La Generación Z en Nepal ha roto los prejuicios sobre los jóvenes, demostrando que ni son
apáticos, ni de cristal, ni solo pierden el tiempo navegando en la red.
A semejanza de lo ocurrido en la Primavera Árabe, la juventud nepalí detonó una movilización sin precedentes en contra de la corrupción, el nepotismo, la falta de empleo y el cierre del espacio público virtual, acorralando a la clase política y forzando la renuncia de su primer ministro.
Aunado a ello, lograron un consenso público para proponer y nombrar a la primera ministra interina, Sushila Karki, en un debate que logró conjuntar más de 145000 voces en la plataforma
digital Discord, popularmente utilizada por los juventudes para crear comunidades donde
comparten sus intereses, principalmente sobre videojuegos.
Permítanme, amables lectores, invitarles a dos reflexiones sobre estos hechos. La primera
es sobre el uso simplista que hemos dado a la teoría de las generaciones. Si bien es cierto
que ponerle un nombre a las generaciones nos ha permitido comprender con mayor claridad
las diferencias de comportamiento colectivos a través del tiempo, también es cierto que las
hemos usado a modo de horóscopos, etiquetando a las distintas cohortes por su fecha de
nacimiento y sin ir al fondo de cómo las experiencias compartidas van forjando sus
características, sus intereses, sus fortalezas y sus debilidades.
De manera específica, la generación Z nepalí está mostrando un comportamiento que se
asemeja más a lo que se esperaba de la generación millennial, -que le correspondía el
arquetipo del héroe- y que no sucedió. Según Howe y Strauss, las generaciones “héroe”
en su juventud enfrentan las crisis, piensan en términos de misión cívica, refundación
institucional, sacrificio y reconstrucción, tal como lo hicieron los silenciosos, quienes vivieron
su infancia y su juventud temprana entre las dos guerras mundiales.
Es decir, el carácter de una generación no está dado por su año de nacimiento, sino por los
acontecimientos que circundan su desarrollo. En este caso, la generación Z nepalí,
comparte con el resto del mundo haber crecido durante la pandemia y la crisis climática,
pero suma a su historia que nacieron en plena guerra civil en Nepal (1996-2006) y vivieron
la reconfiguración de su país en una nueva constitución en 2015.
Este entramado histórico reventó cuando el gobierno nepalí aplicó una mordaza digital,
prohibiendo la operación de 26 redes sociales, pero esto solo fue la gota que derramó el
vaso. Ese vaso estaba lleno de la corrupción que hizo que los ahorros de miles de nepalíes
en cooperativas con nexos políticos se esfumaran; del tráfico de oro y de medicinas durante
la crisis del COVID; la estafa de refugiados butaneses, y la guinda, una ley para que los
casos de corrupción tengan una prescripción a los cinco años.
La indignación por todo lo anterior, se multiplicó con la desesperación y desesperanza por la falta de empleo para los jóvenes, contrastando con los lujos en que viven los hijos de políticos de su misma edad, los nepokids, dando lugar a las protestas que, lamentablemente, cobraron más de 70 vidas en los enfrentamientos con el ejército y que culminaron con el incendio de propiedades de políticos y oficinas públicas, forzando la renuncia de políticos de todos niveles.
La segunda reflexión es que hoy las juventudes nepalíes han tomado acción por su país,
demostrando que no solo vendieron épica, sino que compraron responsabilidad. Están siendo pioneros de la era de una auténtica tecnopolítica -muy alejada de la polarización
barata que vivimos en las redes sociales en nuestro país-. En vez de aullar al viento en las
redes sociales tratando de pegarle a un avispero, la Generación Z ha generado un debate
útil en los medios digitales.
Lo sucedido en Nepal es un hito para la historia de las tecnologías de las comunicaciones, donde se torna la demanda hacia una infraestructura digital con credibilidad y con puentes legales que permitan que la ciberparticipación se convierta en los cambios sociales que demandan estas nuevas voces: transparencia dura, justicia rápida, seguridad civil y oportunidades de prosperidad.
Por supuesto, es muy pronto para cantar victoria. Este movimiento en Nepal, como todos,
puede fatigarse y regresar a escena a los operadores políticos tradicionales, o bien, puede
irrumpir eufóricamente pero ante la falta de institucionalidad, quebrarse en el corto plazo.
Pero quizás logre transformar la red en una estructura cívica permanente y recuperar la
confianza social.
Como hemos ya comentado en algunos otros nudos, esta nueva generación demanda y merece esperanza, y muy probablemente, no la estén mendigando, sino que han decidido ser protagonistas y construirla ellos y ellas mismas.