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Urbanóplis. Interacción social y consumo

Hace ya varios años quedé de reunirme con unos amigos y compañeros de la Universidad; uno de ellos propuso vernos en un café ubicado a sólo dos cuadras de nuestro lugar de trabajo. En mi primera visita a dicho lugar me encontré con la agradable sorpresa de que casi la totalidad de los asistentes eran compañeros universitarios, algunos trabajando un artículo, preparando clases, tal vez por la disponibilidad de un buen internet, pero en realidad era algo más, porque incluso algunos, revisando trabajos o brindando asesoría a algunos alumnos o tesistas, y hasta me atrevo a pensar que algunos simplemente arreglando el mundo, lo que comúnmente calificamos como “grillando”.

Con el paso del tiempo fui observando que voluntaria o involuntariamente formaba parte de un grupo de asistentes recurrentes; lo relevante del caso es que con muchos de ellos logramos pasar del cotidiano saludo del “hola”, “buenos días”, “que tal”, que por años intercambiábamos cada que coincidíamos en pasillos de Ciudad Universitaria, a sostener una conversación sobre las noticias del día, el acontecer universitario.

Lo anterior generaba una dinámica en la que se acudía al café con la seguridad de que siempre se encontraría a alguien conocido, con quién platicar, incluso por lo reducido del lugar resultaba común que se compartiera mesa con alguien que estaba solo en una mesa o en calidad de “mientras” llegaba la gente que se esperaba.

Con el tiempo observé que no se trataba sólo de disfrutar de un buen café a un precio justo y accesible; lo que en verdad propiciaba que estudiantes y profesores acudieran de forma cotidiana era la posibilidad de encuentro, de convivencia social. En toda sociedad los individuos requieren de tejer redes sociales. Así que, desde esta perspectiva, lo que observaba en este café era lo que se denomina por algunos sociólogos una práctica social.

Las prácticas sociales son un tema por demás complejo que ha dado origen a postulados teóricos y metodológicos; pero hoy sólo interesa señalar que en su definición más común, se trata de formas de actividad que se despliegan en el tiempo y en el espacio; grosso modo, toda práctica involucra tres elementos: los corporales, es decir las actividades o movimientos que implican al cuerpo; las actividades mentales, relacionadas con las emociones, motivaciones y significados, entre otros; así como al conjunto de objetos y materialidades que participan de la ejecución de la práctica social.

Desde esta perspectiva, lo que he vivido en el café y que ahora describo, no es privativo de este sitio, por el contrario, me atrevo a afirmar que muchos otros establecimientos de café, restaurantes o infinidad de lugares que permiten o provocan una serie de prácticas sociales, que implican, sin lugar a dudas, que nos desplacemos hasta ese sitio en particular, tal vez en busca de un “ambiente” específico, posiblemente sólo por la garantía que tenemos de encontrarnos con personas conocidas o afines en determinados temas y, sin menoscabo de la relevancia que puede representar el pretexto de degustar un buen café o disponer de internet gratuito.

Me atrevo a afirmar que, para la mayoría de los asistentes, el pretexto del café era secundario ante la oportunidad del encuentro y la charla. Recordé que para el sociólogo inglés Anthony Giddens, las prácticas sociales son un aspecto constitutivo de la vida social sobre la cual se generan y operan las estructuras sociales. En otras palabras, y de acuerdo con el sociólogo francés Pierre Bourdieu, estas interacciones que establecemos con las demás personas a través de infinidad de prácticas, como jugar algún deporte, acudir a un club social, realizar actividades específicas, formar un colectivo, entre otras muchas más, son lo que nos permite desarrollar las redes sociales que constituyen el aglutinante de cohesión social tan necesario.

Ahora bien, el caso descrito, y que corresponde a la experiencia del café Lungo, es tan sólo una muestra de lo que acontece en nuestra sociedad, en donde el ocio como actividad primordial y necesaria de todo individuo, ha sido aprovechada para ligarla al consumo, de forma tal, que la recreación implica consumo y gasto. Pensemos en un centro comercial, en un gimnasio, un café, un restaurante, el cine y tantos otros lugares a los que regularmente asistimos en ratos de ocio, diversión o, peor aún, como estrategia de encuentro social. De hecho, a partir de la noticia del cierre del café, la pregunta recurrente entre los asistentes es “¿A dónde nos vamos a ir?”, como deseando que el cambio de sitio no implique la pérdida de las redes ya construidas.

Bourdieu señala con toda claridad que las prácticas anteriores nos han llevado a un encuentro entre iguales, de acuerdo con el nivel socioeconómico de los individuos, de forma tal que el encuentro se da en sitios a los que se acude, a sabiendas que se encontrará gente conocida o de un perfil similar y afín, así, quienes van a un colegio privado acuden a ciertos bares, gimnasios, tiendas o restaurantes a sabiendas que son frecuentados por sus conocidos. De igual forma, en cada estrato socioeconómico se cuenta con prácticas sociales particulares que se desarrollan en sitios específicos que garantizan el encuentro entre iguales.

Lo lamentable, de acuerdo con este último autor, es que en la medida que la relación social sea sólo horizontal, entre iguales, la sociedad en su conjunto pierde lo que se denomina capital social, y del que dependen aspectos fundamentales como la denominada solidaridad, que caracterizó, por ejemplo, a la sociedad de la CDMX, cuando ocurrieron los sismos de 1957 y 1985. Prueba de lo anterior es que ahora podemos enterarnos por la prensa de alguna inundación, derrumbe o daños por sismo en nuestra propia ciudad, pero por no afectarnos consideramos que se trata de un problema ajeno y que deberá de resolver el gobierno y los directamente involucrados.

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