Pongo en duda que haya una nueva normalidad, como suponen que se tendrá, tan sólo los últimos días hemos visto que las personas repiten conductas y hábitos, suelen ser las mismas, lo preocupante es que muchas son incapaces de asumir civilizadamente que pueden contagiar y contagiarse, lo cual me parece una irresponsabilidad brutal, me asusta el individualismo nihilista que persiste en la sociedad.
En estos días de confinamiento, ha surgido una campaña de reconocimiento hacia quienes nos cuidan y procuran, aunque sólo ha focalizado su atención en áreas de servicios de salud, sin hacer visibles a quienes nos proveen de servicios de primera necesidad, como las personas que siguen trabajando para que este mundo no colapse, por ejemplo las que trabajan en el campo con lo que elaboramos la comida, ya que gracias a ellas no hay desabasto.
Esta pandemia ha servido para evidenciar que hay personas que nos cuidan y nos proveen de lo esencial y que no son reconocidas ni mucho menos valoradas, porque justamente el cuidado hacia los demás está devaluado, se parte de la idea de que es voluntario, inclusive está institucionalizado el voluntariado, son espacios honoríficos, en los que se trabaja mucho y no se paga, sabiendo que el voluntariado es en si el cuidado de las personas y en los que participan “casualmente” mujeres.
Otra de las funciones esenciales las desempeñan quienes realizan el aseo público, pese a la contingencia no ha sido suspendido el servicio de quienes recogen la basura, y es que, hay que decirlo, que el confinamiento aumenta considerablemente la producción de desechos principalmente orgánicos, dado el incremento de alimento y el desperdicio al que estamos acostumbrados a generar indiscriminadamente.
Es importante destacar cómo hemos respondido al cuidado en general, con sus distinciones las cuales ubicamos perfectamente, aunque también hemos visto a personas que posiblemente nunca habían colaborado solidariamente como ahora lo hicieron, algunos obligadamente, posiblemente reticentes por miedo al contagio, lo que genera una psicosis casi imposible de contener, pero también hay que reconocer que hay un estigma social que es la base de la discriminación hacia la población empobrecida y vulnerable a la que muchas veces se juzga porque se cree que se elige ser pobre y no salir adelante porque son flojos y mantenidos o bien que deben quedarse en sus casas aunque no tengan para comer.
El asunto central de todo esto son los cuidados, esos que son necesarios e indispensables, esos que nos permiten sentirnos arropados y queridos/as, ya que desafortunadamente esta labor está completamente feminizada, como si el cuidar fuera inherente a las mujeres por naturaleza, y que además no debe pagarse.
Una política pública que ponga en el centro la reivindicación del cuidado, de las actividades de procuran cuidados, es fundamental no sólo para reducir las brecha de género sino para acceder a la justicia desde las relaciones de género y familiares, y con ello poder desahogar las demandas de lo familiar, que lo que se busca casi siempre por parte de las mujeres, ya sea esposas o madres, es la obligatoriedad a que los hombres reconozcan que deben cumplir con esta función esencial.
De no hacerlo, de seguir con la normalidad antes COVID-19, seguiremos con la misma desigualdad de género pero reforzada colocando a las mujeres en condiciones de mayor opresión y explotación, ya que no sólo tienen que trabajar para acceder a recursos para la sostenibilidad, además de los cuidados, la crianza, la elaboración de la comida y la realización interminable de las labores domésticas, convirtiendo esto en una forma de esclavitud en donde no hay descansos ni tiempos para el cuidado de sí misma, porque ahora lo público que es el trabajo se posicionó del hogar, es decir de lo privado, en donde las condiciones nunca han sido las óptimas porque son los hijos y mayoritariamente las hijas realizan el trabajo invisibilizado que sus madres no pueden realizar. Ejemplo de ello es la maquila, donde a los patrones al ver que las mujeres faltaban, porque no había quien cuidara a sus hijos e hijas, se les ocurrió la grandiosa idea de que se llevaran el trabajo a casa, precarizando aún más las condiciones no sólo de la madre sino de la familia completa al naturalizar el trabajo infantil.
Bajo esa condición y posición que enfrentan las mujeres, es fundamental repensar la posibilidad de hacer efectiva la iniciativa del ingreso universal, que no es una idea nueva, hay planteamientos desde hace algunas décadas al respecto y que hoy se ha contemplado como una posibilidad viable en el Congreso de la Unión, aunque de manera temporal por esta contingencia.
Si bien el ingreso universal puede caer como todo en este país en riesgo de corrupción y clientelismo, es necesario que haya un nuevo orden social menos desigual, sin violencia y sin discriminación. Además de que no se utilice para la selectividad, que lo único que ha ocasionado es que haya una verdadera segregación y que el racismo retome actitudes y adeptos para conservar sus privilegios, más no el establecimiento de los derechos humanos como una base equitativa para la convivencia y el acceso a la justicia, de la cual este país ha estado sediento desde hace muchos años.
Una nueva normalidad, implica garantizar por los gobiernos un nuevo orden social, que desestructure las violencias deslegitimándolas, para posicionar el cuidado como una acción humana y solidaria de la cual debemos estar orgullosos/as de poder llevarlo a cabo y defenderlo.
