La muerte de cualquier persona me hace menos, porque soy parte de la humanidad;
por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti
– John Dunne
Nada por entender, por descifrar ni tratar de ver con otra perspectiva el día de hoy. El terrible hallazgo de Teuchitlán nos grita en la cara nuestra cruda verdad: nuestra vida común está desgarrada. No importa el número final de pares de zapatos, no son fotografías sacadas de contexto, no son suposiciones. Es nuestra vergüenza colectiva. Un gobierno indolente con una estrategia de atención -porque no de combate- al crimen organizado basada en los abrazos, porque “también son seres humanos”; la minimización de la evidencia, pidiéndole no llamarlos campos de exterminio; el estúpido y cínico intento de sembrar la duda sobre la procedencia de esos zapatos; el desprecio hacia las madres buscadoras y la protección a los líderes de cárteles, son una apología a la complicidad criminal.
Han sido los colectivos en búsqueda de desaparecidos, que suman más de 100,000 personas en México, quienes han dado con estos ranchos de reclutamiento y exterminio. No han sido los servicios de inteligencia, ninguna fiscalía, ni guardia nacional, ni algún remedo de presión por ninguna comisión de derechos humanos. Ha sido la ciudadanía doliente a quien ni siquiera se le ha dado el consuelo de sepultar el cuerpo de su ser amado desaparecido quien ha puesto al descubierto esta inconmensurable infamia.
Nos enfrentamos a la perversidad institucionalizada, donde el discurso humanista es la más grande mentira lacerante de la historia política de México. Se nos dijo que el problema del crimen organizado y la delincuencia se resolvería de raíz. Sin embargo, la pobreza y la deficiente educación de nuestro México, han sido objeto de manipulación estadística, para salir bien en la foto, pero en acciones concretas, ambas condiciones del pueblo mexicano, son blanco de la más abyecta negligencia. Ambas, pobreza e ignorancia, mantienen a la población en una ignominiosa vulnerabilidad, haciéndolas presa fácil de la industria del narcotráfico y de la trata de personas.
En un país sin oportunidades ni esperanza en el futuro, donde el hambre duele y donde luchar contra la violencia doméstica y de género es visto con suspicacia y desdén, tratando a los pobres como fichas de juego para ganar poder y donde se celebran expresiones pseudoartísticas que ensalzan el machismo y el narcotráfico, ondear la bandera del humanismo es un vergonzoso y malévolo engaño.
Hoy Teuchitlán somos todos y todas. Compartimos la misma vulnerabilidad. Teuchitlán es motivo verdadero de luto nacional. En Teuchitlán, con los cuerpos incinerados de cientos de desaparecidos, ha muerto nuestra ilusión de que hay esperanza para nuestro país. Nos encontramos en una espiral descendente donde la flojera, el desinterés y el profundo egoísmo y avaricia de las autoridades políticas, empresariales y sociales han desgarrado el tejido de nuestra vida común.
¿Qué más nos tiene que doler para darnos cuenta que nuestras mentes y nuestros corazones han sido secuestrados por la creencia de que somos ajenos y somos inmunes a esta realidad? ¿Qué más necesita pasar para dejar de creer que la empatía y la tolerancia son meramente generosa condescendencia y comprender que realmente lo que le pasa a uno, a una, nos está pasando a todos? Como dijo Dunne, hoy las campanas doblan por ti y por mí.
