“La innovación es profundamente humana y plenificante, pues responde a la naturaleza evolutiva de la persona”
Estrenamos calendario. Este corte civil que hacemos en el tiempo, significa para muchos la esperanza de que la historia personal de vida se reinicie, pero para otros, es el contemplar el paso de los años sin respuestas al sentido de la misma. La magia está en la decisión que tomemos: que la vida nos transite o que nosotros caminemos la vida. En el primer escenario, somos espectadores y abrimos los brazos confiando en que algo o alguien nos regalará lo bonito de la vida. En el segundo, nos damos la oportunidad de hacer nueva nuestra vida.
Desde nuestra biología, nuestras células se regeneran continuamente. Desde nuestro intelecto, nuestras capacidades claman por ser desarrolladas siempre un poco más. Desde nuestra afectividad, nuestros corazones anhelan conexiones más fuertes y significativas cada vez. Para las personas, lo natural es la evolución, el cambio, hacer nuevos un día y el otro también. Por eso, la innovación es una pulsión de vida que penetra todos los ámbitos.
La innovación tiene dos fuentes. Podemos introducir algo desde el exterior o bien, extraer lo que está en nuestro interior.
En lo social, podemos observar la forma en que viven otras culturas y seleccionar buenas prácticas y hábitos positivos e incluirlos en nuestra vida común. Por ejemplo, hay países donde el medio de transporte por excelencia es la bicicleta, con beneficios tanto para el medio ambiente, como para la salud individual y la convivencia comunitaria. Favorecer esta práctica podría ser una innovación social interesante que muy probablemente detonaría cambios en otras áreas de nuestras vidas.
De la misma manera, podemos explorar nuestras propias costumbres y tradiciones y resignificarlas. Por ejemplo, podríamos dejar de ver las artesanías como mero folklore e incorporarlas orgullosamente en nuestro estilo de vida, prefiriendolas sobre los productos industriales. También podemos hacer barrio y favorecer a nuestro vecino comerciante, beneficiarnos de un producto local que contamina menos y hacer comunidad a la vez, en lugar de consumir con estándares globalizados.
En la empresa, innovar desde el exterior es una excelente práctica. Salir al mundo, conocer cómo otros satisfacen las necesidades que nosotros atendemos, es una fuente rica de ideas para innovar, para crear nuevas soluciones para nuestros clientes, más amables, más eficientes, más baratas y hasta más rentables. Pero el interior de la empresa es el verdadero manantial de innovación. En el recuento de capital humano, material, tecnológico y social que tiene la empresa, invariablemente se descubren capacidades subutilizadas o bien que pueden ser replanteadas para crear valor innovando con lo que ya tenemos.
De la misma manera, la innovación personal es ilimitada. Desde el exterior podemos inspirarnos en tantas personas con las que convivimos cotidianamente. Simplemente es observar en ellas sus acciones y actitudes diarias, y todo lo positivo que veamos en ello y que nos resuene, es una alerta de una potencialidad nuestra. También existen incontables libros e historias que pueden impactar nuestras vidas, sacarnos de la comodidad de nuestra visión de túnel y enriquecernos moviéndonos a la zona de crecimiento. Como dice Benjamín González Buelta, SJ, “crecer significa experimentar el no saber y movernos hacia lo desconocido… es surgir siempre desde lo más hondo de sí mismo y empezar en cada etapa una trayectoria que nunca antes ha sido recorrida”. Eso es reinventarse a uno mismo a partir de los recursos internos que ya poseemos, pero que quizás no hemos movilizado o no hemos visto.
El inicio de un año civil es potencialmente una nueva etapa, un nuevo camino por andar. Pero solo será verdaderamente nuevo, si nos hacemos nuevos a nosotros mismos. Les deseo, apreciadísimos lectores, un nuevo tú para un nuevo ciclo. Muchas felicidades.
