“Hazme un instrumento de tu paz”. San Francisco de Asís
El tejido social de México está desgarrado y por ahí se nos está colando la violencia y la injusticia. Construir la paz, sin embargo, es una tarea de nosotros y nosotras. El tejido social está integrado por todos los individuos que pertenecemos a una comunidad, barrio, municipio, Estado, etcétera. La cohesión de este tejido está directamente relacionada con la fortaleza de los vínculos entre sus miembros.
Un tejido se forma con pequeños nudos a través de los cuales se unen todos los hilos. Un hilo que no se ata, queda flojo y crea un hueco por donde el tejido puede romperse con facilidad. Lo mismo sucede con la sociedad. Nuestras existencias se entreveran y juntos vamos creando un lienzo, que por nuestras individualidades, combina diversas texturas y colores.
En un tejido, los hilos muchas veces son retazos. Muy parecido a lo que sucede en nuestras vidas, donde la experiencia humana simplemente nos rompe. Pero esos trozos de nosotros, atados con nuestro grupo social, vuelven a tener vida y unos a otros se van fortaleciendo. La empatía y la solidaridad es lo que construye ese nuevo tejido.
Así, hilar la paz está en nuestras manos, edificando conexiones profundas y sólidas con las personas que nos acompañan en nuestro andar. No hay vida perfecta, por lo que no hay relaciones perfectas. Todos caminamos con sombras en el alma, con historias de vida que nos llevan a crear una personalidad que nos haga sentir seguros frente a los demás.
Pero quizás no sea necesario esforzarnos tanto. Es en la vulnerabilidad donde se construyen las relaciones verdaderas y es lo único que necesitamos en realidad para reconstruir el tejido social.
Pensemos en un festejo, donde amigos y familiares se reúnen para celebrar la vida. Entre brindis, bromas y recuerdos, bailan los retazos de cada uno de los asistentes. Los celos del padre de la adolescente que tiene su primer novio. El peso de una enfermedad crónica y degenerativa. El agotamiento amoroso de los padres con un hijo con discapacidad. El duelo por una hija, un hermano o un padre recientemente fallecido. La complicidad del matrimonio que ha sobrevivido al cáncer o al alcoholismo de uno de los dos. La desilusión por expectativas creadas sobre un hijo y que no son cumplidas, pues son artificiales. Las miradas de tristeza entre parejas que viven como tales sin serlo. La frustración de haber perdido un negocio o un empleo. Los sueños traicionados por haber sido abandonados antes de intentarlos. El anuncio del ocaso que viene con la jubilación.
Pero este mar de cicatrices sigue vibrando. Aceptan sus hendiduras y abultamientos y en el mutuo reconocimiento, se entretejen y crean un tributo a la vida.
Son nudos que no tienen que deshacerse, sino por el contrario, necesitan quedar bien apretados, pues son simiente de paz. Justo ahí, en nuestro entorno doméstico, es donde la calma y la concordia reconstituyen el tejido social.
Los prejuicios, la intolerancia, el individualismo y la indiferencia a nuestras llagas, producen esos huecos en el tejido que dejan pasar a la desdicha y la violencia. La aceptación, el cuidado mutuo, la comprensión y la vulnerabilidad compartida por el contrario, son fuente de paz. Anudar nuestra vida común con nuestros hilos rotos e imperfectos es nuestra contribución más efectiva para lograr la reconciliación y la armonía social, tan anheladas y necesarias, para vivir en paz y plenitud.