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Nudos de la vida común. Las Locuras de los Súbditos del Emperador

Si logras que la gente crea absurdos, puedes hacerlos cometer atrocidades – Voltaire

¿Cómo explicar que la caída de más del 18% de PIB en el segundo trimestre del año, 67,000 fallecidos por COVID19, el desabasto de medicamentos para los niños que padecen cáncer, los graves incrementos de niveles de inseguridad y de corrupción en el país, las altas tasas de feminicidios y la evidente amistad oficial con el narcotráfico son hechos insuficientes para que, al menos, se ponga en duda la capacidad de la 4T?

Con frecuencia escucho que el mal de nuestros tiempos es la pérdida de valores en las personas y la subsecuente señalización del juicio moral sobre sus actos. Ciertamente, los valores humanos sufren de una transformación a través del tiempo y diferentes contextos. Más aún, todo ser humano, en algún momento de su vida, se va a encontrar ante una situación donde se le presentan dos o más valores altamente apreciados pero que entran en competencia entre sí, y donde tomar una decisión al respecto le representa un conflicto moral. Un ejemplo de ello es lo que seguimos viviendo de cara a la pandemia: entre controlar el contagio del virus – evitando la pérdida de vidas humanas – o salvar la economía.

Albert Bandura1 explica que todos manejamos estándares morales pues éstos nos dan un sentido de nuestro propio valor y por ello los defendemos muchas veces con intensa pasión. Que alguien los ponga en tela de juicio representa una amenaza a nuestra más profunda identidad. Estos estándares también cumplen una función de autorregulación de nuestro comportamiento y toma de decisiones.

No obstante, cuando se presentan valores en conflicto, el ser humano, en su afán de proteger su autoimagen, aplica – de manera consciente o inconsciente – mecanismos de desconexión moral a dichos estándares individuales o sociales lo cual puede llevarlo a caer en lo absurdo o peor aún, cometer atrocidades.

Uno de estos mecanismos es la justificación moral. En una población donde casi el 90% declara profesar una fe cristiana en cualquiera de sus vertientes, “no robar, no mentir, no engañar” es prácticamente el pase de entrada al cielo, donde obtendremos el premio mayor por la fidelidad a nuestra identidad. La también evangélica frase “primero los pobres” es una premisa incuestionable. El poder de estos lemas promocionales en la psique humana es enorme, pues se convierten en el arma que excusa todo error, por evidente que sea. Se identifica al orador con el discurso y contradecir al primero es invalidar al segundo. El fin justifica los medios y alcanzar los acariciados ideales justifica las torpezas en el camino a la tierra prometida.

Un segundo mecanismo es la sanitización del lenguaje. “No es corrupción, son aportaciones para fortalecer el movimiento” y comparar a Leona Vicario con Pío López Obrador son eufemismos para enmascarar el delito. Contribuir a la transformación del país es patriótica y románticamente noble, cómo lo eran aquellas anécdotas de gente humilde donando gallinas para pagar la expropiación de la industria petrolera. ¿A quién no le gustan los cuentos de hadas?

Las comparaciones ventajosas son un chiste que se cuenta solo. 110 años de presidencialismo fallido, forzosamente son peores que dos años de la 4T. Eso dice la lógica, sin importar que económica y socialmente hayamos retrocedido 70 años…en solo dos. De manera análoga, los terroristas del 11-S se veían a sí mismos como mártires comparados con las crueldades que han sufrido sus congéneres. Y seguramente murieron con la conciencia tranquila.

El cuarto y quinto mecanismos son de lo más popular. El desplazamiento y la dispersión de la responsabilidad. El primero es usar autoridades innegables – como es invocar a los héroes de la Patria o al mismo Papa Francisco-, señalar que se trata de incidentes aislados de feminicidio o la cobarde incriminación de los subordinados “pues en la cabeza ya no hay corrupción”.

La dispersión de la responsabilidad también tiene tres caras: la toma de decisiones por parte de un colectivo, como la consulta a mano alzada para suspender el AICM; el anonimato de la acción grupal “el pueblo bueno y sabio” y el fraccionamiento de las actividades, como presentar acciones concretas aisladas para perder de vista la fotografía completa, como la rifa de un avión en el noble discurso de contribuir al sistema de salud, pasando por alto la irresponsable desaparición del seguro popular.

El séptimo mecanismo de Bandura es la desestimación o distorsión de las consecuencias. Es más fácil hacer daño cuando el sufrimiento no es visible o cuando las acciones y sus efectos son física y temporalmente remotos. Un ejemplo del primer caso, es la violencia psicológica en los entornos domésticos, educativos y laborales, cuyas consecuencias son intangibles pero reales. O la comparación de las personas en situaciones de pobreza con mascotas indefensas incapaces de proveerse a sí mismas, que además de atentar contra la dignidad de la persona, genera dependencia y sometimiento en el mediano plazo. Históricamente, el endeudamiento público ha sido una solución inmediata a la reparación económica del país, con la consecuencia de la limitación del desarrollo económico por tener comprometido el presupuesto público futuro en el pago de los intereses derivados de la deuda.

Por último, tenemos la deshumanización. 67,500 fallecidos, sin nombre y apellido solo es un número, minimizados en una población de más de 120 millones. Decir que son más víctimas de su obesidad, de su hipertensión o su diabetes más que del COVID19, es atribuirles a ellos la culpa del mal manejo de pandemia para acallar la conciencia. O como la respuesta de algunos normalistas michoacanos en las redes sociales sobre el lamentable caso de Julio César Chagolla, justificando la acción del gobierno municipal morenista, encabezado por el líder moral del magisterio local, por la conducta irregular del joven derivada de una enfermedad mental.

Le concedo razón a Bandura en la explicación de este nudo: ¿cómo gente buena puede apoyar incondicionalmente un régimen sino perverso al menos incapaz? Salvaguardando su autoimagen, protegiendo su identidad, mediante mecanismos muy humanos. No es locura, es desconexión moral.

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