La historia de la democracia en México está desarrollando un círculo vicioso: de un partido hegemónico que si no ganaba, arrebataba, a otro que logró sacarlo de Los Pinos, pero que nos quedó a deber.
Desilusionados, los mexicanos fuimos a votar por el menos malo – el más guapo, decían muchos, y regresamos a los viejos patrones. Nos prometieron esperanza en un mesías que sólo vino a sembrar odio en nuestros corazones, poniéndonos a todos a la orilla del abismo de un nuevo escenario del todopoderoso.
Se dicen nacionalistas, y maquiavélicamente traicionan aquellos ideales que aprendimos cantando en los actos cívicos de los lunes en la primaria: la discordia vencida, no más contienda entre hermanos, unión, libertad…
El constante discurso sobre los adversarios, la justificación propia en los errores de los demás, y lo peor, una política pública que desampara a aquéllos que prometieron poner en primer lugar, nos ha dividido al punto de no ver, no sentir y no escuchar al otro, pero sí descalificarlo y verlo como el enemigo al que hay que destruir. Y esto es en ambos sentidos: fifís y chairos responden desde las entrañas, cerrando la puerta al diálogo razonado y que unifica.
Sé que de hecho nunca hemos alcanzado esos sueños de solidaridad y hermandad, pero hoy, estimado lector, saldremos a votar unos en contra de los otros. Una verdadera vergüenza social.
Nadie sabe definir lo que es la 4t, pero sus seguidores desean no regresar al pasado, sin darse cuenta que estamos caminando en círculo e irónicamente, en reversa. Los detractores desean romperlo, pero torpemente en lugar de convocar a la reconciliación en un proyecto de nación sólido e incluyente, caen en el mismo patrón acusatorio etiquetándolo de ignorancia.
Uno y otro bando desean lo mismo: paz y bienestar. El problema es que falta completar la frase con un “para todos”.
En las inminentes elecciones, no habrá ganadores. Todos saldremos perdiendo. Perdemos nuestra nación, nos descarrilamos de nuestra distintiva solidaridad, destruimos los lazos de una historia incomparablemente rica y nos extraviamos ante la ausencia de un propósito común.
Las votaciones traerán un resultado que proclamará a unos vencedores y a otros vencidos. Unos crecidos en soberbia y otros hinchados de furia. Pero en realidad, la verdadera vencida, será nuestra Patria. Nada deseo más vehementemente en este momento que equivocarme, pero este ejercicio del sufragio nos dejará más resquebrajados que nunca.
Pero les comparto, amables y pacientes lectores, una tímida esperanza: un voto nutrido.
Si en esta jornada electoral, realmente nos involucramos todos y todas, y salimos a votar, expresando nuestro sentir, estaremos despertando nuestra conciencia cívica y esa puede ser la simiente de una nueva era, donde pese a ser animados por el encono y el miedo, dejemos atrás la apatía y la indiferencia que nos trajo al punto donde hoy nos encontramos como país, y asumamos la responsabilidad por nuestra vida común.
La ruta se vislumbra dolorosa y desesperante, pero quizás con una ciudadanía más participativa, en algún punto nos reencontremos e iniciemos un diálogo por la reconciliación social, el bienestar común y la paz.
