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Nudos de la vida común. Un lugar llamado felicidad

Existen tantas aproximaciones a la felicidad como personas hemos pisado la tierra. La felicidad es un anhelo humano común. No existe una sola persona, – aunque a veces algunas lo parezcan-, que se levante por la mañana con la intención de ser infeliz por ese día.

Sin embargo, la felicidad no es una emoción instantánea, sino un estado que resulta de nuestra manera personal de abordar la vida. La alegría, por el contrario, es la respuesta a un detonador que nos llena de energía positiva y nos dispone a compartir y conectar. Sin duda, la alegría abona a la felicidad y es una buena brújula, pero no es el equivalente. La tristeza nos hace conscientes de que perdimos algo o a alguien que ha sumado a nuestra felicidad; el enojo nos lanza a proteger nuestra dicha, y el miedo, a prepararnos para la misma. Todas las emociones tienen la misión de construir nuestra propia felicidad, por lo que ninguna debe ser rechazada.

De hecho, la felicidad se experimenta como una apreciación de nuestra propia vida; prácticamente es una valoración que hacemos sobre ella y que provoca un estado de bien vivir. Siendo así, lo que pensemos de la vida, determinará en gran medida, nuestro nivel de felicidad.

El asunto es que nuestro concepto de vida es un constructo aprendido y dependemos entonces, de quién y cómo nos lo enseñen. Lo preocupante es que este es un tema que se da por sentado: no se dialoga sobre el mismo en prácticamente ninguna esfera. Al ser algo tan fundamental, aprendemos del significado de la vida y la felicidad de lo que tenemos al alcance: redes sociales, programas de televisión, lecturas, música, historias y otras expresiones culturales.

Si aprendemos que la vida es un accidente biológico de dos células que se unieron azarosamente, la comprensión de la existencia potencialmente será caótica, sugiriendo que hay que navegar por ella a la defensiva.

Así, la vida entendida como algo configurado por circunstancias, creará expectativas de que deben ocurrir ciertas cosas durante ella para ser felices. De lo contrario, estaremos destinados a la desdicha.

Una idea común sobre la felicidad, es que tiene el éxito como prerrequisito. Sin importar lo que entendemos por éxito – económico, profesional, deportivo, familiar o social-, la falta de logro, es decir, el fracaso, se convierte en antónimo de la felicidad. Si el éxito es circunstancial, nuestro riesgo de no ser felices se vuelve entonces altísimo y queda fuera de nuestro alcance.

Esta perspectiva se ve magnificada en la era de las redes sociales, donde precisamente existe una presión implícita de exhibir nuestra felicidad. Nuevamente, al carecer de un marco de comprensión de la vida y la felicidad, contrastamos nuestra realidad con aquella que comparten amigos y conocidos, que obviamente muestran como perfecta, disminuyendo la valoración de nuestra propia vida, pues no se asemeja al estándar que hace ganar reacciones en las redes.

Si por el contrario, la vida es vista como un milagro, la felicidad será percibida desde el asombro, con una mayor apertura a encontrar la dicha en el momento presente sin importar el matiz de los aconteceres. Esto nos puede llevar a comprender que en la vida no nos pasan cosas buenas o malas, sino que simplemente pasan cosas y no es un asunto personal. Encontrar la paz en cualquier circunstancia, coloca la felicidad en nuestra zona de control, nuestro interior.

Como anticipaba al inicio de este nudo, la felicidad no tiene una fórmula única, y de hecho, es un concepto en evolución durante el transcurso de nuestras vidas. Sin embargo, existen investigaciones que nos dan pistas valiosas. Un estudio longitudinal realizado durante más de sesenta años, ofrece como conclusión que la calidad de nuestras relaciones interpersonales está directamente relacionada con la experiencia de la felicidad. Hay quien lo llama la capacidad de amar y la fortuna de ser amado.

Así como hablamos de la importancia práctica de enseñar finanzas, emprendimiento y pensamiento crítico a los niños y niñas, es menester recuperar la instrucción filosófica no sólo en las escuelas, sino también en los hogares y cualquier centro de formación humana. Omitir los temas profundos de la vida, es una negligencia cuyo costo es precisamente la infelicidad, propia y de nuestra descendencia.

La felicidad al final del día, es aquello que se entreteje en el devenir de la vida: los sucesos gratos y aquéllos que nos producen tristeza, dolor, miedo o ira. En esta ocasión, les invito a abrir conversaciones sobre la felicidad en los diferentes ámbitos donde nos encontremos. Necesitamos y merecemos conducir los discursos de la vida común hacia el llamado que por naturaleza tenemos a ser felices. Ojalá, estimados lectores, la felicidad no les suceda, sino que se construya en su interior e ilumine su alrededor.

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