Indagando acerca del Día del Padre nos encontramos con el mismo origen de otras festividades judeocristianas y paganas que derivan de principios del siglo XIX, en dónde al ver que había celebración a la madre se decidió establecer una para el jefe de familia, el tercer fin de semana del mes de junio.
Nada me gustaría más que en cada hogar hubiese una familia en la que el padre fuera reconocido por su responsabilidad y capacidad en los procesos de crianza, cuidados y trabajo doméstico, así como hombres sensibles y orgullosos de romper con los estereotipos machistas, violentos y discriminadores. Seguramente, los hubo y los hay, ya que hoy en día, cada vez más hay hombres, principalmente niños y jóvenes, que deciden no seguir esos pasos, porque de alguna manera han sido víctimas de esas absurdas conductas y exigencias machistas.
Romper con esos parámetros no es nada fácil, porque implica el ser criticado, señalado y posiblemente violentado hasta la muerte, la presión social que se ejerce hacia los hombres por otros hombres es verdaderamente brutal, lo constatamos a través de las razones de mortalidad, las cuales presentan un elevado porcentaje en riñas y accidentes llámese automovilístico, laboral y en cualquier otro espacio público, sin menospreciar las adicciones al alcohol, las drogas y el sexo.
Es necesario precisar que los hombres forman y educan con su ausencia y con su presencia, además de que culturalmente también construyen normas en las que sujetan e impiden la libertad de la otra mitad de la población, sí, de las mujeres, aunque también ellas los perjudican imposibilitando su crecimiento en otras áreas y aspectos de la vida, lo que muchas veces se traduce en respuestas violentas.
La masculinidad, refiere las características sociales y culturales que supone que es “ser hombre”, y lo que se espera de ser hombre, en algunas comunidades y trabajo con los hombres me decían que ellos deben ser feos, fuertes, formales, fornicadores y forrachos, que cumple con esas 5 efes, y que en cierta forma aunque como dicen será de broma, pero deja entrever que esas características justifican adicciones, padecimientos y exigencias que se suponen validan la virilidad.
Conversando con algunos hombres que se han cuestionado por qué son así, o por qué actúan de determinada manera, identifican como lo más estresante la impotencia sexual, el no contar con dinero y no poder demostrar que son capaces de sostener a una familia o más. Lo anterior, muchas veces ha llevado a los hombres a tener problemas legales e incluso haber pisado la cárcel, además de los costos que ha tenido el romper con la familia o con la o las parejas.
Sin embargo, los jóvenes varones, son fuertemente presionados a “ligar” y tener sexo a temprana edad, aunado a un fuerte consumo de alcohol y experimentación de diversas drogas, como también realizar actividades extenuantes y riesgosas, de las cuales puedan presumir y hacer alarde, porque estas tienen un valor social, pero que en realidad se trata de autodestrucción, y esto no tiene que ver con la preferencia sexual, como tampoco con el nivel educativo, etnia, nivel adquisitivo, etc.
Podrán decir que son las mujeres las que educan, efectivamente, pero la reproducción social de estos estereotipos asociados a la masculinidad, son sostenidos por los medios de comunicación, la escuela, las instituciones, las iglesias, las leyes. Las mujeres reproducen esas valoraciones porque es riesgoso no apoyar esas conductas e imposiciones, ya que pueden ser castigadas e incluso asesinadas.
Conozco a hombres que han enfrentado situaciones parecidas a la exclusión y el exilio, por renunciar a seguir esos referentes de masculinidad toxica como se dice actualmente, ser otro tipo de hombres aún tiene pocos referentes que sean valorados socialmente, algunas veces son obligados a responder de manera violenta y discriminadora porque se juzga el ser poco hombre por no tener carácter ni decisión, porque esto dista mucho del resto.
Y qué hace diferente ser otro tipo de hombre, más humano y sensible, más comprometido y responsable, al conocer estás historias de vida hay una gran coincidencia en que sus madres principalmente, los responsabilizaron desde pequeños en la colaboración dentro de las actividades domésticas, así como en el cuidado de los/as hermanos/as, así como de las abuelas/os, eran conducidos con comprensión y con sensibilidad, si lloraban eran contenidos y aceptados, los enojos y berrinches era contenidos y la escucha era imprescindible. La exigencia estaba basada en el reconocimiento de sus capacidades emocionales e intelectuales, y las expresiones amorosas no eran arrebatadas siempre consensuadas, el respeto siempre fue un elemento que se enalteció y se estableció como irreductible para la convivencia. Pedir era intercambiar en reciprocidad.
Se preguntarán… ¿Y los padres de esos hombres? Algunos se quedaron y transformaron sus vidas renunciando a lo que querían ser, algunos se fueron y otros siguieron siendo violentos de manera permanente, su presencia estaba basada en el ausentismo para generar culpa y colocarse como víctimas. Y es que está visto y comprobado que un hombre violento jamás será un buen padre, porque lo que impera es la coacción y condicionamiento de la aceptación, casi siempre por manutención, lo que hace seguir en una relación dolorosa y violenta, entre la pertenencia y la perdida, que estigmatiza, reproduce y naturaliza formas de violencia sutiles hasta las más crueles y despiadadas como la agresión sexual hacia las hijas e hijos y el feminicidio.
Reconocer que ser hombre puede ser y ejercerse de manera distinta, resulta indispensable en esta nueva normalidad, un nuevo orden social que debe generarse sin violencia y con la posibilidad de poder enorgullecerse de quien es o fue su padre.
