“Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”. Joseph Goebbels (1897 – 1945). Político y propagandista alemán.
Soy uno más de los mexicanos que dudan de que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, esté contagiado de Coronavirus. No me agrada tener semejante duda. Preferiría tener tal credibilidad en su palabra, que con sólo escucharlo bastara, pero no es así.
Es tal el cúmulo de contradicciones y mentiras que le he escuchado a López Obrador, que me resulta imposible creerle. Su administración plagada de opacidad, justificaciones ante presuntos actos de corrupción de sus cercanos, resultados nimios en su presunta lucha contra la corrupción y sus ataques constantes a organismos autónomos, son algunas de las circunstancias que me impiden confiar en sus palabras.
Transparencia, combate a la corrupción y rendición de cuentas, se mantienen como fetiches del discurso del inquilino de Palacio Nacional, en lugar de acciones contundentes y ejemplares. Así que, reconozco, no encuentro elementos para creerle.
Mas aún. En sus mañaneras comprometió hacer públicos estudios que informen sobre su estado de salud, hace ya más de 1 año… y nada. Ha dicho que ya no se pertenece, que le pertenece al pueblo, pero en los hechos, no quiere informar su condición habitual de salud, menos la que tiene en este momento.
Ante la terrible dificultad que enfrenta México por la pandemia por el COVID-19, más que nunca son importantes la responsabilidad y la transparencia. López Obrador debió usar cubrebocas desde marzo del año pasado y debió insistir en que lo usáramos todos, pero optó por menospreciar el padecimiento con el apoyo de Hugo López-Gatell, pese a lo que ya se conocía en otras partes del mundo. Peor aún, ni siquiera lo usó cuando ya sentía molestias que lo llevaron a realizarse la prueba, según se presume, porque hasta el momento de redactar esta columna no han transparentado ni la prueba, ni cuándo se la hizo, ni han explicado por qué no se quedó en casa.
López Obrador ha optado por hacer un lamentable uso político del Coronavirus. Señaló incansablemente que la pandémica ya estaba domada, cuando la irremediable realidad dice exactamente lo contrario. Ha respaldado al funcionario lambiscón, López-Gatell, pese a los evidentes errores y contradicciones durante toda la pandemia, donde destaca aquello de que el Presidente “es una fuerza moral, no una fuerza de contagio”.
Semejante realidad obliga a concluir que la credibilidad de Andrés Manuel López Obrador está enferma. Por ellos es importante, que, aunque la ley en nuestro país no lo obligue, transparente su condición de salud ahora y de manera regular.
En los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, pese a que tampoco la ley obliga, el presidente en turno se realiza un chequeo médico anual y publicita los resultados, incluso Donald Trump lo hizo.
Se trata del presidente de México, es una institución que debemos cuidar y proteger, finalmente si su salud es frágil, irremediablemente repercutirá en todo el país. Así que valdría la pena replantear la posibilidad de que sea pública a planitud, la salud de quien encabece la administración federal, los gobiernos estatales y los municipales.
Con la esperanza de que haya una próxima vez… me despido, gracias.
