Las decisiones, no las condiciones, son las que determinan quienes somos
- Viktor Frankl
Nuestra vida común está teñida de incertidumbres. En el momento presente, observamos fenómenos económicos atípicos como el derrumbe del dólar frente al peso mexicano a la par de una inflación cada vez más acelerada.
Presenciamos movimientos sociales que exigen respeto y equidad, pero que necesitan gritar y pegar fuerte para no ser ignorados. Cerramos oídos, mente y corazón y nos quejamos de que nos los abren con violencia, sin que seamos capaces de reconocer que nuestra indiferencia es parte de lo que alimenta la injusticia.
Los políticos en el poder, de todas las épocas, se han adueñado de la historia, contándola a su manera para validar su visión del presente, y con ello, garantizar su propiedad sobre el futuro de la nación.
En la impugnidad institucionalizada, no solo se fortalece el crimen organizado, sino que también se va normalizando la delincuencia local: un asalto y un asesinato, parecen ser dos opciones posibles de la misma dimensión.
En la búsqueda del equilibrio del bienestar material y el emocional, el desarrollo intelectual parece en fuga, dando espacio solo al entretenimiento y la autocomplacencia, y lo espiritual, va siendo poco a poco desterrado.
La tecnología nos sigue tomando por asalto, desdoblándose en avances cada vez más sorprendentes y llevándonos a cuestionarnos si seremos desplazados totalmente por ella.
Unos más que otros, estamos agobiados por la vida común. Unos más que otros, desesperanzados y buscando alternativas de vida menos angustiantes. Desde mi perspectiva, amable lector, la realidad tiene el color del lente con que la vemos.
Nada de lo que está sucediendo en este país, es ajeno al resto del mundo, como tampoco lo ha sido a las generaciones que nos precedieron. De hecho, no podemos sentenciar que estamos en la peor época de la historia de la humanidad, pues ha habido episodios bastante oscuros, aunque comprensiblemente, la diferencia es que es la que nos tocó vivir. Nuestro contexto son tan sólo las circunstancias que como señalética, nos dicen a dónde debemos mirar. Cuando nuestro derredor está cerrado, la única salida, es hacia adentro.
Como decía Viktor Frankl, siempre tendremos la libertad de elegir nuestra actitud frente a lo que acontece en el mundo o sobre lo que nos sucede particularmente. Podemos tomar decisiones con base en lo que nos perturba y detona nuestra ira y nuestro miedo, o bien, podemos conectar con el sentido propio de vida, y decidir desde ahí. Ahí estaremos actuando en libertad.
Si el caos gobierna nuestra vida común, es momento de regresar a casa, a lo que es real, a nuestras relaciones significativas, a nuestras capacidades y motivaciones, a nuestro propósito personal; y de ahí, volver a tejer lo comunitario en prioridades concéntricas: nuestra familia y amigos, nuestro vecindario, nuestra ciudad, nuestro país y nuestro mundo. Difícilmente podremos hacer un cambio para los demás si no ponemos primero en orden nuestro interior.
Quienes dirigen un grupo social, una empresa o un Estado desde el enojo, el resentimiento o el temor, no tienen nada que ofrecer para crear condiciones de estabilidad y mucho menos, de prosperidad, pues estarán ocupados en atraer a los demás a su vorágine personal. La única transformación real que podemos hacer es en nosotros mismos, y si lo hacemos entonces realmente estaremos contribuyendo a la metamorfosis de nuestra vida común, recuperando nuestra paz y nuestro poder personal. Así al menos, siendo un problema menos para los demás; en lo más, inspirando el cambio en los otros.