El consumidor, como se dice, es el rey… cada uno es un votante que utiliza su dinero como voto para obtener las cosas que quiere – Paul Samuelson
En los años 30 del siglo pasado se empezó a hablar de la responsabilidad que las empresas tienen con la sociedad. Sin embargo, casi 100 años después no existe consenso sobre su definición, alcance y obligatoriedad.
Existen muchas perspectivas desde las cuales la responsabilidad social de las compañías ha sido abordada en la academia y en la práctica empresarial: la ética de los negocios, la concepción de la empresa como un ciudadano más, la filantropía y el altruismo, la maximización de la riqueza, el logro del triple balance – económico, social y ambiental -, la adopción de una estrategia corporativa responsable, la atención a grupos de interés y las relaciones públicas hasta conceptos más noveles e integradores, como la creación del valor compartido y los negocios conscientes.
En cualquier caso, la responsabilidad de las empresas es un asunto voluntario y que depende del espíritu del propio fundador o dueño del negocio: de sus valores, filosofía de vida y aspiraciones. Es decir, depende del grado de consciencia social del empresario y su mentalidad. Finalmente nos encontramos en un sistema de libre empresa.
Así, resulta interesante la demanda hacia las empresas de que actúen de manera responsable y comprometida con su entorno, pues ciertamente, la libertad de ellas termina donde inician los derechos de los demás. De esta forma, una empresa no debería operar si daña el medio ambiente, si no paga sueldos justos, si jinetea el pago a sus proveedores haciéndolos caer en falta de liquidez, si pone en riesgo a las comunidades en donde se inserta, si elude su contribución fiscal y sus obligaciones laborales o si defrauda al cliente con un producto o servicio de calidad inferior.
Desafortunadamente, en una sociedad corrupta como la mexicana es escasa la vigilancia de la transparencia de las prácticas empresariales, ya sea por una burocracia cómoda que no le interesa el desempeño eficiente de su función o bien, por la compra de la voluntad de las autoridades. Y sí, señalo a la sociedad como responsable de la corrupción pues es la única capaz de detenerla: cuando dejemos de sobornar, de enorgullecernos de nuestras palancas, de acceder a beneficios personales por la vía de amiguismos o aprovechando nuestra posición, entonces podremos ir limpiando el país y empezaremos a ser una sociedad más justa y solo así, abatiremos la desigualdad.
Y lo mismo sucede con las empresas. Podemos esperar a que el empresario actúe con valores y compromiso social (lo cual no sucederá en todos los casos, ya que él o ella emanan de la misma sociedad) o premiar y sancionar a la empresa con nuestro consumo. Sin duda, si seguimos comprando a la empresa que ofrece precios bajos sin pensar en cómo lo logra (créanme, no es sacrificando utilidades, sino a sus trabajadores, a sus proveedores, a la calidad del producto y al medio ambiente, principalmente), seguirá incentivada a seguirlo haciendo, pues le da resultado.
Por supuesto, en un país en pobreza, la decisión de compra más frecuente será la que optimice los escasos ingresos familiares y no la que cuestione la ética de la empresa oferente[1].
Y es aquí donde está el nudo de esta semana. El verdadero despertar de México no está en trasladar nuestra responsabilidad individual a un político que aparentemente es distinto, pero que ha demostrado que es producto de la misma sociedad y que tiene las mismas ambiciones mezquinas que sus antecesores. El verdadero despertar de México está en la suma de las decisiones responsables de sus ciudadanos.
La buena noticia es que la salida de esta crisis, tanto en lo económico como en lo sanitario está en nuestras manos si actuamos como consumidores responsables.
Indudablemente, necesitamos reactivar la economía para evitar una pérdida aún mayor de empleos y el cierre de empresas. El Gobierno Estatal ha dado indicaciones sobre la gradualidad de la apertura de comercios y negocios, quienes seguramente estarán ansiosos por escuchar nuevamente cómo suena su caja, por lo cual pudieran caer con facilidad en la tentación de no respetar los porcentajes de aforo señalado o de permitir el acceso a un cliente y su billetera aún si no guarda las medidas de uso de cubrebocas, gel antibacterial y sana distancia.
Corresponde entonces a nosotros como consumidores la responsabilidad de acatar de manera autónoma las medidas: si encontramos el establecimiento en su máximo permitido, decidir regresar en otra ocasión, o simplemente, organizar nuestro tiempo por si el transporte colectivo va lleno, podamos esperar al siguiente sin arriesgar nuestra salud y la de los demás.
Hoy más que nunca, también es igual de importante hacer una administración sana de nuestras finanzas personales. Es momento de hacer un uso muy conservador de las tarjetas de crédito y los préstamos personales para no comprometer ingresos futuros que pueden ser muy inciertos. Si usted amable lector, es de los afortunados por tener una fuente de empleo segura y que le sigue pagando un sueldo con o sin confinamiento, organice su gasto, beneficiando con su decisión de compra a empresas pequeñas y medianas locales, que son las que van a sustentar su propio empleo y el de sus familiares y amigos. Si pertenece al pequeño grupo que ha logrado ahorros derivados del permanecer en casa, haga algunas compras solidarias que no comprometan sus finanzas y que permitan que el dinero continúe en circulación.
Desbaratar el nudo entre economía y salud no es un dilema, es una decisión de un ciudadano y consumidor responsable.
[1] Véase sencillamente el caso de las empresas de Salinas Pliego y sus abonos chiquitos y la traición a la afición del Monarcas Morelia.