Última parte
“La soledad es muy hermosa… cuando tienes a alguien a quién decírselo”
- Gustavo Adolfo Becquer
El aislamiento y la falta de relaciones personales son características de los partidarios de regímenes totalitarios. Esta es una deducción de Hanna Arendt, filósofa alemana, descendiente de judíos que logró escapar del holocausto. En su huída del mismo, se cuestionó sobre cómo habría sido posible que los alemanes abrazaran el nazismo aún cuando las atrocidades que se cometían eran evidentes. En su investigación sobre las causas del totalitarismo, llegó a la conclusión de que “quienes se sienten solos y excluidos de la sociedad, encuentran autoestima y sentido de vida entregándose a una ideología en cuerpo y alma”[1].
Noreena Hertz, a quien hemos citado anteriormente en esta serie, toma como referencia a Arendt para afirmar que la soledad es el fermento para el populismo de derecha. Sin embargo, si vemos su análisis al respecto, podremos darnos cuenta que el populismo en realidad no tiene lateralidad, no es de derecha ni de izquierda, sino de excluidos de la sociedad.
Hertz tipifica a los líderes populistas como aquéllos que se autonombran los representantes válidos frente a las élites económicas, políticas y sociales que suelen satanizar. Ella señala que los populistas de derecha enfatizan en las diferencias culturales y en la amenaza a la identidad nacional que supuestamente llevan a cabo las personas de diferente forma de pensar. Con este discurso, y con el golpe continuo a las instituciones y normas que mantienen unida a la sociedad, debilitan la cultura de la tolerancia, el entendimiento y la equidad, a la vez que avivan tensiones religiosas, sociales, económicas y raciales. Así las cosas, Hertz sostiene que las personas que viven en soledad, desean fervorosamente pertenecer a algún grupo, y que al experimentar ansiedad y desconfianza, se constituyen en la clientela más vulnerable y rentable para los demagogos. De esta forma, creen y se aferran a los discursos populistas, pues ahí encuentran un supuesto cobijo que alivia su soledad.
Sin embargo, la soledad no es la causa única del populismo, sino que la recesión económica, la división en las redes sociales, el aumento de desinformación a través de comunicaciones que surgen de cualquier parte y que circulan por mensajerías instantáneas, van haciendo el caldo de cultivo del populismo. Para Hertz, la integración a la comunidad y el fortalecimiento de la confianza con las personas que nos rodean, son los antídotos para los gobiernos totalitaristas.
Desde esta perspectiva, la soledad es un nudo de nuestra vida común. La división que estamos experimentando no solo en México, sino en el mundo, parece ser el resultado de una soledad cada vez más profunda e institucionalizada. Como mencionábamos al inicio de esta serie, la soledad no solo se trata de la carencia de relaciones interpersonales significativas, sino que también es recrudecida por la indiferencia de la comunidad y los gobiernos. La ausencia de contención física, emocional, psicológica y económica, dejan a las personas en un abismo de desamparo. Desde nuestro carácter intrínsecamente social, buscamos conexión y pertenencia. Quizás y solo quizás, la génesis de la polarización social que vivimos, no sea el resultado de la diferencia de criterios, intereses, ideales o incluso, de experiencias. Tal vez solo sea una forma de buscar ser acogidos, aceptados y protegidos, afiliándonos a grupos que nos ofrecen una ideología en la cual nos sentimos incluidos o representados.
Esto explicaría cómo los grupos antagónicos – izquierda y derecha, patrones y empleados, provida y proaborto, automovilistas y ciclistas, religiosos y espirituales o ateos, ambientalistas y negadores del cambio climático, feministas y protectorados del machismo, antivacunas y prociencia, chairos y fifís – no logramos construir diálogos para dirimir diferencias o buscar puntos de acuerdo, pues el corazón de este nudo, no es el razonamiento, la lógica o la ciencia, sino una búsqueda inconsciente de un bálsamo para nuestra soledad. Las reacciones favorables en redes sociales, quizás más que la validación de un argumento, obsequian pertenencia e identidad a quien publica.
Bajo esta lógica, nuestra mejor contribución a la recuperación de la unidad y la tolerancia y el avance en la inclusión, no son los discursos, ni las marchas, ni el activismo en redes, sino más bien nuestras acciones reales por construir comunidades a partir de un interés genuino en el bienestar del otro y donde nos aseguremos que nadie se sienta ni excluido ni solo, para que así no caiga en la seducción manipuladora del discurso populista y demagogo. Empecemos con una persona a la vez: nuestra hija, nuestro vecino, nuestro amigo, nuestra compañera de trabajo, el servidor público que recolecta los desperdicios o conduce la combi que nos traslada. No necesitamos convertirnos en su amigo o amiga, sino tan solo, hacerle sentir que no está solo, pues tenemos una vida común. ¡Feliz fin de año, amables lectores! Les agradezco su lectura y les deseo comunidad y pertenencia.
[1] Citada por Noreena Hertz, en El siglo de la soledad, capítulo 3.