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Nudos de la vida común. Trabajo, dulce trabajo

Segunda Parte

Dichoso el que gusta las dulzuras del trabajo sin ser su esclavo

  • Benito Pérez Galdós

En la entrega anterior nuestra conversación giraba en torno a la posibilidad de que la reducción de la semana laboral de 48 a 40 horas sea un mero instrumento electoral más que la búsqueda de la mejora de la calidad de vida de las y los trabajadores mexicanos y la creación de condiciones de prosperidad para todos. 

Dado que esta reforma sólo fue aprobada en comisiones en el periodo que ha concluido y será llevada al pleno hasta el siguiente, existe la gran probabilidad de que el receso entre ambos, sea oportunidad de calibrar qué pesa más para los partidos: ganar el apoyo en efectivo por parte de los empresarios o el de ser favorecidos con el voto directo de los trabajadores.

Las jornadas laborales abusivas desafortunadamente son una norma en nuestro país. No hay nada que defender ahí. Pero debemos reconocer que en la cultura laboral mexicana, tener leyes es insuficiente para que sean cumplidas. Por un lado, la economía mexicana descansa en las micro, pequeñas y medianas empresas, que están en un eterno estado de sobrevivencia, pues su productividad y competitividad es terriblemente baja. 

Como en México es mejor tener un mal empleo que no tenerlo, estas empresas en su mayoría, basan su modelo de negocios en la evasión del cumplimiento de los derechos de los trabajadores y el pago de impuestos. Veámoslo en números. En México, 95% de las empresas son catalogadas como micro y 4% como pequeñas, las cuales, sumándose a las medianas que representan solo un 0.8% de las empresas, generan el 72% de los empleos en el país y solo el 52% del PIB.  Es decir, no existe un equilibrio entre la mano de obra ocupada y la riqueza generada. 

Más aún, con una economía fragmentada en tantas fuentes de empleo, es poco menos que imposible que la autoridad audite el respeto a las leyes que competen a las empresas, permitiendo que cada una juegue con sus propias reglas.

Pero menos aún podemos satanizar a estos micro y pequeños empresarios, pues ellos tampoco se están volviendo ricos con sus negocios. La realidad es que en esta baja competitividad y con una economía débil como la nuestra, realmente están batallando para subsistir. En estas empresas, insisto, micro y pequeñas, – pues las grandes es una realidad distinta -, viven en la raya entre continuar y cerrar su negocio. En estos momentos, enfrentan todavía la escasez de materias primas por la ruptura de las cadenas de suministro, la falta de personal disponible y dispuesto, la alta inflación  y el aumento de la carga laboral derivada de los aumentos al salario mínimo y prestaciones sin ningún plan que les permita incrementar la competitividad y productividad para enfrentar este entorno tan complicado. Y regresemos a los números: si estas empresas no son sostenibles, lo que está en riesgo es ni más ni menos que el 72% de los empleos del país.

No  se trata de mantener a los trabajadores con malas condiciones laborales, sino que a la par de mejorarlas, también se creen condiciones de mayor prosperidad para estas micro y pequeñas empresas.  ¿Qué necesitan estas empresas para desarrollarse? Le comparto algunas ideas: 1) Elevar la calidad de la educación para que la productividad de los trabajadores deje de ser el número de horas que pasan en el trabajo y sea más bien el resultado de una capacidad intelectual más amplia, competencias laborales más desarrolladas y una cultura de colaboración, innovación y competitividad y no de rivalidad y marrullería como lo es en la actualidad – exacerbada en estos momentos por la política de descalificación desde Palacio Nacional -; 2) Acceso a financiamiento con tasas de interés saludables que permitan realmente el crecimiento de las empresas, en lugar de favorecer a las instituciones crediticias; 3) Impuestos razonables, donde el Estado deje de ser el accionista mayoritario que no aporta capital, pero que extrae la mayor tajada de las ganancias; 4) Un entorno de seguridad donde prevalece el estado de derecho y libre de corrupción, que dé certeza a la inversión privada, tanto nacional como extranjera; 5) Condiciones ventajosas para los nacionales para competir con reglas justas entre propios y extraños; y, 6) Una sociedad donde todos entramos, donde compartimos de manera consciente y digna una vida común, con un sentido de pertenencia, unidad y cooperación y no de polarización.

Nos encontramos ciclados en un círculo vicioso empresa – trabajadores. Mejorar condiciones laborales no debería estar a discusión, pues éstas no deberían ser un medio para la preservación del empleo, sino un fin en sí mismas.  Más aún, en los temas de inseguridad y violencia que a todos nos conciernen, no se ha puesto en la mesa las condiciones de vida laboral como una variable.

Las jornadas laborales tan extensas, disminuyen dramáticamente el tiempo de vida en familia, pues no solo se trata del tiempo que está el trabajador en el centro de trabajo, sino el de desplazamientos del y hacia el hogar. Esta falta de contacto con las personas significativas en la vida, merman la calidad de relaciones interpersonales y con ello, la felicidad misma.  La absorción de la vida por parte del trabajo, limita las posibilidades de desarrollo personal, pues se agotan las energías para buscar cultivarse física, intelectual y social y espiritualmente.   La falta de descanso y el desgaste emocional en el trabajo, producen irritabilidad y trastornos que nos azotan en el presente, como la ansiedad y la depresión. Todo lo anterior,  termina haciendo un caldo de cultivo para la desesperanza, la violencia y la búsqueda de opciones de vida más fáciles y con mayor compensación en el corto plazo.

Al final del día, lo lamentable, es que la discusión sobre las condiciones laborales,  sea llevada a cabo por quienes son ajenos a las realidades de los sectores empresariales y laborales, con fines meramente electorales  y donde evidentemente, no hay un diálogo que conduzca a negociaciones donde todos ganen. Por el contrario, parece que la ley más que un acuerdo ciudadano para lograr un país para todos, es una cizaña que orilla a una lucha por intereses propios ignorando el bien para la vida común.

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