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El Derecho a la Ciudad. ¿Empleo o emprendimiento?

Es común escuchar en todos los ámbitos que “el mundo está cambiando”, que cada generación es muy distinta en actividades, diversiones y preferencias a la anterior. Sin embargo, desde hace al menos dos generaciones se han presentado cambios tan significativos que han logrado trastocar aspectos sociales, económicos y culturales que se consideraban estructurales, como el trabajo y la familia. Hoy, los denominados generación “Y” o Millennials (nacidos entre 1981 y 1997) y la generación “Z” o Centennials (nacidos entre 1997 y 2010), tienen una visión del mundo muy distinta a la de sus padres y abuelos.

Hasta antes de los Millennials la vida de muchas personas, particularmente jóvenes, parecía estar prediseñada, sólo era cuestión de seguir una trayectoria que pretendía garantizar si no el éxito, sí la estabilidad y la felicidad. Era posible sintetizar la vida en cinco pasos: 1) estudiar una licenciatura, 2) conseguir un empleo estable (una plaza en gobierno era lo mejor), 3) casarse y formar una familia y 4) mantener el empleo durante gran parte de la vida, para luego, como último paso, 5) Lograr una pensión que garantizara cierta estabilidad económica durante la vejez.

Hoy en día este esquema no existe, se ha modificado por muy diversas razones. Una de las principales en el ámbito laboral fue, sin duda, la modificación realizada a la Ley del Seguro Social en 1997, que propició que todos los registrados antes de 1997, es decir, que nacieron antes de 1979, y se encontraban ya trabajando, tengan garantizada una pensión vitalicia, al jubilarse a los 65 años y haber cotizado un mínimo de 500 semanas. Por el contrario, para quienes se registraron al IMSS después de 1997, es decir los Millennials y Centennials,para recibir una pensión deberán tener 65 años y haber cotizado 800 semanas que se incrementarán en 25 cada año, hasta llegar a acreditar mínimo 1,250 semanas.

Este último escenario representa alrededor de 25 años de trabajo formal y cotizando. Poco menos que imposible para cualquier joven hoy en día, sobre todo si se considera que su ingreso al mercado laboral está fuertemente condicionado a contar con experiencia que no logran adquirir porque no hay campos laborales. Durante el primer trimestre del presente año, la población subocupada fue de 4.3 millones de personas, y 1.6 millones de personas en edad de trabajar se encontraban desocupadas. La movilidad que suponía estudiar una licenciatura en años pasados, ahora es cada vez más difícil de alcanzar; tan sólo para el año pasado, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI reportó que el 86.6% de las personas desempleadas eran profesionistas con al menos estudios de licenciatura.

La falta de oportunidades laborales es derivada del bajo crecimiento económico de México, en consecuencia, el trabajo informal se constituye como una alternativa cada vez más recurrente. Tan sólo para el primer trimestre del 2023 se registraron poco más de 32 millones de personas laborando en la informalidad, esto representa el 55% de la Población Económicamente Activa (PEA).

Ante este escenario, resulta comprensible que ahora se les hable de emprendimiento, como aquella cultura de llevar a cabo una idea de negocio hasta convertirla en un negocio rentable. Aunque en realidad se trate de hacerlos responsables de generar su autoempleo, dada la incapacidad de las estructuras gubernamentales o privadas de generar los empleos necesarios.  Si los Millennials y Centennials obtienen un empleo, lo más seguro es que sea poco remunerado, al primer trimestre del 2023l el 35.9% de la PEA se encontraba en el rango de hasta 1 salario mínimo; el 33.8% reportó ingresos de entre 1 y 2 S.M., el 8.8% entre 2 y 3 S.M., y sólo el 4.5% más de 3 S.M.

Otra evidencia de los cambios estructurales acontecidos en tan sólo dos generaciones, es que la Organización Internacional del Trabajo ha modificado su definición de “trabajo” y ahora lo define como “el conjunto de actividades humanas, remuneradas o no, que producen bienes o servicios en una economía, o que satisfacen las necesidades de una comunidad o proveen los medios de sustento necesarios para los individuos.” Y ahora se define al “empleo” como “el trabajo efectuado a cambio de pago (salario, sueldo, comisiones, propinas, pagos a destajo o pagos en especie)” sin importar la relación de dependencia (si es empleo dependiente-asalariado, o independiente-autoempleo)”. En otras palabras, ahora uno puede decirse trabajador, aunque no reciba un pago por sus servicios o considerase empleado, aunque solo explore un emprendimiento por su cuenta.

La situación no es privativa de México, aunque sí se presenta con mayor agudeza que en otros países, de ahí que la ONU plantea entre sus Objetivos para un Desarrollo Sostenible la necesidad de generar “empleo digno”, entendido como aquel “trabajo que dignifica y permite el desarrollo de las propias capacidades no es cualquier trabajo; no es decente el trabajo que se realiza sin respeto a los principios y derechos laborales fundamentales, ni el que no permite un ingreso justo y proporcional al esfuerzo realizado…ni el que se lleva a cabo sin protección social…”.

Tan sólo con los aspectos antes mencionados, más otros muchos existentes que no se abordan por cuestiones de espacio, es posible comprender por qué las últimas dos generaciones hablan de “vivir juntos” en lugar de casarse, prefieren criar un perro o un gato, antes que asumir el compromiso de tener un hijo; buscan modelos de rentar oficinas para por hora (co-working) en lugar de establecer una oficina permanente. Ahora buscan esquemas compartir casa, (co-living o roomies) a fin de lograr la independencia de sus padres a bajo costo, ante la imposibilidad de adquirir una vivienda o asumir la deuda de un crédito bancario a largo plazo. Surgen economías disruptivas como Uber, para autoemplearse ante la demanda existente de un auto temporal de quienes no logran adquirir uno.

Los esquemas son muy diversos y los cambios en muchos aspectos han sido radicales, lo cierto es que les heredamos un mundo con problemas ambientales, sociales y económicos, que ahora no sólo tienen que enfrentar sino transformar, porque de los denominados Millennials y Centennials depende la transformación verde, necesaria para garantizar la existencia del ser humano en el Planeta; sus habilidades conciencia ambiental y habilidades serán la clave para asegurar un mejor futuro.

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