EL SHOCK ECONÓMICO
Tomar el dolor en la dimensión económica para minimizar el dolor en la dimensión de enfermedad y muerte – Bill Gates.
Sin duda estamos viviendo la más grave e inesperada crisis global, provocada por la irrupción del coronavirus en nuestra vida común. Las charlas cotidianas aún previas a la instalación oficial de medidas de contención, dividían opiniones sobre la gravedad de la pandemia. Desde las reacciones a hacer compras de pánico inexplicables hasta el más crudo escepticismo convencido de que nuestro particular sentido del humor nos hacen inmunes. O bien, que más personas mueren diariamente por otros motivos. Y por supuesto, en la mesa de debate ha estado presente de manera álgida el shock económico potencial de la única medida efectiva y disponible en este momento de la crisis sanitaria: el aislamiento social.
El gran peligro del coronavirus es su alto grado de contagiosidad, pues efectivamente, según lo señala la OMS[1], la probabilidad de ser contagiado por una persona asintomática es muy baja; sin embargo, una persona que presente por ejemplo, una tos leve que no le cause mayor malestar, puede haber adquirido el virus y a su vez, puede contagiarlo a través de las gotículas respiratorias expelidas al toser, que pueden ser recibidas directamente por otras personas, o bien, por el contacto con superficies que hayan sido contaminadas por dichas gotículas. Y de hecho, la letalidad de la infección provocada por el virus depende en gran medida del sistema inmunológico del contagiado y de la presencia de enfermedades crónicas previas, como obesidad, diabetes e hipertensión arterial.
No obstante, debemos tener en cuenta que en nuestro país, según el Instituto Nacional de Salud Pública[2], la obesidad afecta a tres de cada 10 niños y adolescentes, y a siete de cada 10 adultos. De acuerdo con la OMS[3], 14% de los fallecimientos anuales en nuestro país son derivados del padecimiento de diabetes y según la Comisión de Protección de la Salud Social[4] en mayo de 2019, existen en México al menos 30 millones que padecen hipertensión arterial. Un panorama nada alentador para nuestro país frente al coronavirus.
Bill Gates[5], fundador de Microsoft, filántropo y uno de los hombres que poseen mayor riqueza en el mundo, ha donado a través de la Fundación Gates y en conjunto con Wellcome Trust, 100 millones de dólares para el aceleramiento de desarrollo de terapias, vacunas y pruebas de coronavirus. Él afirma que a pesar de estos esfuerzos transcurrirán al menos seis meses para lograr terapias que curen el COVID-19 (nombre de la enfermedad provocada por el coronavirus) y al menos 18 meses para el desarrollo de vacunas.
Más aún, por el momento se desconoce el efecto de las estacionalidades climáticas en la propagación y severidad del virus, aunque se espera que la llegada de la primavera en el hemisferio norte ayudará a contener el virus, con la correspondiente amenaza a la llegada del otoño en el hemisferio sur (donde se concentran los mayores niveles de pobreza a nivel global).
El propio Gates[6] señala que los países donde aún no hace presencia el virus de manera importante, se tiene la oportunidad de contenerlo mediante el control de ingreso de extranjeros al país y el implementar una estrategia intensiva de pruebas de coronavirus para poder identificar con claridad el movimiento del virus en el país e incluso, esta estrategia de aplicación de pruebas, podría permitir la aplicación de la medida de aislamiento social de manera quirúrgica, de tal forma que no fuera necesario un “apagón” radical de la población. Sin embargo, para nuestro país, esto ya es tarde.
Ante esta incertidumbre sobre la probabilidad de contagio y dado el avance del virus en México, nuestra única medida de contención posible y factible, en este momento, es el aislamiento social, quedarnos en casa, para no contagiarnos y no convertirnos en portadores del virus. Lo cual parece sensato, pero en un país emergente – para no seguir con el adjetivo realista pero ofensivo, tercermundista – como el nuestro, donde existen 4.2 millones de micro, pequeñas y medianas empresas que en su conjunto proveen el 73% de los empleos en el país[7], y en que tanto las empresas como los empleados, así como los autoempleados (una población que crece en número de manera acelerada) viven al día, sin capacidad de ahorro debido al bajo nivel de ingresos de asalariados y no asalariados, resguardarse del coronavirus es un lujo que no pueden permitirse. Menos aún cuando el periodo de aislamiento es incierto, teniendo como mejor pronóstico que sea entre seis y 10 semanas y el peor, por varios meses.
Dejar de vender significa no completar la nómina de los empleados, no pagar a los proveedores, no pagar la renta, poner en la mesa de discusión el recorte de personal o cierre de la empresa. Así, la economía se paraliza y para muchos, un día sin trabajar será igual a un día sin comer.
Y en este nudo están atorados pequeños y medianos empresarios así como autoempleados. Abrir el negocio mantiene la posibilidad de que caiga alguna venta que permita afrontar los compromisos y quizás ahuyente la amenaza de ver quebrado el negocio, de perder patrimonio, de ver diluido el trabajo y esfuerzo de años. El cierre de un negocio no es una pérdida sólo para el empresario: empleados se quedan sin fuente de ingresos, proveedores pierden clientes, el Estado deja de recibir contribuciones y el mercado se debilita.
Y es momento de poner al centro el objetivo de nuestra vida común, la persona. ¿Salvamos vidas o la economía? Tal parece que la economía nos afectará a todos… y que las muertes no serán tantas. Un pensamiento desafortunado, pues el valor de una vida se aprecia cuando tiene un nombre y un apellido. Y como dice el mismo Gates, es más fácil revertir la crisis económica que resucitar un fallecido. Es momento de prueba para la solidaridad nacional, esa que hemos vivido ante otras tragedias naturales.
Es momento de apoyar iniciativas solidarias como el fortalecimiento de la cultura de consumo local, como la campaña “haz barrio” o el programa impulsado por SEDECO para venta de despensas básicas con entrega a domicilio, suministrado por locatarios de la central de abastos, o bien, brindando servicios de apoyo sin costo a personas vulnerables, como el caso de la Asociación de Profesionales de Recursos Humanos de Occidente que ofrece asistencia psicológica en casos de emergencia derivado del efecto del aislamiento, o como la apertura al acceso gratuito a libros y diferentes espectáculos en línea, para el entretenimiento y ampliación de la cultura.
Todos vamos a perder algo: la renta que cobro, la seguridad o integridad de mi sueldo, el esfuerzo de años de trabajo, los planes personales y familiares para los cuales ahorraba, o quizás tan solo la comodidad del consumo superfluo – y ojalá que las entidades financieras también asuman sus propias pérdidas sin trasladarlas a cuenta habientes-. Pero no perdamos a aquéllos que amamos. O aquéllos que no conozco, pero son amados por alguien más.
[1] https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019/advice-for-public/q-a-coronaviruses
[2] https://www.insp.mx/avisos/4884-la-obesidad-mexico.html
[3] https://www.who.int/diabetes/country-profiles/mex_es.pdf?ua=1
[4] https://www.gob.mx/salud/seguropopular/articulos/dia-mundial-de-la-hipertension-arterial-200699?idiom=es
[5] https://www.gatesnotes.com/Health/How-to-respond-to-COVID-19
[6] https://www.ted.com/talks/bill_gates_how_we_must_respond_to_the_coronavirus_pandemic
[7] https://www.condusef.gob.mx/Revista/index.php/usuario-inteligente/educacion-financiera/492-pymes
