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Nudos de la vida común. Moral fluida

Segunda Parte

Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos

y con el amor, los errores de nuestra moral

  • José Ortega y Gasset

La moral puede parecer un tema anticuado, pero en realidad, explica muchas de las divergencias que tenemos en nuestra vida común. Probablemente percibimos la moral como algo arcaico porque poco reparamos en que los parámetros de lo bueno y lo malo para una sociedad tienen diferentes matices en el tiempo y contexto cultural en que nos situemos.

La incomodidad que nos provoca el tema, surge de nuestra inercia a atrincherarnos en nuestro mundo conocido y cómodo.  El peligro de ello radica en que lejos de perpetuar aquéllos paradigmas en que confiamos, los dejamos caducar al provocar en los demás una sensación de ser ajenos a realidades diversas y por ende, creando animadversión hacia ellos.

Sin embargo, más allá de eso, el apego a una moral inmutable puede resultar en una barrera que nos impide reconocer la verdad del otro y con ello, imposibilitar la construcción de una vida común positiva.  Un ejemplo de ello es cuando quienes ejercen la profesión magisterial separan la enseñanza de la educación, abandonando la corresponsabilidad que tenemos como comunidad de formar a las nuevas generaciones en los principios que permiten nuestra sana convivencia  y desarrollo social y en su lugar, se culpa a las familias de no hacer bien su trabajo. Por supuesto que padres y madres de familia tienen la primera responsabilidad, además de una posición privilegiada, para formar a sus hijos e hijas en valores. No obstante, es necesario reconocer que las dinámicas sociales actuales hacen que muchas veces los infantes pasen más tiempo en contacto con sus maestros que con sus padres, además de que no podemos asumir que todos los adultos actuales han tenido la suerte de ser criados de forma que pudieron transitar por todas las etapas de desarrollo moral, y menos aún, cuando precisamente, los diferentes actores sociales, entre ellos, los maestros, han renunciado a su rol subsidiario en la educación de los niños, niñas y adolescentes.

Paradójicamente, ante los cambios de perspectivas de los nuevos libros de texto del sistema educativo nacional, la opinión de padres y madres de familia ha sido no solo omitida sino desdeñada. Es decir, si los niños y niñas no tienen un comportamiento adecuado es porque los papás no les enseñan valores, pero si éstos demandan ser tomados en cuenta en los valores que son manejados de manera oficial, resultan ninguneados y sospechosos de querer sabotear el sistema.  Lo irónico de esto, es que resulta un reflejo de la fase de desarrollo moral de las autoridades educativas, pues lo que muestran es un egocentrismo primitivo donde solo se asume como responsabilidad lo que conviene y ante la confrontación que incomoda, la respuesta es demeritar y descalificar públicamente al otro.

Bajo esta dinámica, no nos sorprendamos pues de que los mexicanos tomemos decisiones y posturas basadas en las recompensas que tenemos, como los programas sociales o como el ser paternados con el discurso de una autoridad política, sin cuestionarnos si eso es sostenible o si realmente atiende las causas raíz de los problemas que impiden una vida digna para todos, o incluso, poniendo en tela de juicio la propia ley o justificando los comportamientos contrarios a la ética de quienes poseen el poder, pues “el PRI robó más”, como un ejemplo.

Con un desarrollo moral colectivo anclado en el egocentrismo, seguiremos viviendo situaciones exacerbadas de violencia e inseguridad que atentan contra los derechos humanos a una vida digna y al libre desarrollo de la persona.

Como sociedad mexicana, no podemos seguir evadiendo el tema de la educación moral, ni pasarla como papa caliente entre las autoridades familiares, las civiles, las políticas o incluso religiosas, pues nos está quemando a todos. Crecer en consciencia moral no es un tema de acusar con las abuelitas, sino que precisa una estrategia unificada entre todos los actores sociales en nuestra vida común.

A pesar de lo abrumador que puede parecer este panorama, las etapas de desarrollo moral no son una definición condenatoria, sino una teoría que nos puede ayudar a caminar a estadíos más elevados, pero sobre todo más saludables, en lo individual y en lo colectivo. De eso, seguiremos hablando en la siguiente entrega. Hasta entonces. 

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