(Primera parte).
“Todo tiempo pasado fue mejor, solemos decir para vanagloriar lo que nos tocó vivir, lo que nos tocó experimentar… Las generaciones de relevo viven lo suyo y también dirán lo mismo en su momento de observar la película de la vida”. Jorge Carrión.
Existe cierto culto a las generaciones mayores. Con frecuencia, se les exalta para contrastarlas con las generaciones más noveles y hacer ver que éstas son inferiores y a veces, se les categoriza casi como una degradación social. Tal es el caso de la generación de los centennials, es decir aquéllos nacidos durante las primeras dos décadas del siglo XXI.
A estas y estos jóvenes se les ha llamado la generación de cristal, haciendo referencia a una supuesta fragilidad de carácter: una alta sensibilidad a los problemas de la cotidianidad y una necesidad constante de ser reafirmados y reconocidos. En esta edición, amables lectores, les quiero compartir algunas reflexiones sobre el comportamiento y el contexto de esta cohorte etaria, pues las generaciones que les precedemos, tenemos bastante responsabilidad en que sean como son – para bien y para mal -.
Empecemos por recordar que una generación es un grupo poblacional que experimenta hechos familiares, culturales, sociales e históricos similares durante su infancia y adolescencia, de tal suerte que tienden a desarrollar rasgos de conducta y trayectorias de vida parecidas. Es decir, las similitudes generacionales son respuestas al contexto en que crecieron, más que a un año de nacimiento. El tener una edad determinada no significa haber adquirido ciertos patrones de conducta, sino que éstos son resultados de la experiencia vivida y no se trata de una generalidad absoluta, sino de una tendencia.
En este sentido, es importante ubicar algunos de los hechos que rodean la infancia y adolescencia de esta generación. Los atentados a las torres gemelas de Nueva York dejaron claro que aún la nación que se consideraba más fuerte en el mundo en aquel momento, era terriblemente vulnerable. La crisis económica provocada por las hipotecas en Estados Unidos, hizo colapsar la economía mundial, siendo una de las primeras señales de que lo que pasa en un lugar del planeta, nos afecta a todos en conjunto. La crisis climática deja de ser una predicción y se convierte en una realidad de la que nadie se escapa, ya sea por los múltiples desastres naturales que vivimos, los altos niveles de contaminación que respiramos, la escasez de agua potable y el daño ambiental que pone en riesgo la seguridad alimentaria en el mundo. La pandemia covid19 y la guerra en Ucrania les llegan a esta generación como la confirmación de que el mundo no es un lugar seguro y que su vida no solo puede cambiar, sino que puede acabar, en cualquier momento.
Ciertamente, a cada generación nos ha tocado también vivir otros hechos equivalentes. ¿Qué es lo que hace, entonces, que esta generación se viva con tanta vulnerabilidad? La generación que los crió. La generación X creció con las exhortaciones de que la familia pequeña vive mejor y que hay que tener pocos hijos para darles mucho. Se trata de una camada que fue criada de manera desprotegida, pues en aquél entonces, los padres de familia se dedicaban disciplinadamente a trabajar y producir para mantener el hogar y para ser parte de la modernidad del desarrollo económico de la segunda mitad del siglo pasado. A los hijos se les veía como un apéndice de la familia y tenían un rol más bien accesorio.
Los X, generación trabajadora, estresada y obsesionada con el éxito, al convertirse a su vez en padres, decidieron darle a sus hijos lo que ellos no tuvieron, e hicieron caso a las invitaciones de tener familias más pequeñas. Entonces sus hijos, los centennials, crecieron con más protección y presupuesto que sus padres. ¿Hicieron mal los X? El contexto de delincuencia organizada y crímenes en el país, ameritaba tanto cuidado por los hijos. La inseguridad que se vive en las ciudades, metió a los niños y niñas a sus casas, creciendo frente múltiples pantallas, pues los riesgos a que estaban expuestos en la calle aumentaban día a día.
Los centennials interpretan tanto cuidado de sus antecesores como la culpa manifiesta por el mundo que les legaron, más que como un vínculo amoroso, pues estar protegidos no significaba precisamente una alta presencia ni conexión de sus progenitores. Por el contrario, el cuidado fue delegado a guarderías, escuelas, abuelos y vecinos, así como innumerables actividades extraescolares, que en muchos casos, no eran de fiar, dejándolos expuestos a abusos de diversas índoles.
A eso, debemos agregarle que los X ejercen un estilo de crianza mucho más relajado que el que sus padres tuvieron con ellos. Instintivamente se oponen al autoritarismo que vivieron en su infancia y optan por un dejar hacer, dejar pasar en sus hijos. La falta de límites y la ausencia de un capitán al mando del grupo familiar, más que libertad, genera inseguridad y ansiedad a la nueva generación.
Cuando comparamos las diferentes generaciones, buscamos consciente o inconscientemente, validar la nuestra y con ello perdemos de vista las virtudes de las juventudes actuales. Si me regalan nuevamente su lectura en la siguiente edición, apreciables lectores, compartiré con ustedes mi hipótesis de que esta generación es la que puede reivindicarnos como humanidad, si en vez de ver en ellos la fragilidad del cristal, nos damos cuenta de su esperanzadora transparencia. Les espero.
