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La violencia que ni se ve ni se nombra

La violencia que a diario viven las mujeres y la infancia en todo el mundo, es una lamentable realidad que lleva implícita el silencio y la normalización, dos situaciones que en el caso de la violencia sexual contra las niñas y niños se recrudecen.

El abuso sexual infantil es sin duda alguna una de las violaciones a los derechos de la infancia más graves que afectan de manera permanente su desarrollo y su vida, está, al igual que muchas otras violencias, tolerada en muchos casos bajo el silencio de las familias o de las personas cercanas a las niñas y niños, está también plagada de pensamientos como el adultocentrismo que sigue fomentando la superioridad y control de los adultos sobre niñas y niños ignorando totalmente sus derechos; ahora bien, esta realidad de pandemia a la que mundialmente nos enfrentamos, está siendo desgraciadamente un detonante para que esta violencia se mantenga en mayor hermetismo y se cometa mucho más.

Los efectos de las diversas violencias en las niñas niños y adolescentes, afectan la estructura del cerebro y genera un deterioro permanente de las capacidades cognitivas y emocionales, además de predisponer a conductas de alto riesgo y comportamientos antisociales, y colocarles entre otras realidades a menor rendimiento en sus estudios, pocas habilidades para relacionarse con las demás personas y dificultad para establecer vínculos afectivos saludables, mayor predisposición a conductas sexuales irresponsables o al uso indebido de sustancias psicoactivas y predisposición a trastornos crónicos de salud mental[1].

Hoy el confinamiento pone en mucho mayor riesgo a las niñas y los niños quienes en la mayoría de los casos, están a merced de sus agresores que son personas cercanas a ellas y a ellos y hoy la pandemia los hace convivir todo el día bajo mucha violencia y riesgo.

A decir de UNICEF durante la crisis de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), factores como las limitaciones de la actividad económica, el cierre de las escuelas, el acceso reducido a los servicios de salud y el distanciamiento físico pueden incrementar la vulnerabilidad y exposición en la infancia y adolescencia a la violencia y otras vulneraciones a los derechos de niñas, niños y adolescentes.[2]  

Por su parte, el Informe sobre la Situación Mundial de la Prevención de la Violencia contra los Niños, del 2020 de la Organización Mundial de la Salud (OMS), señala que, en América Latina y el Caribe, se han reducido elementos esenciales de protección y puede generar un incremento aún más marcado de la violencia contra niñas, niños y adolescentes en tiempos de COVID-19 que antes de la crisis.

Esta lamentable realidad se acompaña de otras formas de violencia que vive la infancia y la adolescencia en el mundo, sumándose a la falta de empatía respecto a sus necesidades, el silencio que la perpetúa, la negligencia, la normalización de la violencia física, sexual y psicológica, las prácticas que al amparo de los usos y las costumbres se siguen llevando a cabo como el matrimonio infantil, son claras violaciones a sus derechos humanos.

A decir de la ONU, cada minuto cuatro menores sufren abusos sexuales en América Latina, y al menos tres, son niñas, y la mayoría no logrará recuperarse nunca de ese trauma. Una de cada cinco niñas y hasta 10 por ciento de los niños son víctimas de abuso sexual, lo que equivale alrededor de 4.5 millones de víctimas en México, de los cuales, únicamente el 2 por ciento de los casos se conocen en el momento que se presenta el abuso.

Por su parte la UNICEF señala en el estudio Panorama Estadístico de la Violencia Contra Niñas, Niños y Adolescentes en México que,  casi 4 de cada 10 madres, y 2 de cada 10 padres, sin importar el ámbito de residencia, reportan pegarle o haberles pegado a sus hijas o hijos cuando sintieron enojo o desesperación, 2 de cada 10 mujeres reportan que sus esposos o parejas ejercen o han ejercido violencia física contra sus hijas o hijos en las mismas circunstancias, 5.1% de las niñas y niños menores de 5 años fueron dejados con cuidados inadecuados, es decir, estuvieron solos o al cuidado de otro niño o niña menor de 10, el 63% de las niñas y niños de entre 1 y 14 años han experimentado al menos una forma de disciplina violenta durante el último mes.

