Sentirse vigilado es una sensación cada vez más frecuente en nuestras ciudades; la presencia de cámaras de vigilancia o saber que somos videovigilados nos causa una sensación de seguridad, pero también, de inseguridad, al asumir que si existe vigilancia es porque hay algún riesgo. Hoy por hoy, la búsqueda de seguridad resulta ser un anhelo de toda persona, lo que ha llevado a construir fortalezas dentro de la ciudad, muros y casetas de control que no sólo dividen y segregan a la población, sino que, propician que pasemos de ser vigilados a vigilantes, cuando ejercemos nuestro derecho a vigilar a los demás.
Para comprender de mejor manera este proceso resultan pertinentes al menos dos antecedentes. El primero es el edificio panóptico diseñado por Jeremy Bentham en 1791 y el segundo antecedente, es el planteamiento que al respecto realiza Michael de Foucault, en 1975.
El inglés Jeremy Bentham denominó panóptico a un edificio diseñado de forma circular (similar a una dona) en el cual se distribuían a lo largo del perímetro los espacios donde se ubicaba a los residentes y se dejaba al centro un punto desde el cual es posible no sólo observar, sino observar a cada una de las personas ubicadas en el perímetro. Este diseño arquitectónico resultó sumamente emblemático de la era moderna, debido a que brindaba una solución al problema de cómo ejercer control y vigilancia, a partir de un número reducido de personas, sobre un conjunto numeroso de individuos.
Si bien los casos más emblemáticos y conocidos de la aplicación de este principio de diseño fueron las cárceles, por ejemplo la de Lecumberri en el CDMX, el principio de vigilancia panóptica ha tenido múltiples aplicaciones y adaptaciones en hospitales, donde el sitio en el que se concentran las enfermeras y doctores queda al centro, ubicando en su perímetro a los enfermos; otro caso similar es el de los nosocomios, cuarteles militares, incluso escuelas y todos aquellos sitios en el que se asume que debe existir un control de los usuarios pero con poco personal.
Lo relevante del diseño es que los individuos ubicados en el perímetro del inmueble, no pueden ver a las personas que los observan, de forma tal que, el inmueble logra que se sientan vigilados en todo momento, aún y cuando no haya personas vigilándolos. Dicha sensación propicia que las personas se comporten de una forma distinta al saberse observados.
Michael Foucault, historiador, psicólogo, filósofo y teórico social, uno de los grandes pensadores del siglo XX, (esta semana se celebra un Congreso Mundial para conmemorar 40 años del legado) retoma los principios del panóptico para conceptualizarlo como una máquina de crear y sostener una relación de poder, independientemente de quién lo ejerza, pues induce en los individuos un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder.
A partir de los componentes básicos de la conciencia de la vigilancia, la disociación de la mirada y el aislamiento es que, a juicio de Foucault, se hace posible comprender las relaciones del poder, no sólo con las representaciones del Estado, sino entre los habitantes de una ciudad.
Hoy en día, es por demás evidente que los habitantes de una ciudad, en lo individual y en lo colectivo ejercemos nuestro derecho a observar al otro. Se ven cámaras de vigilancia en las calles, a través de las cuáles las autoridades asumen su responsabilidad de “cuidar y vigilar” a los ciudadanos. Pero también existen las cámaras instaladas por ciudadanos, para cuidarse de los otros, para ver todo lo que hacen. Incluso se venden cámaras falsas, para sólo crear la sensación de estar en la mira.
La sensación, que menciona Foucault, de sentirse vigilados todo el tiempo, es posible experimentarla cuando vemos casetas de vigilancia con vidrios de espejo, que no permiten asegurar que hay personas del otro lado observando. Tal y como acontece con las torres móviles de supervisión, que la autoridad instala, casi siempre vacías de personal, pero que generan el sentimiento de estar vigilados más que cuidados, y ni qué decir de las imágenes que se instalan en carreteras, simulando patrullas, para obligarnos a modificar nuestro comportamiento (disminuir velocidad) al sentirnos inspeccionados, al menos durante unos minutos hasta que distinguimos que no es una verdadera patrulla.
Son innumerables y cada vez más comunes los casos en los que, los ciudadanos amenazan a sus semejantes con grabar, desde su celular, su comportamiento. El poder de ejercer vigilancia e incluso anunciar que se hará acreedor a la sanción de ser exhibido, es una muestra evidente de esta relación de poder que define Foucault al afirmar que:
“El poder debe analizarse como algo que circula, como algo que sólo funciona en cadena. Nunca se localiza aquí o allá… El poder se ejerce en red y, en esta, los individuos no sólo circulan, sino que están siempre en situación de sufrirlo y también de ejercerlo”.