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Nudos de la vida común. Y tú… ¿de qué hablas?

El respeto es la voluntad de reconocerse y valorarse

  • Mahatma Gandhi

El respeto es un valor fundamental del humanismo, pues se trata de una actitud básica de reconocimiento del valor y dignidad de las personas. Nadie que sea incapaz de tratar con respeto a todos y todas, puede llamarse humanista, aún siendo el Presidente de la República.

En la arenga mañanera, quien porta la investidura presidencial, en lugar de honrarla con un comportamiento nacionalista y digno de un mandatario, la denigra al responder a los desacuerdos con servidores públicos y comunicadores, con insultos y menosprecios y no con argumentos y hechos.

Lejos de compartir el orgullo de que la Primera Ministra de la Suprema Corte de Justicia de nuestro país, Norma Piña, haya recibido un reconocimiento internacional en Derechos Humanos- y con ello poniendo en alto el nombre de México, lo cual pudo haber sido un capital político importante para el Gobierno Federal -, despreció el galardón insinuando que su valor es el mismo que los documentos apócrifos que se comercializan en una conocida plaza de la Ciudad de México.  Con esta expresión, descalificó la calidad profesional de la Dra. Piña, mientras que ante el plagio de tesis de su aliada, Yasmín Esquivel, manifestó apoyo. Es decir, la dignidad de una persona se respeta solo sí pertenece a su círculo político; de lo contrario, su valor será puesto en duda. Eso no es un humanista, sino un mercenario del poder.

Lo más grave del asunto es que este afán de desprestigiar a quienes ponen al país y la Constitución sobre los puntos de vista de su partido, se ha generado una gran desinformación sobre las responsabilidades de cada uno de los poderes, pues corresponde al Judicial cuidar la observancia de la Carta Magna para preservar nuestra democracia y la justicia en nuestro país. De lo contrario, si cualquier poder actúa de manera unilateral, autónoma y omnipotente, entregaríamos nuestra democracia al autoritarismo; la ley, dejaría de serlo y el país sería presa de una solo línea de pensamiento, que aún siendo mayoría, excluya y desoiga a los demás.

Ahora, en esos mismos días, el Presidente de la Nación llamó a su némesis, al periodista Loret de Mola, bandolero y malandro, y dijo reservarse el derecho de admisión en su conferencia matutina. Nuevamente, la dignidad de la persona es pasada por alto, pues aún con los errores que haya cometido y siga cometiendo, no deja de ser un ciudadano y esto pone en vulnerabilidad no solo a este comunicador, sino a todo el gremio. Construir democracia implica el debate para encontrar la verdad y el bien común. Cancelar a las personas y descalificarlas con adjetivos y juicios de valor, en lugar de argumentar para mostrar el error si lo hubiera, habla más de quien emite esas expresiones que del blanco de a quien las dirige.

Desde el capital político de la Presidencia, este tipo de faltas de respeto, atropellando la dignidad de servidores públicos y comunicadores, genera una muy irresponsable animadversión entre sus seguidores y agudiza la rivalidad. Eso es germen de violencia y no de paz. 

Sin embargo, lo interesante de esto, en realidad, no es lo que el Presidente hable de los demás, sino el reflejo que hace de su percepción de sí mismo. La falta de respeto a las personas no es otra cosa que una falta de reconocimiento y aprecio por el valor propio, y por ello, la incapacidad de verlo en los demás. La dignidad humana es intrínseca al individuo; él mismo lo ha dicho cuando pide un trato respetuoso y hasta deferencial a delincuentes y organizaciones criminales, más no lo hace con todos los ciudadanos.

Desde la dinámica psicológica de los individuos, lo que criticamos en los demás, es lo que carecemos nosotros mismos; lo que alabamos, es donde nos vemos reflejados.

Esta efervescencia que dispara la mañanera dictando la agenda pública todos los días, también habla de cada uno de nosotros como ciudadanos, y bien vale la pena tomarnos unos minutos para evaluar de dónde vienen tantas reacciones emocionales.  Cada respuesta carente de respeto, es probable que sea una llaga sangrante de alguien que no ha podido ver su propio valor, y que busca consuelo ficticio en denigrar a otro “que está o es peor que yo”, “que robó más”, “que no es igual a mí”. En este falso lugar para buscar autoaprecio, nos distraemos y nos destruimos a nosotros mismos y a los demás.  Pero quizás, si nos damos la oportunidad de observar nuestro discurso propio, podamos conocer un poco más de nosotros mismos y desde ahí, tomar el control de nuestras vidas y dejar de ser víctimas de ese otro al que agredo tanto.

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