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Nudos de la vida común. Las vallas de la vergüenza

“Para que una lámpara esté encendida, no debemos de dejar de ponerle aceite”. Santa Teresa de Calcuta

Con varios días de anticipación a la conmemoración del día de la mujer, los palacios de Gobierno de la Ciudad de México y de Michoacán, han sido totalmente resguardados con protecciones metálicas: las vallas de la vergüenza.

En el año 2021, solamente en la ciudad de Morelia, se  registraron un total de 700 manifestaciones en su centro histórico. Estas marchas fueron realizadas por diferentes movimientos sociales y gremios de diferente índole, pero la lucha por la igualdad de las mujeres del 8M es la que despierta temores al gobierno y lo hace generar todo un plan de protección, simulado con carteles de apoyo al feminismo. 

El argumento,  no por obedecer a una lógica simplista, deja de ser cuestionable: las pintas de edificios y la ruptura de  ventanas que han sucedido en marchas anteriores. Estas murallas de la ignominia,  más que tratar de preservar los monumentos históricos, son una confesión cínica.  Los únicos edificios protegidos son las sedes de gobierno, como si el resto de las propiedades no fueran objeto de la manifestación pública del enojo social por la falta de garantías a las mujeres. 

Justo quienes han sido contratados para regular las relaciones entre la sociedad, son quienes han hecho oídos sordos al clamor de justicia y equidad para la población femenina. Cual avestruces, esconden la cabeza para ignorar un año más lo que han dejado de hacer para proteger las vidas de las mujeres, por impartir justicia a las víctimas de feminicidio y por erradicar una cultura que propicia la violencia de género.  Sus cercas metálicas solo son testigo de la falta de compromiso y su indolencia en la construcción de una sociedad igualitaria para hombres y mujeres.

De entrada, no existe una agenda firme para promover la igualdad de las mujeres en la vida común. Los únicos avances que vimos en el último año fueron relativos a la menstruación, al quitarle el impuesto al valor agregado a los productos de protección femenina y el derecho a una menstruación digna en Michoacán, proveyendo de toallas sanitarias en instituciones educativas. 

Más bien, la eliminación de las escuelas de tiempo completo ha sido un terrible paso atrás que ha ejecutado el gobierno federal, porque además de suprimir el apoyo que recibían las familias con la alimentación de los niños y niñas en las escuelas y las oportunidades de desarrollo en el horario extendido, vuelven a limitar la posibilidad de miles de mujeres jefas de familia de poder acceder a un trabajo digno y de tiempo completo para mantener a sus familias. Porque ¿quién cree usted, amable lector, que tendrá que volver a resolver el recoger los hijos y las hijas de la escuela y atender sus alimentos y su estancia posterior? Seguirán siendo las mujeres, quienes tendrán que buscar empleos de medio tiempo o pedirle el favor a las vecinas o a sus familiares, con los riesgos que ya todos conocemos.

Hasta el momento, el gobierno de Michoacán y los de algunos otros Estados, han manifestado su intención de seguir apoyando las escuelas de tiempo completo. Ojalá que tengan ya una estrategia para financiarlo, ya que ante la problemática que se tiene con la cobertura de la nómina magisterial, se antoja una complicación más a la crisis financiera estatal ya existente.

En la construcción de una cultura de prevención de la violencia de género, el gobierno parece estar en un infinito letargo, que se contagia a las dependencias gubernamentales y donde la iniciativa privada también parece desmarcarse.  Nada ni nadie parece obligar a instituciones educativas, centros laborales, transporte y lugares públicos a implementar protocolos eficaces que protejan el derecho humano a tener una vida libre de violencia. 

Este mes de marzo, las vallas de la vergüenza han sido una salida cómoda y barata para no enfrentar la falta de responsabilidad oficial de garantizar los derechos de las mujeres. 

Las mujeres somos las primeras en desear que llegue el día que no haya una marcha más para tener que exigir igualdad y justicia, que no tengamos que pedir respeto como una limosna ni mucho menos, para ser la voz de las víctimas de feminicidio.  Mientras llega ese día, no dejaremos de ponerle aceite a nuestras lámparas, aunque quieran apagarlas con cercas y murallas.

En la siguiente edición, si ustedes me acompañan, seguiremos conversando sobre la necesidad imperiosa de la implementación de protocolos de prevención de violencia de género y cómo éstos pueden ser una herramienta clave en el logro de una sociedad más justa para todas y todos.

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