No veas la puerta quemada: escucha en su crujir el dolor y la impotencia
Hoy no hay nudo. En la tragedia del asesinato de Jessica no hay nada por entender ni nada por desenredar. Hoy estamos de luto en el alma. La vida de una jovencita de 21 años se extinguió de manera terriblemente dolorosa, injusta y absurda. Con Jessica, hoy todos morimos un poco. Murió lo que quedaba de nuestra ilusoria seguridad, murieron los restos de nuestra tranquilidad ya de antaño fragmentada. Y ojalá haya muerto de manera definitiva nuestra indiferencia y apatía.
El feminicidio es real. Camina por las calles, justo junto a cada una de nosotras. Jessica dejó de respirar en manos de un joven que presuntamente hizo uso de su fuerza física para someterla porque en ella vio “solo una mujer”.
Hoy queda un hermano destrozado que nos hizo ver que su pérdida, es nuestra pérdida, que esto nos puede pasar a todos… en cualquier momento. Un joven que del miedo, de la desesperación, de la angustia y de la tristeza sacó fortaleza para convocar a toda la sociedad a la solidaridad, para pedir ayuda y tocar las fibras más sensibles de nuestra alma y nos hizo resonar su pena.
Hoy queda una madre y un padre llorando a su hija, a la pequeñita que arrullaron en sus brazos y a la que criaron con amor. Les despedazaron sus ilusiones por ver sus éxitos y sus luchas, de escucharla cantar para sus pequeños alumnos, de compartir con ella la alegría de su primera clase presencial frente a grupo. Les arrebataron todas esas navidades por pasar con ella y celebrar la vida juntos.
Hoy quedan sus primas, jovencitas igual que ella, sacando toda la entereza y coraje desde lo más profundo de su corazón para buscarla donde fuera necesario: pegando volantes, poniendo mantas, llamando a la unidad ciudadana para lograr su aparición… Queda el hueco en sus corazones, la impotencia, las noches sin dormir y su compromiso por que no haya ni una más.
Hoy queda el enojo social. Nos queda el habernos visto reflejados en el dolor y tristeza de esta familia. Y que no se nos olvide. Así como hoy nos reunimos para clamar justicia y llorar juntos, es momento de guardar respeto y honrar esta vida perdida, caminando en esta misma unidad hacia la construcción de una sociedad libre de machismo y de violencia, donde dejemos de criar asesinos en potencia. Donde no haya padres, amigos y maestros que frente a sus narices se cocinen asesinos en potencia. Donde la feminidad nunca vuelva a ser más sinónimo de inferioridad, ni de utilitarismo.
Como padres y madres, no debemos cerrar los ojos ante lo que viven nuestros hijos. ¿Qué tuvo que haber pasado, visto, escuchado, experimentado, tomado, una persona de 18 años para ser capaz de asesinar con sus propias manos? Debemos estar atentos al comportamiento de nuestros hijos, ver más allá de sus actitudes, acompañarlos en procesar sus heridas, frustraciones y dolores, para que no devengan en vicios. Y debemos detener los micromachismos de inmediato.
Como amigos, de cualquier edad, debemos entender que el verdadero lazo se construye cuando somos capaces de ver al otro y corregir e invitar al cambio. Nadie mejor que un joven para influir en otro joven. Que esta capacidad sea para lo positivo, siendo testigos activos para prevenir cualquier conducta de riesgo.
Y por favor, colegas maestros, no volvamos a decir que la educación viene de casa y que en la escuela solo enseñamos conocimientos. Eso es la peor irresponsabilidad. Si observamos un niño, una niña, un joven, una jovencita, que da señales de conducta de riesgo, por supuesto que nos toca hacer algo. Quizás seamos el único adulto responsable a su alrededor. No debemos ser solo ejemplo: debemos acompañar e inspirar una comunidad de paz. No podemos ser indiferentes y cerrar los ojos.
Hoy es momento de entender que el pensar diferente no es motivo para desmarcarnos de nuestra responsabilidad como sociedad y dividirnos. Creer que nosotros somos los buenos y los demás los malos es la mejor forma de excusarnos de nuestra responsabilidad, pues en la negación de nuestras luces y sombras humanas cerramos la puerta a la comprensión y a la compasión por el otro, con todo lo distinto que es de mí. ¿Cómo puedo construir la paz si ignoro la herida del otro?
No es momento de sembrar odio. Es momento de comprender el enojo y el dolor colectivo y validarlo, aún cuando tengamos creencias distintas. Si coincidimos en lo esencial, todo lo demás lo podemos manejar. Y lo esencial hoy es respetar la dignidad de todos y todas.
Nos une una realidad: la violencia hacia la mujer. Eso es lo que nos congrega en torno a Jessica. Los terribles momentos que pasó, cuentan la historia de cada una de nosotras. No hay una sola mujer que haya llegado a la edad adulta sin haber sido víctima del machismo en alguna forma: desde la represión de su expresión femenina, los comentarios soeces, los toqueteos en transporte público, la difusión de fotografías íntimas, la discriminación laboral, la manipulación psicólogica y económica, la violación sexual y hasta la agresión física. Y todo es igual de grave, pues se convierte en una normalización con las consecuencias que hoy lamentamos.
Por supuesto, la impartición de justicia es imperativa. Ésta no va a quitar el dolor. Ni siquiera será consuelo, pero al menos será garantía de que el asesino de Jessica no tomará otra vida en sus manos. Que su vida se consuma tras las rejas debe ser el castigo ejemplar para que nadie más se atreva a hacerlo. Y eso le toca a las autoridades. Pero cambiar nuestra cultura nos toca a todos y todas.
Hoy la descomposición del tejido social nos abofetea la cara. Que Jessica sea suficiente motivo para enmendarlo. Hoy no hay nudo.