Estos datos evidencian las diversas formas de violencia a las que las niñas y niños se enfrentan, y el estudio amplía la información al señalar que las prácticas más comunes suelen ser agresiones psicológicas seguidas por otro tipo de castigos físicos y, en último lugar, castigos físicos severos, así como que son las niñas las que sufren más agresiones psicológicas que los niños; en cambio, los niños suelen ser disciplinados con cualquier tipo de castigos físicos o con formas más severas. La edad de las niñas y niños más afectados por las agresiones psicológicas o por cualquier otro tipo de castigo físico se colocan entre los 3 y 9 años.

A nivel nacional señala este reporte, que el 0.4% de niñas, niños y adolescentes de entre 10 y 17 años sufrieron algún daño en su salud a consecuencia de algún robo, agresión o violencia en el hogar, así como que las principales agresiones que sufrieron fueron las verbales (48%), golpes, patadas, puñetazos (48%) y otros maltratos como la violencia y las agresiones sexuales, empujones desde lugares elevados, heridas por arma de fuego o estrangulamiento oscilaron desde 16% hasta 0.5%.

UNICEF señala también que “la violencia sexual se considera una grave violación de los derechos de niñas, niños y adolescentes y puede tomar la forma de abuso, acoso o explotación sexual, es una actividad sexual influida por el desequilibrio en la relación de poder, que en muchos casos como señalan diversos estudios, ocurre en el hogar, y en la mayoría de los actos reportados hasta antes de la pandemia habían sido perpetrados por parte de familiares o personas cercanas”.

Entre las formas que podemos identificar como violencia sexual se encuentra el exponer a las niñas, niños o adolescentes a la pornografía, voyerismo, exhibicionismo,  incitar o coaccionar para tener contacto sexual, intentar o introducir dedos, mano, boca o pene en boca, vagina, ano; producir, distribuir, divulgar, importar, exportar, ofertar, vender y poseer pornografía infantil, solicitar, emplear, usar, persuadir, inducir, atraer, impulsar o permitir involucramiento en actos sexuales, tocar o acariciar de manera indeseada, hasta llegar a la trata de personas, entre otras conductas que a todas luces son violaciones flagrantes a los derechos de la infancia y la adolescencia.

Los retos para enfrentar este tema pasan irremediablemente por la visibilización de esta cruel realidad, así como de revisar la legislación para su sanción, fomentar los mecanismos para su denuncia, fortalecer los medios de prevención para su identificación, garantizar a las niñas y niños su protección integral en caso de ser víctimas de esta forma de violencia, su atención psicológica y acompañamiento para el acceso a la justicia  y sobre todo, el fortalecer las redes de apoyo,  identificación y canalización  de los casos de violencia sexual infantil.

Sin lugar a duda hablar de este tema y conocer la forma en la que se desarrolla, es obligación de cualquier Estado, pero también de cualquier sociedad; las niñas, niños y adolescentes son personas que por su edad requieren de un cuidado extremo respecto a los riesgos en los que viven, en una sociedad que sigue sin respetar su dignidad y su individualidad. La violencia sexual que se comete contra este grupo poblacional es un lamentable termómetro de la pérdida de toda calidad humana. El negar esta realidad, el ser parte de la complicidad, el guardar silencio, fomenta su comisión o su impunidad, y deja en total estado de indefensión a niñas, niños y adolescentes. Si tu eres una persona adulta y estas leyendo este texto te agradezco tu preocupación por el tema y te invito a denunciar siempre que conozcas o escuche de un tema de violencia sexual infantil, recordando que SIEMPRE hay que creerles a las víctimas, como premisa principal de justicia.

[1] Cuartas, J. (2020), “Heightened risk of child maltreatment amid the COVID-19 pandemic can exacerbate mental health problems for the next generation”, Psychological Trauma: Theory, Research, Practice, and Policy [en línea] https://doi.org/10.1037/tra0000597.

[2] Bhatia, A. y otros (2020), Comment: Beyond children as “invisible carriers”: The implications of COVID-19 response measures on violence against children [en línea] https://www.who.int/bulletin/volumes/98/9/20-263467/en/.

 

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