que la población aprendiera dos sencillas cosas: usar cubrebocas y mantener sana distancia. Fue la incredulidad ante la gravedad de la situación lo que hizo que esta pandemia se prolongara tanto, con un número que ha triplicado el escenario catastrófico de mortandad que pronosticó López Gatell al inicio de la emergencia sanitaria.
El golpe ha sido muy duro y la fractura social sigue abriéndose. Ha surgido el turismo de vacuna, en el cual las personas con mayor poder adquisitivo están viajando al extranjero para recibir la protección del inoculante. Muchos de ellos, son esos empresarios que clamaban la ayuda del gobierno para mantener sus negocios. Ahora que la vacuna está disponible para sus trabajadores -según su grupo de edad-, se niegan a concederles permiso para asistir a recibir sus dosis, pues no quieren disminuir su productividad. En el mejor de los casos, les han cambiado el día de descanso por la fecha en que les toca la aplicación, o lo conceden a cuenta de vacaciones. Cuando no ha quedado de otra, autorizan a regañadientes la salida del trabajador con la exigencia de reincorporarse inmediatamente a sus labores, sin importar que se presenten los comunes efectos secundarios de la vacuna.
La reapertura de negocios se ha hecho con medidas de control sanitario por demás relajadas. Los clientes pueden decidir ingresar a un negocio según su percepción de la peligrosidad de contagio del local, más no así los trabajadores. Ni qué decir de la ausencia de planes de los centros laborales para apoyar a los padres de familia trabajadores que ante el cierre de escuelas no han tenido más opción que dejar a sus hijos solos en casa, dependiendo de la buena voluntad – esperemos – de algún familiar o vecino que les eche un ojo de vez en cuando.
¿Y qué cree, amigo empresario? Que esos trabajadores van a salir a votar el próximo 6 de junio, y con una fuerte probabilidad, lo harán por el partido actualmente en el poder. Desde su privilegio, el juicio será que lo harán por ignorancia, pero no es precisamente así. Lo harán en contra de la realidad laboral que viven. Votarán en contra de un sistema donde el salario es insuficiente para atender sus necesidades familiares y donde el abuso y desprecio al trabajador es continuo, pues es considerado un ser inferior que no merece vivir dignamente. Donde en vez de recibir lo que corresponde, depende de las migajas que el gobierno le avienta en forma de subsidio (guarderías, becas, pensiones, vivienda, con un largo etcétera dependiendo del panorama electoral). Un plan maquiavélico perfecto que mantiene control social, pues por un lado es la válvula de escape que alivia la insuficiencia de los salarios en el país y por otro, manipula la gratitud y la convierte en el sostén del poder.
Es claro que el partido en el poder es incompetente de cabo a rabo, pero se maneja con astucia con la masa votante: manejó con torpeza la pandemia, dejó a las empresas a su suerte, éstas respondieron despidiendo a sus colaboradores o recortando salarios, empeoró la economía, el gobierno como héroe trae la vacuna y el empresario obstaculiza su aplicación con su negativa a apoyar a que sus trabajadores acudan a vacunarse. ¿Quién resultó el malo de la historia? El empresario. Nadie le ayudó, solito dejó que la pandemia le cayera al Presidente de la República como anillo al dedo.
Con la falta de empatía hacia el trabajador, el empresariado se está convirtiendo en el mejor promotor del voto por el partido en el poder, fortaleciendo su hegemonía. ¿Queremos derrocar la incompetencia en la cúpula gubernamental? Dejemos de ser el motivo de indiferencia social, injusticia e inequidad.
