lunes, 3
de marzo 2025

Nudos de la vida común. Sombras nada más

“La sombra no existe; lo que tú llamas sombra, es la luz que no ves”. Henri Barbusse

La crisis de la casa gris, más allá de un enconado pleito entre el Presidente de la República y algunos medios de comunicación, es un reflejo de la cultura de nuestro país. Los intercambios de denuncias, los pronunciamientos en defensa de uno u otro bando, las verdades a medias manipuladas para calumniar al otro, se asemejan a programas de entretenimiento popular como son los reality shows, las telenovelas, o incluso, la pasión que despierta la liga de fútbol.

Este tipo de distracciones tienen un fuerte arraigo en la cotidianidad de las y los  mexicanos. Son vías de escape de nuestra propia realidad, donde el espectador busca verse identificado con un aspecto socialmente aceptable, validando su propia bondad, y rechazando colectivamente las conductas indeseables.  Así, en un reality show, podemos condenar al infiel, al irresponsable, al mentiroso, tirando piedras para negar nuestro propio pecado y salir ilesos. En una telenovela, vemos intrigas, infamias y calumnias. La victimización se nos presenta como un valor, donde al final la víctima será redimida por la justicia, ya sea humana o sobrenatural.  En el fútbol, saboreamos el éxito que no logramos alcanzar en la vida diaria o bien, podemos agredir a quien nos impide alcanzar la victoria y mantener la dignidad intacta.

Estas fantasías nos adormecen, permitiéndonos evadir nuestra propia realidad.  Este largo pleito público por el tema de la casa gris, está alimentado de sombras.  Empezando por la sombra de los protagonistas del enfrentamiento y continuando las arengas de quienes toman partido a uno u otro lado.

Todos los seres humanos tenemos necesidad de ser aceptados y reconocidos. Durante nuestra crianza, recibimos indicaciones sobre lo que debemos mostrar a los demás para ser bien vistos y sobre lo que debemos evitar para no ser causa de reproche. Empieza una lucha por “ser buenos”, donde sometemos instintos, deseos y tendencias naturales que en la infancia son totalmente neutros e inocentes.  Creamos una máscara, una personalidad que nos funciona para recibir el aprecio de los demás: ser honesto, hablar con la verdad, ser fiel a las reglas, proteger al indefenso, procurar el bien común, esforzarse por la perfección, entre tantas otras.  Sin embargo, en la construcción de esta careta, reprimimos rasgos de nosotros mismos, que mandamos a la sombra. Cada vez que una conducta de los demás nos despierta una reacción emocional fuerte, como el enojo y la ira, estamos proyectando nuestra propia sombra. 

El problema de la sombra, es que juzgamos y tratamos de combatir en el exterior lo que está dentro de nosotros mismos. Cuando nos desgastamos e invertimos tanta energía en reprimir nuestra sombra, ésta termina por estallarnos en la cara, como ha sucedido en el evento que les refiero y que tiene ocupada la agenda pública desde inicios de febrero, y en el que todos participamos de una u otra manera. 

Lo interesante de la sombra, es que ésta se produce solo cuando hay luz.  Es decir, en cada uno de nosotros, existen ambas caras de la moneda. De hecho, la forma más fácil de identificar una sombra, es ver qué cualidad o virtud presumimos más.  Una persona que se esfuerza por ser responsable, muy probablemente tenga un área de su vida donde no lo es, y que desea que nadie se de cuenta. Alguien que se muestra paciente, seguramente pasa en su intimidad personal por momentos de agitado desasosiego.  Quien ostenta un halo de honestidad, con certeza ha conocido alguna forma de corrupción en su vida.  Si se presume mostrar la verdad, es que la mentira ha anidado en algún lugar.

En la sombra del otro, no tenemos nada que hacer.  El único lugar para combatir eso que nos incomoda, es en nosotros mismos.  Cada vez que levantamos la voz en contra del otro, es nuestra sombra pidiendo que traigamos luz a nuestra propia vida. Al negar eso que existe en nuestra propia naturaleza, no podemos trabajarlo ni transformarlo para poder iluminar nuestra vida ni la de los demás.

Esta guerra pública de insultos y descalificaciones puede tener dos desenlaces para nuestro país: el triunfo definitivo de la máxima maquiavélica “divide y vencerás”, o una transformación honesta como la del buen juez, que por su casa empieza.   En la sombra, está la oportunidad de la luz. Si los actores públicos no la toman, mucho bien haremos usted, amable lector y yo, a nuestra vida común, si empezamos a iluminar nuestra propias oscuridades.

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