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Urbanópolis. Resiliencia hídrica

En el año 2018 el mundo vivió una de las noticias más aterradoras; una de las mayores sequías en la historia del continente africano había dejado a la presa Theewaterskloof a un 12% de su capacidad, por lo que las autoridades determinaron que sólo se garantizaba el vital líquido para Ciudad del Cabo hasta el 22 de abril de ese año. Esta ciudad con poco más de 4 millones de habitantes, desde enero comenzó a alertar a la población, el consumo diario se redujo a 50 litros por persona por día. Durante meses, las estrategias fueron múltiples, se obligó a todos a instalar medidores de agua y la multa para quien no lo instalara era de hasta 700 euros; aumentó el precio del agua, se prohibió lavar coches y regar jardines. También se lanzaron campañas publicitarias e informativas en las que se mostraba el consumo medio de agua de cada persona.

Se logró el objetivo y se evitó el colapso de la ciudad más allá del 22 de abril; el sector agrícola, al ceder el vital líquido para el consumo de la ciudad fue el más afectado, se perdieron 30,000 trabajadores y la recuperación del sector llevó entre 5 y 7 años. En la actualidad las presas que abastecen la ciudad se encuentran a un 60% de su capacidad, continúan las restricciones de consumo y uso del agua. De los posibles escenarios se establecieron cinco distintos niveles, y hoy se encuentran en el uno, el más bajo, en buena medida porque la población aprendió a hacer un uso mucho más racional del agua.

Aunque el referente más reciente en el contexto nacional es lo acontecido en Monterrey y menciono el caso de Ciudad del Cabo, porque fue lo primero que vino a mi mente cuando, la semana pasada escuché por parte de funcionarios de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) que durante los meses de marzo, abril y mayo se prevé que la Ciudad de México tendrá 24% menos agua potable procedente del Sistema Cutzamala, por lo que será una temporada difícil para los habitantes de esta zona metropolitana, que es la más poblada del país.

La explicación que se da por parte de CONAGUA es muy lógica y consecuente con las condiciones climáticas de todos conocidas: “la sequía presente en el centro y otras regiones del país mantiene a las presas del Sistema Cutzamala con un almacenamiento del 49.4%, un porcentaje muy por debajo de la media histórica”. Esto traerá como consecuencia que en la temporada de calor la Ciudad de México recibirá desde el Sistema Cutzamala 8 metros cúbicos de agua por segundo, en lugar de los 10.3 metros cúbicos por segundo que se suministran habitualmente.

Aunque las autoridades señalan que no se trata de una emergencia, reconocen que será una sequía muy severa, por lo que las medidas propuestas comienzan a alarmar a la población. Para distribuir equitativamente el agua potable disponible se reducirá el abasto en alcaldías del poniente, para que las del centro, sur y oriente tengan mayor disposición. Los habitantes de las alcaldías del poniente recibirán agua tratada para el riego de sus jardines, pues estará prohibido el riego con agua potable. Se espera concertar con las industrias que operan pozos cuánto líquido pueden aportar para el consumo humano sin poner en riesgo su producción. Además, se anunció la instalación de un Gabinete Permanente metropolitano para la coordinación de las acciones.

Lo que acontece en la CDMX no es otra cosa que el escenario al que, en mayor o menor medida, se comienzan a enfrentar todas las ciudades del mundo, como consecuencia de los efectos de la Crisis Climática actual. Se trata de lo que se ha denominado resiliencia hídrica, y se define como la capacidad que necesitamos lograr para adaptarnos a la nueva situación de estrés hídrico en el que vivimos, pero no de forma coyuntural, sino como un aspecto que se asuma con normalidad, desde las estructuras de gestión del agua y medidas que permitan garantizar la existencia y continuidad de nuestras ciudades de manera sostenible.

Hasta hace poco la resiliencia hídrica se limitaba a prepararse para eventos extraordinarios; es por demás evidente que el cambio climático es el principal factor que está afectando de manera importante el ciclo del agua. Se estima que el número de personas en riesgo debido a inundaciones alcanza los mil 200 millones, y que la población actualmente afectada por el deterioro de la Tierra y la sequía asciende a mil 800 millones de personas. Hoy en día, la resiliencia hídrica, significa cambiar nuestra relación con este vital líquido y hacer uso de nuevas herramientas y enfoques innovadores que garanticen un uso más eficiente, evitar su desperdicio, eliminar riesgos de contaminación, garantizar su accesibilidad aún para aquellos sin recursos económicos, y procurar la recarga de los mantos acuíferos, etc.

De acuerdo con CONAGUA, en México, aproximadamente 10 millones de personas no tienen acceso a agua, y muchos de quienes cuentan con el servicio, desconocen su calidad o no la reciben de manera continua. Además, la ONU estima que para el 2050 el clima en México será entre 2 y 4 grados más cálido, y se predice una reducción de la precipitación pluvial de entre 10 y 28%.

Bajo este panorama, resulta impostergable que todas las ciudades comiencen a instrumentar acciones tendientes a modificar las condiciones actuales de consumo y distribución del agua potable, con plena conciencia de la vulnerabilidad implícita en las fuentes de abastecimiento, así como en lo referente al tratamiento de aguas residuales y su reutilización. De esto dependerá en gran medida la capacidad para garantizar la calidad de vida de sus actuales y futuros habitantes.

