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Urbanópolis. Del miedo a la esperanza

El título de esta columna es el título de una conferencia del Dr. Sergio Fajardo, que sintetiza la esencia de su gestión como alcalde de la ciudad de Medellín, Colombia, cuando entre otras cosas, pasó de 6,500 homicidios durante 1991 a 630 en 2007. La semana pasada el reputado docente, académico, matemático y político visitó Morelia gracias al patrocinio del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), que tuvo el acierto y gentileza de organizar varias reuniones con diferentes sectores de la sociedad, con la finalidad de que el ahora profesor del Tec., expusiera sus experiencias como acalde.

La relevancia de su visita radica, en primer término, en haber logrado una gran transformación de la ciudad colombiana a grado tal, que ha sido merecedor de diferentes reconocimientos nacionales e internacionales y, en segundo término, porque hoy más que nunca resulta pertinente la divulgación de la experiencia colombiana, pues como el mismo Fajardo señala en sus charlas, México está en un contexto muy similar al que vivió Colombia, y que se resume en la frase la colombianización de México.

Sin dudas, escucharlo resultó sumamente interesante, no sólo por su forma amena de explicar y la claridad en la exposición de sus ideas, sino porque evidencia que el éxito logrado tiene como fundamento una nueva forma de hacer política, haciendo uso de los conocimientos académicos, de asumir el compromiso de comprender la realidad del ciudadano más afectado y desfavorecido, pero no desde una perspectiva desde la que se le juzga e incluso se le culpa de su realidad, sino para comprender su lógica de actuación y poder incidir en mejorar sus condiciones de vida.

Con una claridad que le da su formación de matemático y científico, Fajardo sintetiza la problemática que caracterizaba a Medellín, a través de un esquema con tres árboles, para representar los principales problemas de Medellín: desigualdad, violencia y corrupción. Ilustra que las raíces son tan profundas y se encuentran entrelazadas en múltiples lugares y situaciones, “condición por la cual no podemos pretender resolver cada problema por separado”.

Lo identificado para Medellín, desafortunadamente, puede aplicarse a muchas ciudades mexicanas. La desigualdad, por ejemplo, en el sistema educativo que durante el pasado sirvió como factor de integración social, hoy se ha convertido en un gran factor de división y discriminación. Existe una diferencia abismal entre la educación privada y la pública, el simple acceso o no a la educación constituye uno de los factores que propician más desigualdades y, por lo tanto, más injusticia.

Cuando aborda la grave situación de inseguridad que se vivía en Medellín, señala: “la violencia alteró los patrones culturales y afectó a casi todas las esferas de nuestra sociedad con sus secuelas negativas y destructivas: inseguridad, ilegalidad, desconfianza y muerte. El miedo nos acorraló y atomizó. En algunos sectores de la ciudad los “duros” del barrio, armados y agrupados en bandas, se volvieron el modelo para imitar de muchos jóvenes. Para defendernos, inventamos murallas invisibles, nos incomunicamos y nos acostumbramos a vivir desintegrados, en círculos reducidos, detrás de rejas”.

No debo omitir señalar que por momentos al escucharlo pensaba que se refería a lo que acontece en muchas ciudades de nuestro país; donde lo que denominamos ciudad no es más que un conjunto de fragmentos cada vez más inconexos y diferentes, donde dependiendo de las posibilidades económicas, nos refugiamos en fraccionamientos privados o privatizamos la calle, asumimos como espacios públicos de encuentro los recintos privados como un club, café, centro comercial o en su defecto un grupo en específico se apropia de un espacio público como parque, calle o plaza, en detrimento del disfrute de los demás.

La solución integral a la violencia de profundas raíces en Medellín exigió dos acciones simultáneas: acercarse a quienes militaron en grupos ilegales para convencerlos de no volver a las armas, y desplegar intervenciones integrales con las poblaciones vulnerables para disuadirlas de acudir a la violencia. El reto consistió en ofrecer alternativas para aquellos jóvenes que, “aun habiendo crecido en medio del conflicto, no tomaron las armas como alternativa, pero estaban allí, ´atrancados´, sin oportunidades para seguir educándose y obtener ingresos para su familia”.

Uno de los aspectos más relevantes y conocido fue, sin duda, la transformación urbana acontecida en la ciudad de Medellín, en palabras de Fajardo “Le apostamos pues a cambiarle la piel a la ciudad. Donde antes hubo violencia, temor, desencuentro, hoy tenemos los edificios más bellos, de la mejor calidad, para que todos y todas podamos encontrarnos alrededor de la ciencia, de la cultura, de la educación”. Resulta interesante la visión desarrollada por el entonces alcalde sobre el urbanismo y la arquitectura, tal vez por ser hijo de un destacado arquitecto, pues consideró fundamental construir edificios de alta calidad constructiva y estética en los lugares en los que la presencia del Estado había sido mínima, era necesaria la recuperación del territorio para posteriormente entregarlo a la ciudadanía.

Lo anterior se ilustra en materia educativa, su primer paso hacia lograr la calidad en educación y disminuir las desigualdades fue dignificar los espacios: “Cuando el niño más pobre de Medellín llega al mejor salón de clases en la ciudad, enviamos un mensaje poderoso de inclusión social”. Bajo esta lógica, se construyeron bibliotecas, escuelas de música, museos y demás equipamiento cultural en barrios marginados que propiciaron que sus habitantes se sintieran orgullosas: “Lo que estamos diciendo con esa biblioteca o ese colegio, con arquitectura espectacular, es el edificio más importante del barrio y enviamos un mensaje muy claro de transformación social”.

Las experiencias compartidas fueron muchas, pero, sin duda, el mensaje fue claro y contundente: Se debe actuar de forma integral en la transformación social y generar la interconexión de la ciudad es fundamental, recuperar los espacios arrebatados por la inseguridad a la ciudadanía, sólo es posible de la mano de los propios habitantes, gobierno y sociedad, juntos, bajo reglas muy claras de transparencia e inclusión en las decisiones. En palabras de Fajardo: “Logramos reducir sensiblemente la probabilidad de que alguien busque en la ilegalidad una alternativa de vida, lo cual disminuye la violencia, y las intervenciones sociales toman más fuerza, y así sucesivamente… Por eso cada día estamos mejor”.

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