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Tomemos partido

“Ante las atrocidades tenemos que tomar partido, el silencio estimula al verdugo”

Esta es la frase que tomó vida el 26 de septiembre del 2020 en Morelia, miles de niñas y mujeres, tomaron
las calles para tomar partido; partido por el derecho a vivir libres de violencia, el derecho a transitar las calles
sin miedo, el derecho a ser escuchadas, pero sobre todo para dejar a un lado el silencio que le da fuerza a los
verdugos. El asesinato de Jessica González Villaseñor, se suma a la cruel realidad que mancha de rojo a este
país.
Las consignas fueron claras, “nos queremos vivas”, “se acostumbraron a decir llora como niña, y cuando las
niñas gritaron ya no les gustó”, “no tengo miedo, tengo rabia”, “si no aparezco no prendan velas, prendan
barricadas”, “nos quisieron quemar y nos volvimos fuego”, “nací para ser libre, no asesinada”, “qué mujer
importante en tu vida tiene que desaparecer para que dejes llamarnos, locas y feminazis”, “nunca tendrán la
comodidad de nuestro silencio otra vez”; entre otras frases que pintadas de rojo, verde y morado, plasmaban
la rabia, impotencia y frustración que se siente perder a una de ellas, a una de todas.
La violencia que vivimos en el país, es el reflejo de años de silencio y normalización de violaciones a los
derechos humanos de las mujeres, de sociedades apáticas y cómplices en este silencio, de autoridades ajenas
y ciegas a esta realidad, inmersas en burocracia y poca empatía.
Escuchar, leer, vivir y sentir la violencia que vivimos todos los días las mujeres en todo el País, es la realidad
que lejos de alejarse e irse transformando, pareciera que retoma fuerza y que se encona cada día más en la
sociedad.
La realidad es que muchas son las aristas que confluyen en el complejo, pero ya bien definido, entramado que
da vida a la violencia contra las mujeres.
-Es socialmente aceptada, cuando escuchamos frases como: “ella se lo buscó por salir de noche”, o cuando
decimos “se ganó ese golpe por no ser una buena mujer” y no atender a su marido.
-Es culturalmente tolerada, cuando seguimos viendo como todos los días, se siguen promoviendo los
matrimonios infantiles, los concursos de belleza que repiten estereotipos, cuando escuchamos canciones que
cosifican e hipersexualizan a las niñas.
-Es familiarmente aceptada, cuando sabes que tu hijo es violento y no haces nada, o cuando sabes que tu
hermana o cualquier mujer de tu familia la vive y prefieres decir en silencio o a gritos, “los trapos sucios se
lavan en casa” o “es la cruz que te tocó cargar”. Realidades que fomentan que la violencia familiar de enero a
agosto del 2020 reporte una cifra nacional de 143,784 casos, datos que se refuerzan cuando leemos que el
8.1% de las mujeres mexicanas experimentó violencia emocional en el ámbito familiar en el último año.
-Es socialmente normalizada cuando escuchas a las mujeres decir “yo me lo busqué”, o “ya cambiará
porque me quiere”, o decir a los hombres, “es para que se eduque”, o “es por su bien” u otras formas de
violencia física que a decir de la ENDIREH, el 34% de las mujeres en México hemos experimentado.
-Es imperceptible, invisible en algunos casos, cuando no te das cuenta de que la frase “si me dejas me
mato”, o “te celo porque te quiero”, son mecanismos de control y violencia psicológica que a decir de la
ENDIREH, el 49 % de las mujeres en México hemos vivido.

-Es un problema de educación, cuando repetimos estereotipos de subordinación en el hogar, cuando
ponemos a lavar los platos a las niñas o a hacer los quehaceres del hogar y además servirles y atender a los
hombres que habitan su casa.
-Es un problema de resistencia social y machismo cuando vemos cómo la sociedad se sigue burlando o
juzgando de las mujeres por su apariencia física, por el ejercicio de su sexualidad, por el querer decidir sobre
sus cuerpos o por la forma en la que se visten entre otras cosas. O cuando decimos o pensamos cosas como
“se ha de haber ido con el novio por eso desapareció”, o “ha de andar en un hotel” o eso se gana por
“buscona”, entre una larga lista de descalificativos que nacen desde el prejuicio y del patriarcado introyectado
en esta sociedad.
-Es construida desde la infancia, cuando sabemos que somos el primer país del mundo productor de
pornografía infantil, aportando casi el 60% de la pornografía en el mundo y que además en el 80 % de los
casos el abuso sexual infantil es cometido por un integrante de la familia. Y que cuando se conoce esta realidad
en los hogares, guardamos silencio y protegemos violadores por el hecho de que nadie se entere pues son
cosas de “la familia”.
Todas estas realidades que escuchamos, que sabemos o que vivimos, son solo algunas manifestaciones claras
de que la violencia contra las niñas y mujeres es una realidad que tiene que atenderse desde muchas aristas,
es un obligado binomio que debe de caminar de la mano como fórmula poderosa para poder frenar esta
realidad: el cumplimiento de las obligaciones de la autoridad y el apoyo y la trasformación cultural y
erradicación de estereotipos desde la sociedad. Las aristas que desde cada lugar debemos atender son claras:
-La prevención que irremediablemente debe ser desarrollada con la sociedad teniendo claro que es necesario
romper con toda esa normalización que hace que no veamos la forma en la que nos relacionamos y la forma
en la que la fomentamos desde el hogar, la escuela y la comunidad.
-La atención que requiere de instituciones capacitadas en la identificación de los derechos humanos de las
mujeres, que cuenten también con mecanismos que garanticen la sanción en caso de violencia institucional y
que además tengan claro que la atención a las mujeres tiene que ser basada en los principios de respeto,
verdad, justicia, legalidad y correcta aplicación de las leyes desde una perspectiva de género.
-La sanción, que obliga a juzgar con perspectiva de género y a hacer una revisión de la historia de vida de cada
mujer para entender cuál es su realidad y contexto.
-La legislación sensible al género, que necesariamente debe de revisar la realidad de cada territorio, no desde
el escritorio, sí desde el contexto social, económico, comunitario y sobre todo desde las necesidades de las
diferentes formas de ser mujer.
-Presupuestos etiquetados con perspectiva de género, que tengan claro las necesidades de las mujeres en
espacios y territorios determinados.
Todo esto confluyendo en el entendimiento que la empatía debe de cruzar por todas estas acciones, tomar
partido significa, reconocer la realidad, hacerse cargo de ella, reconocer las violencias, pero también nuestras
violencias, para saber dónde estamos parados como sociedad, para saber qué papel jugamos en toda esta
realidad, ¿de verdad somos empáticos como sociedad y autoridad?, ¿de verdad nos ponemos los lentes
morados de la perspectiva de género?
El silencio nunca más será la opción, porque muchos años marcó el destino de muchas mujeres y hoy ellas,
no lo permitirán más, por Jessica y todas las demás.

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