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Nudos de la vida común. Ofensa social.

Es propio de aquellos con mentes estrechas, embestir contra todo aquello que no les cabe en al cabeza“. Antonio Machado

La dinámica social es sumamente compleja. Para ayudarnos un poco a entenderla y calmar nuestra ansiedad al transitar por ella, los seres humanos utilizamos ciertos atajos en la interpretación del entorno de manera casi instintiva.

Uno de estos atajos es el pensamiento dicotómico, cuando sólo podemos observar dos opciones de la realidad. Las cosas son negras o blancas, eres bueno o malo, estás a mi favor o en mi contra. Este es el corazón de dos grandes males endémicos de la humanidad: la desigualdad -sino perteneces a mi grupo, no vales- y la discriminación -sino entras en ninguna de las dos alternativas, no existes-.

Un atajo que alimenta al anterior, es la percepción selectiva. Sólo veo lo que quiero ver. Se trata de un mecanismo que refuerza mi idea del entorno. Si tengo diferencias con una persona, únicamente advierto y enfatizo cosas negativas en ella, reafirmando que yo estoy en el lado correcto. Por el contrario, con alguien compatible a mí, solo contemplo sus atributos positivos. En ambas perspectivas, la persona se valida a sí misma a partir de los demás, incapaz de identificar su propio valor.

Los estereotipos son formas muy simplistas y reduccionistas de interpretar a una persona a partir de ciertos rasgos que se asumen generalizados en el grupo social al que pertenecen. Por ejemplo, pensar que si soy mexicana, soy transa. Asumir que si eres varón, debes poseer fortaleza física o que si eres mujer eres mala para manejar. Si eres empresario, eres evasor fiscal o si eres pobre, eres perezoso. La única holgazanería en este contexto es no desarrollar un pensamiento crítico que permita ampliar la comprensión de la persona humana.  

El efecto halo se refiere a la pretensión de caracterizar a una persona a partir de un atributo único. Si fuiste a la universidad eres “aspiracionista[1]” y egoísta, y quieres salir adelante a costa de lo que sea. Por ende, eres culpable de la derrota electoral del partido en el poder.

Un último atajo es la proyección. Imputo a otros lo que me molesta en mí. Aquello que más criticamos parece ser lo que más nos duele de nosotros mismos: corrupto, adversario, enemigo, chachalaca, canallín[2]. Lo que decimos de los demás, grita lo que somos.

Usar estos atajos en la comprensión del mundo es bastante aceptable en la mente infantil y aún en la adolescente, pues son pequeños escalones que permiten ir construyendo dentro de nosotros mismos una interpretación del mundo para poder interactuar con él y tomar decisiones. El problema es no ser consciente de ellos en la edad adulta, cuando ya somos responsables de nosotros mismos, y no se diga, si somos responsables de alguien más: ya sea nuestra familia, nuestro entorno laboral, o peor aún, una sociedad.

La desigualdad en el mundo es un tema sumamente complejo por la cantidad de factores que inciden en él. Sin embargo, una variable que aparece de manera constante al tratar de entender este fenómeno, es la correlación entre un bajo nivel educativo y la injusticia social.

Todos nacemos ignorantes, pero incluso desde niños podemos asumir acción para desarrollar nuestro intelecto y aprender a gestionar nuestras emociones para no actuar desde las entrañas. Ir a la escuela va mucho más allá de la acumulación de conocimientos. Es el vehículo de desarrollo humano por excelencia – aún con sus muchos fallos en nuestro modelo educativo. 

Pero alentar y perpetuar la ignorancia de aquellos que tenemos a nuestro alrededor, o peor aún, desde una posición de poder, es toda una ofensa e incluso un crimen social. Es una canallada que condena a los más vulnerables a permanecer en un estado de indefensión y de carencia de herramientas para enfrentar la vida y sin posibilidad de desarrollar sus potencialidades en beneficio propio y de su comunidad. Es negarles una vida digna a aquéllos que más nos necesitan y que depositaron su confianza para precisamente salir adelante. Quien arremete contra la educación, asesina el espíritu humano.


[1] Vocablo utilizado por AMLO en conferencia mañanera el 11 de junio de 2021 e inexistente en el diccionario de la RAE (y en ningún otro).

[2] Expresión usada por AMLO en el debate de candidatos a la Presidencia de México el 20 de mayo de 2018, al ser cuestionado en su comprensión del mundo.

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