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Nudos de la Vida Común. Del cambio a la transformación … en la era de la 4T

Tercera parte

Cambiar no siempre equivale a mejorar, pero para mejorar, es necesario cambiar

-Winston Churchill

Hace seis años, México recibió la promesa de una cuarta transformación que, según el Presidente, sería tan profunda como la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. De acuerdo con López Obrador, el objetivo de esta transformación era eliminar los privilegios y abusos de los altos funcionarios públicos, quienes durante décadas no solo han agraviado a una población mayoritariamente en pobreza, sino que han hecho que esta pague el precio de la corrupción con una calidad de vida inferior a lo mínimo digno para un ser humano.

Indudablemente, esta es una realidad cuyo cambio no puede aceptar ni aplazamiento ni negociación. Es necesario si o si.  Sin embargo, este giro al curso histórico del país no depende de que sea hacia la derecha o hacia a la izquierda. Eso es lo de menos. Ninguna de las dos fórmulas es exitosa por sí misma, y más bien, ambas comparten que su principal limitante es la corrupción, que se da en ambos lados de la moneda y que desafortunadamente, parece enraizada en la cultura mexicana.

Con la conciencia de que puede sonar simplista, las diferencias entre un modelo político-económico de derecha, capitalista y uno de izquierda, socialista o incluso comunista, es quien es el dueño de los medios de producción y qué tanto interviene el Estado sobre la actividad económica. Ambos modelos en sus versiones extremas, otorgan un poder ofensivamente superior a un lado de la balanza. En el capitalismo, como su nombre lo sugiere, el poder lo tienen los dueños del capital, quienes marcan objetivos y metas alineados a sus intereses. Al gozar de las prerrogativas que les da tal poder, se abren innumerables puertas para la corrupción, pues cuando el fin es lograr aumentar dicho capital, los medios para lograrlo son los mismos dineros. En los régimenes de izquierda, las industrias básicas son propiedad del Estado (ningún país tiene la capacidad actualmente de producir todos los satisfactores para la población sin tener que recurrir a la inversión privada), pero el nivel de intervención del Estado puede llegar a ser totalitario, pues los medios para alcanzar los objetivos, son las leyes e Instituciones. Nuevamente, en este extremo, la concentración del poder abre igualmente paso a la corrupción. Cuando el desbalance de poder se encuentra con la avaricia, sobreviene la podredumbre del espíritu y esto no es una cuestión de derecha o izquierda, sino de fortaleza y rectitud humana.

El propósito de la 4T, en sí mismo, es valioso y necesario.  El problema es que para resolver este nudo, más que un cambio en políticas públicas y leyes que lleven el poder de un extremo al otro, se necesita una transformación interna de gobernantes y gobernados para que juntos construyan estructuras políticas que equilibren la distribución de tal poder. El discurso humanista de un mundo justo y feliz, sostenido por los mismos actores políticos del siglo pasado y el regreso de políticas económicas y estructuras de poder desbalanceadas de esa época, resultan insuficientes para penetrar en la conciencia y el sentido de comunidad e interdependencia que tenemos los seres humanos.

La oferta de AMLO hace referencia a movimientos sociales donde las y los mexicanos se involucraron activamente, hasta el punto de tomar las armas.  En estos momentos de la historia, sería una barbarie siquiera considerar un compromiso violento de parte de la población como sucedió en las gestas históricas de referencia. Sin embargo, esta condición de involucramiento activo de la sociedad civil es imprescindible para lograr la muy necesaria transformación en nuestro país.

La corrupción es un cáncer que hace metástasis en las diferentes dimensiones culturales de las sociedades.  Cuando normalizamos y hasta justificamos los abusos de poder y de uso de recursos para lograr los objetivos de particulares, ya sean empresarios o servidores públicos, nos sumamos a una cultura donde tener un amigo en el seguro social me agiliza la atención o un trato diferenciado, o donde en lugar de enfrentar mi responsabilidad por violar una ley de tránsito, mejor me arreglo con el agente que me detiene y “todos ganamos”. En este enraizamiento cultural de la corrupción, lo que ha logrado la 4T -al igual que los gobiernos anteriores- ha sido simplemente cambiar el poder de manos y eso nunca detendrá la corrupción.

Sabemos que este es un tema de valores, actitudes y compromiso personal, y para tener una transformación verdadera en nuestro país, debemos empezar con nosotros mismos. Sin embargo, con la bruma mental que produce el discurso político en una sociedad con una educación que se conforma con ser más una guardería que una institución formadora del intelecto y del espíritu, se antoja difícil creer que cada ciudadano asumirá espontáneamente su responsabilidad ética sobre su propio actuar, por la inspiración de esas personas, que más que líderes, se presentan como ídolos a quienes adorar y por tanto, a quienes no hay nada que cuestionar, como si fueran deidades y no seres humanos. 

Lo ideal para nuestro país, es que los ciudadanos nos transformemos a nosotros mismos y seamos los que apliquemos cero tolerancia a la corrupción en todos niveles y actuemos con consciencia comunitaria y solidaria. Que nos olvidemos, pues, del qué tanto es tantito y de que el PRI robó más. De eso se trata la transformación, de la decisión interna de actuar tomando el bien común como medio y fin al mismo tiempo.

Esto, sin embargo, requiere de un despertar social, que sin duda, lleva tiempo y esfuerzo en educarnos para la paz y la armonía. Lo primero que se necesita es que alguien de el primer paso y ahí cada uno de nosotros y nosotras, podemos decidir sumarnos a un frente común. Mientras tanto, la forma en que colectivamente podemos cerrar la llave de la corrupción, es manteniendo el balance de poderes, en todos sentidos.  En la vida económica, estableciendo mecanismos que equilibren las fuerzas productivas y en la social, las fuerzas políticas.

¿Qué transformación podríamos esperar de parte de los gobernantes? Un compromiso indeleble por mantener un balance de poder en todas las relaciones humanas y sociales, para que así construyamos una vida común donde todos y todas podamos florecer.

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