Pensar diferente no nos hace adversarios,
nos hace fuente de sinergia para el logro del bien común.
Hace tres semanas aproximadamente, el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, presentó su ensayo “La Nueva Política Económica en Tiempos del Coronavirus”. En su presentación y en el cuerpo del propio ensayo, señala que su objetivo es lograr la paz y la tranquilidad de los mexicanos.
Y hay dos puntos sobre los cuales quiero compartir una reflexión con ustedes, amables lectores.
El primero es que tristemente en esta semana vivimos en nuestro país hechos muy lamentables que están lejos de este ideal. Salió a la luz pública el asesinato de Giovanni López, trabajador de la construcción en el Estado de Jalisco, a manos de la policía, presumiblemente por el hecho de no usar cubrebocas. Independientemente de los alegatos de una conducta agresiva por su parte, se trata de un acto criminal de exceso y abuso de poder y que viola todo derecho humano.
Las protestas ciudadanas como expresión de solidaridad son un acto loable. Sin embargo, la violencia suscitada en las mismas, y de manera específica, el prender fuego a un policía durante la manifestación, son un reflejo de un enojo y resentimiento social profundo y extendido. Pero también son una muestra de que como ciudadanía, no somos mejores que aquéllos que nos gobiernan. En el ojo por ojo, nos hemos quedado ciegos.
Más lamentable aún es el hecho de que el propio presidente, quien insisto, promete paz y tranquilidad social con sus decisiones, utilice estos hechos como capital político, argumentando que el Gobernador de Jalisco no se quiso sumar a su cuarta transformación y termina con la aseveración de que quien no está con él, está en su contra, manifestando así una vez más su complejo mesiánico.
El segundo punto de reflexión es que en su ensayo, Andrés Manuel continúa con su discurso de oposición y antes de hablar de las bondades de su modelo y plantear objetivos superiores como los que pretende (bienestar, felicidad, bien común), lo fundamenta en los vicios del neoliberalismo, e incluso revive a Porfirio Díaz para exhibirlo como el petate del muerto para atemorizar a la población.
Este discurso dicotómico del Presidente, basado en el miedo y el odio, identificando a los que piensan diferente como adversarios, alienta la división entre los mexicanos, lo cual cada vez se manifiesta de manera más evidentes y trágicas, como el caso de la violencia al que hemos hecho mención.
Siguiendo con las lamentaciones, esta postura del presidente cierra la puerta a la construcción de un diálogo que edifique el proyecto de nación de todos los mexicanos. Es su proyecto y nadie más cabe en él. Al enfatizar en las diferencias, pierde de vista las muchas coincidencias entre los mexicanos: ¿Queremos democracia? Por supuesto. ¿Queremos erradicar la pobreza? Definitivamente, nos conviene a todos – la prosperidad generalizada es un factor multiplicador de la riqueza – ¿Queremos un país justo y honesto? Es una condición que precede al bienestar que todos anhelamos. ¿Estamos hartos de la corrupción? De esto último no estoy muy segura, pero considero que sí estamos hartos de sus efectos dañinos para el país.
Un buen negociador sabe que enfocarse en los intereses y no en las posiciones es la clave para lograr acuerdos donde todas las partes ganan. Por el contrario, donde uno pierde, todos perdemos.
El Presidente tiene en sus manos el gran potencial del talento y carácter de los mexicanos. Si en lugar de dividir, él convocara a la unidad, y si en lugar de magnificar las diferencias, buscara la sinergia que da la diversidad de perspectivas, realmente lograría hacer historia.
Pero más allá de lo que este personaje pueda lograr personalmente, y creo mucho más importante aún, es lo que hagamos como ciudadanos. En cada uno de nosotros está seguir por este camino de la polarización, en el blanco o negro, en el a favor o en contra, o por hacer un cambio de rumbo hacia un ejercicio realmente crítico donde dejemos a un lado las animadversiones y evaluemos con una reflexión informada y cuidadosa los matices del diario vivir de nuestro México, y busquemos en ellos la solidaridad y unidad que históricamente nos han hecho grandes como nación.
PostData: Resulta paradójico que mientras AMLO maneja una narrativa mesiánica donde se inviste a sí mismo como salvador de México, al mismo tiempo esparce un discurso de división, lo cual, para los creyentes, es tarea del diablo.