Morelia, Mich,.-Aunque el Día del Padre no convoca a tantas personas como el Día de la Madre, este domingo el Panteón Municipal de Morelia fue testigo de homenajes entrañables, comidas en familia, cervezas compartidas y música que llenó de vida las tumbas de padres que, en vida, fueron el pilar de sus hogares.
“Mi papá va a cumplir tres años de fallecido, y era muy alegre, muy amable, muy querido por la gente”, relata Alondra, hija de Rodolfo Mejía, rodeada por su madre y sus siete hermanos. Frente a su tumba, adornada con flores y acompañada de una bocina que reproduce canciones alegres, la familia comparte cervezas, queso, tortillas y dulces típicos, como él solía disfrutarlo.
“Somos una familia muy unida gracias a él, a cómo él era con nosotros”, agrega Alondra con la voz entrecortada. “Lo mejor que me dejó mi papá fue mi familia.”



Su hermana mayor, María Guadalupe Mejía, también lo recuerda con emoción: “Si él tenía, le gustaba dar. Era muy querido por nosotros. Nos decía que fuéramos un roble, que no nos dobláramos, aunque él estuviera mal. No le gustaba que lo viéramos sufrir.”
A pesar de la tristeza, los Mejía celebran este día como él lo habría querido: con alegría, con unión, con amor. “Siempre le celebrábamos el Día del Padre. Le gustaba mucho, era un hombre alegre. Y aunque ya no está, seguimos viniendo a festejarlo”, concluye María Guadalupe.
A unos metros de ahí, las hijas de Hilario Páramo Martínez enfrentan su primer Día del Padre sin él. Falleció hace apenas cinco meses. “Fue un gran padre, un gran hombre, un gran ser humano. Todo nos dejó de lo mejor”, dice Ana Berta Páramo Garibé, una de sus hijas.


“En vida siempre le celebrábamos el Día del Padre. Era muy alegre, le gustaban mucho sus plantas, estar en casa. Nos enseñó mucho. Hoy venimos todos a acompañarlo, hasta que nos saquen”, agrega con una sonrisa nostálgica.
Aunque la afluencia en el panteón no se compara con la del 10 de mayo, los pasillos se llenaron de familias que llegaron a rendir homenaje con flores, música, y lo que a ellos más les gustaba: una cerveza fría, un caldo de espinazo, una conversación en voz baja frente a la lápida.



Los puestos ambulantes no faltaron: vendieron desde veladoras y flores hasta paletas y quesadillas, sabiendo que aún hay quienes no dejan pasar la fecha. Porque aunque ellos ya no estén físicamente, siguen siendo recordados como los hombres que dieron todo por sus hijos.
“Nos dejó lo más valioso: la familia”, repite Alondra, con los ojos llenos de recuerdos.