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La pedagogía del castigo, pieza clave de la violencia familiar

Cuántas personas no crecimos bajo la idea de que castigando era como se iba aprender el respeto y la obediencia, sí, así bajo los golpes, que era como se consideraba que se podía calmar los ímpetus de la chamacada, de los escuincles pues.

Cuando pequeños/as se decía dale una nalgada, eso es lo que anda buscando a gritos o bien se decía que con un par de nalgaditas se podía dormir ese/a bebé, estaba neceando y haciendo berrinches qué más da, un par de nalgadas para que aprenda y se aquiete.

Que decir de la adolescencia, de la edad de la punzada, del cambio de humores y de la rebeldía, pues remedios como un chanclazo a tiempo, para que esperar, mejor dárselo a tiempo que lamentarse después, incluso en la escuela las maestras daban correctivos como aventar el gis en la cabeza, de frente a la pared, orejas de burro, el famoso “chocolatote” que consistía en golpear en las nalgas a los niños o niñas con la regla de un metro de largo por 10 centímetros de ancho, jalar la patillas, exhibir y ridiculizar, la discriminación como castigo, tantas agresiones y emociones nocivas, que son añoradas y aplaudidas hasta el día de hoy.

La violencia sexual es un hecho de ocurrencia que continua y de ocultamiento más que nada por razones morales “para no desintegrar a la familia”, con tal de guardar ese terrible hecho y no evidenciar al padre, abuelo, tío o primo que es un agresor y que comete un delito.

La familia, ese núcleo que es defendido fervientemente por diversos sectores de la población, ese que se idealiza y que se monta como parámetro del bien y del mal, se habla de familias disfuncionales y familias desintegradas, a lo que habría que analizarse si el ser disfuncionales y desintegradas conllevan a la degradación de las personas que le integran, creo que es una pregunta que deben hacerse muchas personas más si han enfrentado hechos de violencia con profundas heridas y lesiones de largo plazo, además de preguntarse de las implicaciones y los impactos que esta defensa a ultranza provoca en quienes le integran.

Hablar de familias y no necesariamente consanguíneas es muy importante, mucho más en estos tiempos en que la pandemia ha generado distanciamientos por cuestiones de salud o ha fracturado lo que ya de por si no estaba funcionando. Y lo que quizá implicó para algunas mujeres, específicamente, un respiro en sus vidas y dinámicas familiares que ya era insoportables, en el mejor de los casos, sin embargo, no ha sido así para muchas mujeres, ya que la violencia pasó de ser periódica a continua al grado de ser una verdadera pesadilla.

La violencia familiar ha pasado del 2016 a la fecha, hacer uno de los delitos más denunciados pero menos solucionados, los datos son: año 2016, 787 casos denunciados; año 2017, 1,158 casos denunciados; año 2018, 1,273 casos; año 2019, 911 casos y en lo que va de este año 599, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Lo anterior acumula más de

4 mil 700 denuncias, en casi 4 años, ante la Fiscalía Especializada Para la Atención de Delitos de Violencia Familiar y de Género del estado, muchas de esas denuncias son casos nuevos y otras en que se vuelve a denunciar al agresor, un ir y venir constante de dubitaciones más que nada por la familia, entre tener una familia y no tenerla.

La presión social y familiar sobre las mujeres que denuncian es de lo más brutal, ya que muchas son obligadas a retirar las denuncias porque se trata del hombre que es el padre de sus hijos/as que seguramente amenaza con quitárselos y que la dejará en la calle porque a él si le creen y no está obligado a presentar pruebas que avalen lo dicho, su denuncia casi siempre establece lesiones, amenazas, intento de homicidio, etc. la utilización de todo el aparato de administración de justicia a favor de él y del reconocimiento como sujeto con derechos.

Contrariamente los juzgados de lo familiar y lo civil, están llenos de demandas de pensiones alimenticias, divorcios, peleas de guarda y custodia, retención ilegal de los hijos o de las hijas menores de edad, que desencadenan un continuo de violencia feminicida y cerca de un 40% puede terminar en un feminicidio.

Es decir, el origen de la violencia feminicida y de los feminicidios no cuenta con una política pública específica para la violencia familiar a nivel estatal ni federal, como tampoco cuenta con acciones articuladas para desmontar toda esta cultura de la violencia y del castigo, que construye una pedagogía que justifica la crueldad, al afirmar que lastimar es un derecho y que el castigo es una forma justificada de imposición para la jerarquía y la humillación.

En el 2018, se presentó al Congreso una iniciativa que pretendía prohibir la violencia hacia los niños, las niñas y los/as adolescentes a través de adiciones al Código Penal de la entidad, hacía referencia directa y específica a los chanclazos, las palizas, los puntapiés, los cintarazos y otras formas de castigo corporal a iniciativa del entonces diputado Adrián López Solís.

La propuesta era duplicar las penas por el delito de lesiones, al tardar 15 días en sanar ameritaban de 6 meses a 2 años de prisión, la propuesta implica duplicar la sanción. En el caso de lesiones discapacitantes, las penas son de 10 y 15 años de prisión. Lo más interesante de esta iniciativa es la propuesta de obligar al agresor a “un tratamiento psicoterapéutico reeducativo especializado” y que se suspendan sus derechos sobre el niño, niña y adolescente.

Desafortunadamente, el Congreso no ha tenido interés de defender una serie de iniciativas que fortalezcan los derechos humanos ni mucho menos el derecho a una vida libre de violencia, lo prioritario no es urgente, tampoco hay quien defienda esta propuesta que puede sentar un precedente importante, a la que sumaría una iniciativa por parte del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) que está impulsando una pedagogía basada en cero golpes, que ha sido un proyecto del psicólogo Gaudencio Rodríguez, un gran amigo, dedicado especialista, que va sumando esfuerzos para desmontar y erradicar el maltrato infantil.

Resulta fundamental que podamos conocer e interesarnos por este tipo de iniciativas, necesitamos transformar la costumbre de emplear los golpes como una forma para educar y de relacionarnos de manera violenta, recuerdo que cuando se presentó esa iniciativa algunos de los comentarios en su mayoría de muchos hombres era la de defender “su derecho” a castigar a sus hijos/as que para eso le pertenecían y que cada quien “educaba” como quisiera, justamente estos argumentos que son los que utilizan los grupos antiderechos humanos ha impedido de alguna manera que haya mayor protección hacia las mujeres y con ellos a sus hijos e hijas, así como acceder a la justicia en caso de una agresión sexual y justificar la violencia y al agresor a toda costa, vaya manera perversa de defender la supuesta “vida” y la familia, si esa es la idea entonces vivimos en un mundo muy retorcido, no cree usted.

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