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Nudos de la Vida Común. Hacer, tener, saber, ser

Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos

  • Buda

En México la educación superior se ha degradado a la capacitación para el trabajo. Muchas universidades, en su oferta académica, privilegian las competencias necesarias para ingresar al mundo laboral, perfilándose únicamente a enfoques prácticos y no solo dejando de lado los aspectos teóricos, sino incluso haciendo desdén de ellos. Entre los estudiantes, la teoría es aburrida y tediosa, y la práctica al menos promete un uso que en el futuro puede ser monetizable. Es más, se cuestiona con vehemencia la necesidad de ir a la universidad, pues hay muchas formas de hacer dinero sin que tener un grado académico sea un requisito ni una ventaja. 

El problema de esto, es que se ha generado confusión entre el saber y el hacer como dicotomía excluyente, y no como el resultado de un continuo. Como el tener es una posibilidad cada vez más remota en sistemas económicos como el mexicano, el ser se diluye ante la desesperanza de que el logro de un nivel de vida decente es un camino cuesta arriba, con una pendiente casi vertical.

La elección de una carrera, técnica o profesional, se basa comúnmente en las expectativas económicas de la misma: el monto de ingresos que permite alcanzar y la seguridad de los mismos. La vocación se convierte en un mito doloroso, pues los niveles salariales están en relación a la productividad que deja una utilidad. El arte y las ciencias humanas sólo tienen espacio en la nómina cuando son altamente comercializables, de lo contrario, están condenadas a ser sostenidas por las dádivas del gobierno, sujetas a su capacidad de generar votos y no bienestar común.

El nudo de todo esto es que estamos desarrollando personas incompletas, donde la apuesta es tener en razón de lo que sabes hacer y donde el ser es lo que menos interesa. Pero en casi todos los ámbitos, este espejismo nos está escupiendo a la cara. En el trabajo, la escasez de mano de obra está empujando fuertemente el desarrollo tecnológico, y el trabajo operativo empezará a verse reducido, pero la demanda de trabajo intelectual y las habilidades interpersonales irán creciendo de manera exorbitante. Más aún, las empresas asumen por principio que ellas son responsables de enseñar a la gente a hacer el trabajo, pero necesitan una mente y una actitud entrenada y dispuesta para aprender. En lo político y social, tanto gobernantes como gobernados,  sin importar el color de sus banderas, toman  decisiones desde el instinto, pues el análisis requiere un ejercicio del pensamiento, al cual estamos escasamente acostumbrados

Para un joven, ir a la universidad significa pasar al menos la mitad de su tiempo en vigilia, sosteniendo conversaciones académicas y hasta filosóficas sobre temas diferentes – y seguramente más profundos – que el acontecer de la farándula, el deporte mercantilizado, la nota roja o bien, escuchando música y viendo series que exaltan el narcotráfico y la reducción de las mujeres a objetos sexuales. Finalmente, somos lo que consumimos y esto aplica totalmente a los mensajes que recibimos y damos continuamente a través de nuestras comunicaciones e interacciones con el mundo.

Más importante todavía: el cerebro termina de desarrollarse hasta los 25 a 28 años de edad.  La corteza prefrontal, de las últimas partes del cerebro en completar su formación, es la encargada de las habilidades de planeación, priorización y toma de decisiones. Si la mente deja de ejercitarse y nutrirse, no logra su maduración completa.

Necesitamos regresar a las raíces de la universidad, como formadora de pensamiento crítico en las personas, como una cualidad humana que necesita alcanzar su totalidad, más que como una habilitadora de trabajo.

Un hacer sin saber, quizás nos lleve al tener, más no al ser, que es donde reside la felicidad. Un tener sin ser, nos lleva a la mezquindad.  La falta de sabiduría colectiva nos ha llevado a creer que lo que tenemos es insuficiente, cuando en realidad está mal repartido y peor usado. Para ser en plenitud, necesitamos desarrollar todas nuestras dimensiones humanas, mente y cuerpo, afectividad y espíritu.

Al final del día, somos lo que pensamos, pues la calidad de nuestros pensamientos detona nuestras capacidades, nuestras emociones, nuestras acciones y nuestras actitudes, y cuando sumamos las de todos, creamos un nosotros del cual depende la calidad de nuestra vida común.

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