Tercera Parte
Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos
y con el amor, los errores de nuestra moral
- José Ortega y Gasset
Si reconocemos que la sociedad se transforma, es sensato también admitir que la moral debe fluir hacia el bien común de los nuevos contextos. Los marcos morales, al final del día, son parte del contrato social al cual nos adherimos de manera implícita. Esto, sin embargo, no significa una alineación sumisa, sino por el contrario, es un llamado a dialogar sobre ellos y reconstruirlos para garantizar una vida verdaderamente plena y verdaderamente común.
Como hemos venido compartiendo en esta serie, el tema es que como sociedad tenemos el reto de crecer en consciencia moral tanto en lo individual como en lo colectivo para lograr manejar nuestras divergencias que han derivado en la ruptura social. Este crecimiento implica evolucionar en las diferentes fases del desarrollo moral. Es decir, necesitamos dejar nuestra consciencia infantil donde lo bueno es aquello por lo que somos premiados y aplaudidos o lo que nos hace sentir bien de manera inmediata. Hay que recordar que el placer instantáneo siempre es sospechoso de hipotecar nuestro futuro y el de los demás. y con intereses altísimos, y hay que consumirlo con moderación y consciencia.
Ahora, aunque la segunda etapa de desarrollo moral, la del consenso, tenga un mayor nivel de madurez, no está exenta de sesgos que pueden alejarnos del objetivo de lograr el bien común. Históricamente, las personas nos hemos alienado, es decir, hemos permitido la limitación de nuestra personalidad, por el pertenecer o encajar en un grupo social. Es decir, nos sumamos a la opinión de nuestro grupo de referencia y no nos atrevemos a disentir por temor a ser expulsados del mismo, aún cuando haya errores evidentes en ello. Como podemos ver, se trata de una actitud que corresponde a la adolescencia. ¿Recuerdan cuando alguien nos cuestionaba que si nuestros amigos se iban a tirar por el puente, nosotros también lo haríamos? Pues bien, una parte importante de la población se sigue tirando por el puente, porque su grupo social le dice qué debe pensar, a quién aceptar y a quien rechazar. Así, nos alineamos a ciertos discursos porque son dichos por quien consideramos nuestros líderes, ya sean familiares, políticos, sociales o religiosos y nuestra moral actúa sin un verdadero juicio crítico sobre lo que es bueno o malo, sino que toma el atajo que confunde la admiración o el afecto con lo que beneficia a todos.
En el siguiente nivel de esta misma etapa, vemos el recrudecimiento de la intolerancia hacia quien no se ajusta a las normas asumidas como bien vistas por la sociedad. Aquí, el juicio moral es que si piensas como yo, eres bueno, sino, eres el diablo en pasta. La gente a nuestro alrededor es clasificada con absolutos polarizantes, lo cual realmente se aleja de la acción del pensamiento crítico. Esto es propio de una etapa adolescente, donde el cerebro humano se desordena para poder madurar. Pero como hemos insistido en esta serie, el desarrollo moral no está aparejado al biológico y mucho menos, al escolar. Cuando tomamos decisiones personales y colectivas desde este estadío, prevalece la exclusión y la división, erosionando el campo para la paz.
Llegar a la tercera etapa de desarrollo moral requiere un esfuerzo intelectual y espiritual muy importante, que no se da por azar. Se trata de una ampliación del panorama personal hacia el colectivo, es decir, ver la fotografía completa de donde estamos y cómo en nuestro mundo, hay inmensidad de personas con una diversidad infinita de formas de vivir y pensar y aprender que el bien personal, no excluye el bien colectivo, sino por el contrario, éste último incluye el nuestro. El estadío más elevado, según Kohlberg, supera las demás etapas, pero no las desecha, sino que las entreteje con principios éticos que se pueden considerar universales porque pasan la prueba del tiempo y la transculturalidad. Es decir, quienes logran este estadío, son capaces de cuestionar si las normas que hemos asumido en las etapas anteriores realmente garantizan el bien común, diseccionando las conductas apropiadas para el bien de todos y todas y puliendo nuestra forma de existir en sociedad. Y aunque esto puede retumbar en los oídos de quienes están en la segunda etapa de desarrollo, esta es la llamada a la deconstrucción de todo aquéllo que resulta alienante y que ha llevado a una sociedad de blanco y negro, donde el bien propio está excluido del bien común y viceversa.
Así como el desarrollo del cuerpo y del intelecto necesitan ser alimentados y ejercitados para alcanzar su máximo potencial, la moral debe serlo de igual manera, pues no crece de manera espontánea. No podemos seguir asumiendo que los valores son un tema que sólo incumbe al núcleo familiar, pues son la médula de la vida común. Por el contrario, es imperativo abrir foros para concertar valores como sociedad, y crear mecanismos de vivencia de aprendizaje y vivencia en los distintos ámbitos de relación, para permitir que las personas realmente podamos ser nuestra mejor versión: la más humana, la más consciente, la más incluyente, la más creadora de bienestar.