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Nudos de la vida común. Menos tiempo, más vida

Segunda parte

El tiempo es el bien del que está hecha la vida

  • Benjamin Franklin

En la edición anterior, amables lectores, hacíamos un recuento de la historia de las jornadas laborales extensas y como son parte de un círculo vicioso donde las personas somos reducidas a ser tan solo fuerza de trabajo para el mercado,  en una economía que busca la riqueza y no la satisfacción de las necesidades humanas de la comunidad. La reducción de la jornada laboral, entonces, representa la oportunidad de redignificarnos como personas compartiendo una vida común.

Continuemos desmitificando que el número de horas que pasamos en el trabajo es una relación directamente proporcional con la productividad. Cuando nuestro cerebro sabe que pasaremos una jornada laboral extensa, redistribuye la cantidad de trabajo a realizar por hora. De manera inconsciente se dice que si va a pasar más horas de las debidas en el trabajo, puede compensarla con algunas indulgencias válidas, como tomar un poco de tiempo para un café, charlar con un colega, acudir al baño, un poco de distracción en el celular o atender algún asunto personal del cual no se tendrá oportunidad de resolver porque ese día, saldrá tarde de trabajar. El resultado es que cuando se normaliza trabajar horas extras (sin paga o con ella), también se normaliza alargar el trabajo.  No es tanto que la gente sea lenta para trabajar, sino que está administrando sus energías y de cierta forma, haciéndose justicia por su cuenta ante el secuestro del tiempo de vida en las jornadas que llegan a ser abusivas.

Es decir, la improductividad que ahora padecemos, muy probablemente es el resultado de que las jornadas laborales a las que estamos acostumbrados en México y que son de las más largas en el mundo, sean el factor que la provoca.

Ahora bien, como comentábamos en la edición anterior, nuestros patrones de consumo empujan a que tanto comercios como prestadores de servicios establezcan horarios de atención al cliente muy extendidos. Para las empresas, como su interés es vender más y no satisfacer las necesidades humanas, ampliar horarios les seduce, pues hacen que la disponibilidad y conveniencia sea su oferta de valor, la cual les permite atrapar más compradores pero desdeñando en el costo humano que ello implica.

Por nuestra cuenta, como consumidores somos demandantes y buscamos que los horarios de atención respondan a nuestras necesidades y preferencias, sin pensar en cómo ello afecta a los empleados que nos atienden, quienes dejan de lado su vida para que nosotros como consumidores, la disfrutemos a nuestra conveniencia. Salvo servicios de urgencia, como consumidores podemos ordenar nuestro consumo en horarios que permitan que nuestros proveedores también disfruten de descanso y vida. Quizás algunos de ustedes, amables lectores, recuerden que hubo un tiempo en el pasado en que  las farmacias hacían un rol de guardia para dar atención nocturna, donde la población sabría acudir en caso de una emergencia, según el día del mes que se tratara. Ahora, comprar una botana o un cigarro es esa emergencia que hace que un empleado tenga un prolongado turno nocturno para satisfacer nuestro antojo.

Se trata, amable lector, de romper el círculo vicioso y ordenar el tiempo pensando en nuestra vida común, no en nuestra propia comodidad o necesidad. Si nuestra gente labora jornadas tan extensas o en horarios que le impiden su propio desarrollo familiar, físico, social, intelectual y espiritual, su calidad de vida se limita, limitando como consecuencia la calidad de vida del resto de la comunidad. La única manera de crecer como sociedad, es que todos crezcamos. La única manera de que seamos una sociedad plena, es que todos tengamos la oportunidad de serlo.

Quizás nuestros problemas de convivencia, como la exclusión, la inseguridad y la violencia,  no sean un tema de pérdida de valores, sino de ausencia de tiempo para ser quienes estamos llamados a ser. Menos tiempo en el trabajo nos abre espacios para una mayor interacción humana y para conectarnos más profundamente, lo cual nos permitiría transformar nuestra comunidad de la indiferencia al cuidado del otro; de una que usa y abusa del ecosistema natural a una que se integra a él y lo conserva.

Menos tiempo en el trabajo, menos demanda de servicios en horarios extendidos, más posibilidades de una vida en comunidad y de desarrollo personal, es lo que nos puede hacer más productivos y gozar de la riqueza que da la plenitud, desenmascarando el espejismo de que la riqueza material contiene felicidad.

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