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Nudos de la vida Común. La última marcha

“Es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: los que provocan la miseria o los que luchan contra ella”. Julio Cortázar

El día en que en la cultura mexicana se haya erradicado el machismo, veremos la última marcha exigiendo los derechos de las mujeres a la igualdad y a una vida libre de violencia. La verdadera transformación que México demanda hoy, es en su superestructura, es decir, en los valores y creencias que sustentan el orden social. 

La lucha de las mujeres, no tiene nada de conservadora. Por el contrario, busca romper ese orden milenario que nos ha hecho objeto de violencia normalizada, de lascivia, de discriminación, de dominación y de profunda desigualdad.   Desafortunadamente, un cambio cultural es un proceso sumamente largo que puede tomar generaciones completas para llevarse a cabo.  Y entre más tarde en iniciar, más tiempo se necesitará para que suceda.

Las críticas al radicalismo feminista son una expresión de la resistencia a cambiar el orden social y son una evidencia de la insensibilidad al radicalismo machista. Nunca podremos justificar la violencia, pero es imperioso entenderla para poder eliminarla.

En este lamentable fenómeno del uso de la violencia para combatirla, aplica muy bien la segunda ley de Newton: a toda acción, corresponde una reacción de la misma fuerza pero en dirección opuesta.  Ante el valor social tan arraigado del dominio masculino, impuesto sutilmente con roles de género, pero ejecutado a ultranza recurriendo hasta la violencia, corresponde una reacción que no clama la misma supremacía, sino la igualdad. Pero la demanda con la misma fuerza.

Las marchas son un mecanismo de sensibilización. Son  alertas sociales para cuestionar el orden establecido en nuestra vida común. Deberían  ser detonantes de diálogo, no de opresión, como fue la ultrajante actuación de la policía en la aprehensión de manifestantes en Morelia durante la conmemoración del día de la mujer, donde la única flagrancia, fue la consigna de parte del gobierno de amedrentar a las féminas en lucha.  Este deleznable hecho, fue una muestra cínica de cómo se quiere preservar lo que este movimiento busca cambiar.

Ahora, cuando hablamos de los problemas que dan pie a este movimiento (discriminación, desigualdad, hostigamiento, acoso y violencia sexual), por lo general se llega a la conclusión de que es un tema de valores y que “esos” se enseñan en casa.  Pero este es un tema que trasciende la intimidad del hogar pues tiene un alcance social.  En la convivencia que tenemos como personas en diferentes ámbitos, nuestros valores desencadenan conductas que tocan y trastocan la vida de los otros.  Es entonces donde debemos reconocer que es urgente abrir un diálogo social donde nos pongamos de acuerdo en los valores que necesitamos compartir para lograr una interacción sana y armoniosa. Se trata de una tarea en que no se puede dejar solas a las familias, porque como en toda situación de abuso, ni la víctima ni el victimario están en capacidad de detenerlo.  Si como testigos, no actuamos en lo individual y en lo colectivo, somos cómplices de que se perpetúe esta situación.

El poder que se confiere al gobierno para que regule nuestras relaciones en la sociedad, es suficiente y debe estar al servicio de esta necesaria transformación social. Necesitamos impulsar una nueva cultura,  con valores consensuados entre los diferentes actores sociales, pero impulsada por la capacidad de comunicación y ejecución del gobierno.

Así, es urgente una agenda pública por la igualdad y la erradicación de la violencia de género. Gran parte de esta agenda debe atender a la necesidad de reeducarnos y desnormalizar la discriminación, el acoso y la violencia hacia la mujer.  Desde el gobierno, es necesario impulsar de manera obligatoria, el establecimiento de protocolos de prevención de violencia de género en centros laborales, instituciones educativas y espacios públicos, procurando alcanzar todos los espacios donde confluimos hombres y mujeres y así poder transformar nuestro acercamiento a la forma en que nos relacionamos.

La finalidad última de estos protocolos, es sensibilizar, concientizar y desplegar esta nueva cultura. En ellos, debe hacerse un pronunciamiento firme repudiando todo acto de discriminación y violencia hacia la mujer, ya sea en lo físico, lo material, lo económico o lo psicológico.  Así mismo, deben representar un compromiso de las instituciones y organizaciones por generar una cultura de respeto, igualdad e inclusión así como por difundir el conocimiento sobre lo que significan e implican este tipo de violencias, asegurarse de la comprensión de las mismas y de la concientización de todas las personas que son miembros de la comunidad. 

De igual manera, es necesario que estos protocolos establezcan estrategias de prevención específicas, como son la eliminación de situaciones que pongan en vulnerabilidad a las mujeres frente a posibles agresiones, como relaciones de poder inequitativas por cuestiones de jerarquía. También deben incluir mecanismos de denuncia y atención dentro de las instituciones y  organizaciones. Ante una denuncia, la institución debe tener un protocolo de atención, que proteja, investigue y sancione a transgresores, en un marco de justicia, transparencia y respeto a la dignidad de cada persona.  Todo ello, independiente a las denuncias y actuaciones que correspondan ante las autoridades civiles. 

Por último, estos protocolos deben diagnosticar el nivel de gravedad del problema al interior de cada comunidad educativa o laboral y establecer indicadores que permitan evaluar los avances que se vayan logrando en esta transformación de la cultura propia de la institución.

Existen cuatro instancias en la vida de una persona para ser educada: la primera y más poderosa, es el núcleo familiar. La segunda, la escuela. La tercera es el círculo de amistades. Si en todos estos grupos sociales  falla la formación en valores, nos queda una última oportunidad, que afortunadamente tiene un gran alcance y un alto poder transformador: el centro laboral.  No se trata de que éstos se conviertan en jueces, sino que promuevan una cultura cívica a partir de su gran capacidad de influencia en la vida de las personas y que a la vez, cumplan con su responsabilidad social de ser agentes de beneficio para la sociedad. Estas organizaciones, si bien, no son la causa primera del problema, tienen amplia capacidad para contribuir a su solución.

Si me lo permiten, amables lectores, en la siguiente entrega, continuaremos esta conversación, explorando los niveles que necesitan ser trabajados para lograr una sólida transformación cultural en el país.

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