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Nudos de la vida común. Noche de ánimas

La muerte, con la potencia de un rayo de sol, toca la carne y despierta el alma.

  • Robert Browning

En la tradición mexicana, la noche de ánimas es un reencuentro amoroso entre vivos y muertos, amparado en la firme creencia de que el alma de cada persona es eterna. En estos días de celebración, las almas coexisten sin importar que aún lo hagan en un cuerpo o no.

Los vivos, preparan la fiesta con caminos de flores para guiar a los visitantes, velas para iluminar su ruta, alimentos para agradarlos e incluso música para amenizar la reunión. Los muertos traen el abrazo que consuela y acompaña, infundiendo certeza y esperanza de que siempre nos encontraremos en “el más allá”. Son fechas de nostalgia, donde la alegría que produce la reunión y la tristeza que nos ha dejado la ausencia, se mezclan en un nuevo color que difumina la sensación de separación.

Las raíces de esta tradición se encuentran en las culturas prehispánicas, donde se rendía homenaje a los seres queridos fallecidos con altares y ofrendas. Después de sellar sus tumbas, los deudos los acompañaban con una fiesta en su tránsito hacia la morada de los muertos, el Mictlán. La muerte pues, no era vista como un final, sino como el paso a la trascendencia.

No obstante, la noche de ánimas es un sincretismo de las culturas de los pueblos mesoamericanos y la católica. Los evangelizadores europeos calificaron tales rituales de satánicos, por lo que optaron por “reorientarlos” hacia prácticas más piadosas, instituyendo, el primero de noviembre como el día de los santos que han alcanzado el cielo y el segundo día de ese mes, de aquéllos que aún se encuentran purgando sus penas. Para la fe católica, el día primero, se conmemora la comunión de los Santos, en que ellos oran por sus seres queridos que se encuentran en vida, y el día dos, los vivos oran por sus difuntos para que pronto alcance la Gloria.

Sin embargo, resulta interesante que la fecha instituida por los colonizadores católicos proviene de una tradición no cristiana, sino celta y que data de los años 1200 a. C. El 31 de octubre celebraban el Samhein, un festival para agradecer el fin de la cosecha. Los celtas curiosamente, compartían la creencia de que las almas de los muertos podrían regresar a la tierra el primero de noviembre, al iniciar el invierno y por ello, esta fecha era conocida como la víspera de todos los espíritus, que en el idioma inglés, terminó por acortarse en la palabra halloween . Pero su creencia era que los difuntos podrían resucitar tomando el cuerpo de los vivos. Por ello, las viviendas de las aldeas eran adornadas con un ambiente tétrico, para que las almas que volvieran, se asustaran y no se apoderaran del cuerpo de sus habitantes. De ahí la tradición de los disfraces de Halloween.

Es así como ambas celebraciones conviven en los últimos días de octubre y los primeros de noviembre, y al igual que tantos otros temas de la vida común, lo hacen de manera radicalizada, al tiempo que comparten orígenes culturales.

Por supuesto, en la libertad de creencias, cada quien puede vivir estos días como le resuene mejor en su propia vida. Sin embargo, bien vale la pena detenernos un minuto en una similitud fundamental de estas celebraciones: la creencia en la eternidad del alma. Esta no solo es una idea que nos ayuda a manejar los sentimientos de vacío, de final, de la nada que nos produce la muerte, sino que nos da un pase hacia lo infinito, destruyendo la banalidad como un atributo de la vida y llenándola de un valioso significado que trasciende lo corpóreo, permitiendo que cada una de nuestras respiraciones tenga sentido. Hacer presentes a nuestros seres amados que ya partieron, recordar sus historias y honrarlas, experimentarlos vivos en nuestras conversaciones y en sus rasgos que siguen latiendo en actitudes, gestos y mañas de sus descendientes, nos permiten darnos cuenta de que la vida fluye como en un arroyo, a veces ancha, a veces angosta, a veces en sequía, a veces abundante, pero donde cada uno de nosotros y nosotras, somos un pequeño tramo del cauce, y que al facilitar el paso de la vida, ésta nos empapa una y otra vez.

Celebrar la noche de ánimas, es hacer nuestro ese puente entre pasado, presente y futuro y darnos cuenta de que junto con nuestros amados difuntos, todos estamos de pie en él, en la infinitud del tiempo.

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