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Nudos de la vida común. La historia que nos contamos

El único deber que tenemos con la historia, es reescribirla.

  • Oscar Wilde

Nuestro presente está anidado en nuestra historia. El conjunto de experiencias personales y colectivas que precede nuestra vida, tienen una influencia poderosa en cómo vivimos nuestro ahora. Sin embargo, el pasado no es otra cosa que una historia que nos contamos y depende de la narrativa que hagamos de ella, si ésta nos empodera o nos limita.

Por supuesto, la historia no es meramente ficción. Existen siempre elementos tangibles que nos ayudan a reconstruirla e interpretarla y cuando hemos sido testigos de ella, también hay memorias importantes que hacen las veces de piezas de un rompecabezas. Tanto si hablamos de la historia personal, la de una comunidad o la de una nación, el relato de los eventos críticos y sus actores, siempre nos llevan a una conclusión: “por eso somos así”. Sin embargo, si bien el entendernos desde las raíces hasta el momento actual nos brinda un contexto para empatizar e incluso reconciliarnos con nosotros mismos, la lectura de nuestra historia no debería ser una justificación para limitar nuestro presente y futuro.

Por ejemplo, el hecho de reconocer en nuestra historia nacional que los pobladores de lo que hoy es el territorio mexicano fueron conquistados por la corona española hace ya cinco  siglos, no nos puede dejar en un estado de victimismo perpetuo ni con un complejo de inferioridad ni mucho menos con un resentimiento infinito. Ciertamente, hay testimonios de la barbarie que sometió a los pueblos originarios de México a la explotación y abuso en muchos sentidos en manos extranjeras. Las cosas sucedieron de manera lacerante para esos primeros mexicanos, superados en ese momento por el desarrollo de los europeos, en técnica y ambición. El tema es si detenemos ahí la lectura de la historia y continuamos como eternos mártires de quien consideramos más poderoso o abusivo, o avanzamos en el relato y recuperamos la fortaleza que proviene de haber podido recuperar la libertad y la capacidad de escribir un destino independiente que hoy nos posibilita a dialogar de frente como iguales ante cualquier nación.

El discurso de conmiseración por el pasado, por ejemplo, tan solo nos lleva a ver mandatarios y funcionarios públicos incapaces de levantar la mirada y argumentar una posición política frente a homólogos que, por su parte, siguen contándose su propia historia como un conjunto de eventos gloriosos que los inviste de potencia, aún cuando conozcamos lo deleznable de muchos de sus episodios.  La diferencia es efectivamente, cómo nos contamos la historia.

Lo mismo sucede con nuestras historias personales y familiares. De hecho, en una misma familia, un mismo evento puede ser recordado como doloroso o vergonzante para unos y empoderador y victorioso para otros. Con frecuencia, nos cuesta trabajo soltar una parte del pasado, tanto en lo grato como en lo oscuro, por temor a quedarnos vacíos, sin sentido, sin historia o sin identidad.  Pero soltar no significa olvidar ni negar, sino precisamente, no identificarnos con una narrativa que nos puede impedir vivir en tiempo presente.

Las memorias que estamos sembrando en las nuevas generaciones, son cruciales para nuestra vida común. Tanto en el ámbito escolar como en el social, resulta de gravedad cuidar los relatos con los que formamos a los más jóvenes, ya sea la historia de México, de la humanidad, o la ficción que nos ofrecen los medios de entretenimiento, pues con ellos modelamos su actitud frente a la vida y podemos constreñir o expandir sus posibilidades, y en eso, estamos apostando su capacidad de construir su propia felicidad.

Nadie está determinado por su pasado o por el de sus ancestros, pero la historia que nos contamos de ello, sí puede dibujar un margen sobre cómo y qué nos permitimos vivir. Por eso, las historias más inspiradoras son aquéllas de quienes logran vencer la adversidad y tomar su destino en sus manos.  Afortunadamente, esos testimonios de vida abundan y si nos detenemos a examinarlos, veremos que la actitud con la cual se vencen los obstáculos, proviene de cómo cada protagonista se ha contado a sí mismo su propia historia.  Ningún héroe se ha asumido irremediablemente como víctima, sino que recoge los pedacitos de sí mismo y encara eso que lo rompió. Luz y sombra son caras de una misma moneda, la diferencia es cual pongamos en la mano. 

Al final del día, no podemos cambiar la historia, pero sí la forma en que nos la contamos.

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