Urbanópolis

Resiliencia hídrica

Salvador García Espinosa

En el año 2018 el mundo vivió una de las noticias más aterradoras; una de las mayores sequías en la historia del continente africano había dejado a la presa Theewaterskloof a un 12% de su capacidad, por lo que las autoridades determinaron que sólo se garantizaba el vital líquido para Ciudad del Cabo hasta el 22 de abril de ese año. Esta ciudad con poco más de 4 millones de habitantes, desde enero comenzó a alertar a la población, el consumo diario se redujo a 50 litros por persona por día. Durante meses, las estrategias fueron múltiples, se obligó a todos a instalar medidores de agua y la multa para quien no lo instalara era de hasta 700 euros; aumentó el precio del agua, se prohibió lavar coches y regar jardines. También se lanzaron campañas publicitarias e informativas en las que se mostraba el consumo medio de agua de cada persona.

Se logró el objetivo y se evitó el colapso de la ciudad más allá del 22 de abril; el sector agrícola, al ceder el vital líquido para el consumo de la ciudad fue el más afectado, se perdieron 30,000 trabajadores y la recuperación del sector llevó entre 5 y 7 años. En la actualidad las presas que abastecen la ciudad se encuentran a un 60% de su capacidad, continúan las restricciones de consumo y uso del agua. De los posibles escenarios se establecieron cinco distintos niveles, y hoy se encuentran en el uno, el más bajo, en buena medida porque la población aprendió a hacer un uso mucho más racional del agua.

Aunque el referente más reciente en el contexto nacional es lo acontecido en Monterrey y menciono el caso de Ciudad del Cabo, porque fue lo primero que vino a mi mente cuando, la semana pasada escuché por parte de funcionarios de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) que durante los meses de marzo, abril y mayo se prevé que la Ciudad de México tendrá 24% menos agua potable procedente del Sistema Cutzamala, por lo que será una temporada difícil para los habitantes de esta zona metropolitana, que es la más poblada del país.

La explicación que se da por parte de CONAGUA es muy lógica y consecuente con las condiciones climáticas de todos conocidas: “la sequía presente en el centro y otras regiones del país mantiene a las presas del Sistema Cutzamala con un almacenamiento del 49.4%, un porcentaje muy por debajo de la media histórica”. Esto traerá como consecuencia que en la temporada de calor la Ciudad de México recibirá desde el Sistema Cutzamala 8 metros cúbicos de agua por segundo, en lugar de los 10.3 metros cúbicos por segundo que se suministran habitualmente.

Aunque las autoridades señalan que no se trata de una emergencia, reconocen que será una sequía muy severa, por lo que las medidas propuestas comienzan a alarmar a la población. Para distribuir equitativamente el agua potable disponible se reducirá el abasto en alcaldías del poniente, para que las del centro, sur y oriente tengan mayor disposición. Los habitantes de las alcaldías del poniente recibirán agua tratada para el riego de sus jardines, pues estará prohibido el riego con agua potable. Se espera concertar con las industrias que operan pozos cuánto líquido pueden aportar para el consumo humano sin poner en riesgo su producción. Además, se anunció la instalación de un Gabinete Permanente metropolitano para la coordinación de las acciones.

Lo que acontece en la CDMX no es otra cosa que el escenario al que, en mayor o menor medida, se comienzan a enfrentar todas las ciudades del mundo, como consecuencia de los efectos de la Crisis Climática actual. Se trata de lo que se ha denominado resiliencia hídrica, y se define como la capacidad que necesitamos lograr para adaptarnos a la nueva situación de estrés hídrico en el que vivimos, pero no de forma coyuntural, sino como un aspecto que se asuma con normalidad, desde las estructuras de gestión del agua y medidas que permitan garantizar la existencia y continuidad de nuestras ciudades de manera sostenible.

Hasta hace poco la resiliencia hídrica se limitaba a prepararse para eventos extraordinarios; es por demás evidente que el cambio climático es el principal factor que está afectando de manera importante el ciclo del agua. Se estima que el número de personas en riesgo debido a inundaciones alcanza los mil 200 millones, y que la población actualmente afectada por el deterioro de la Tierra y la sequía asciende a mil 800 millones de personas. Hoy en día, la resiliencia hídrica, significa cambiar nuestra relación con este vital líquido y hacer uso de nuevas herramientas y enfoques innovadores que garanticen un uso más eficiente, evitar su desperdicio, eliminar riesgos de contaminación, garantizar su accesibilidad aún para aquellos sin recursos económicos, y procurar la recarga de los mantos acuíferos, etc.

De acuerdo con CONAGUA, en México, aproximadamente 10 millones de personas no tienen acceso a agua, y muchos de quienes cuentan con el servicio, desconocen su calidad o no la reciben de manera continua. Además, la ONU estima que para el 2050 el clima en México será entre 2 y 4 grados más cálido, y se predice una reducción de la precipitación pluvial de entre 10 y 28%.

Bajo este panorama, resulta impostergable que todas las ciudades comiencen a instrumentar acciones tendientes a modificar las condiciones actuales de consumo y distribución del agua potable, con plena conciencia de la vulnerabilidad implícita en las fuentes de abastecimiento, así como en lo referente al tratamiento de aguas residuales y su reutilización. De esto dependerá en gran medida la capacidad para garantizar la calidad de vida de sus actuales y futuros habitantes.

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