“…hombres y mujeres tenemos que rescatar aquellos espacios, mal considerados femeninos, que el progreso ha devaluado por considerarlos improductivos.
Esos espacios que te conectan con tu espíritu y con lo que en realidad eres.
- Laura Esquivel
No, el nudo de esta semana no es sobre hombres y mujeres, la lucha feminista ni el pacto patricarcal. Hoy le invito, estimada lectora o lector, a una reflexión sobre la dimensión social de la masculinidad y la feminidad, presente tanto en las sociedades de las diferentes naciones como en las culturas organizacionales de las empresas y de paso, como atributos integrados en la personalidad, independientemente de su género.
El prominente psicólogo social holandés, Geert Hofstede[1], desarrolló una investigación en más de 70 países durante cuatro décadas donde propuso un modelo de seis dimensiones culturales para explicar el comportamiento colectivo en diferentes sociedades.
Cada una de estas dimensiones, es una línea continua entre dos polos: distancia vs. cercanía al poder, individualismo vs. colectivismo, evasión vs. control de la incertidumbre, enfoque al largo o al corto plazo, indulgencia vs. contención y feminidad vs. masculinidad. En esta edición, nuestro foco es este último binomio, el cual, dice Hofstede, es el único que presenta diferencias significativas entre los géneros. En los demás, la actitud de los informantes dentro de su misma cultura, es más o menos uniforme sin importar si son hombres o mujeres.
Hofstede se refiere a la masculinidad y feminidad no como atributos propios de hombres y mujeres respectivamente, sino más bien a posturas culturalmente más semejantes al actuar de uno u otro género. Se trata de un constructo que obedece a la presencia de rasgos de comportamiento tanto femeninos como masculinos en la misma persona[2]. Por ejemplo, la competitividad se asimila más a un comportamiento masculino, sin que esto implique que una mujer no tenga también esta tendencia. La compasión, es un rasgo más asociado a lo femenino, pero que también existe de manera común en los hombres. Es decir, se utilizan estos términos para explicar un continuo en una serie de atributos que nos ayudan a comprender las diferencias culturales en la humanidad.
Aclarado lo anterior, les platico algunos rasgos culturales identificados con la masculinidad y la feminidad. Entre las expectativas sociales de los roles emocionales masculinos se encuentra la resistencia, la asertividad y el enfoque al éxito material, mientras que en los femeninos, la calidad de vida. Para Hofstede, una sociedad femenina es aquélla en que esta separación de roles es débil o inexistente, mientras que en una masculina las expectativas de género son marcadas por el “debe ser”.
En las sociedades femeninas, la gente busca un balance entre la familia y el trabajo, mientras que en las masculinas el trabajo es más importante que la familia y de hecho, el trabajo es un buen pretexto para desatender a la familia más no lo contrario. ¿Les suena familiar en la política empresarial mexicana?
En las sociedades masculinas, le corresponde al padre hacerse cargo de orientar opiniones y decisiones de la familia relacionadas a hechos objetivos, mientras que a la madre le corresponde guiar a los hijos por el mundo de las relaciones y de las emociones. En una sociedad femenina, ambos se hacen cargo de manera indistinta. Y esto lo vemos reflejado también en las empresas, donde las mujeres que logran “romper” el techo de cristal, ocupan normalmente cargos relacionados con la gestión de las personas o las áreas relacionadas a la ética, los derechos humanos, la sustentabilidad y el balance social.
En las sociedades femeninas, se tiene compasión por el débil y se desprecia al que se ostenta como superior a los demás, ya sea por su situación económica, su poder político o supuesta autoridad moral.
En las sociedades masculinas, se desprecia al débil y se admira al fuerte, con la consecuente discriminación e injusticia que eso conlleva. Un ejemplo claro de ello, ha sido la postura del presidente de México respecto a la candidatura de Félix Salgado a la gubernatura de Guerrero, donde ha insistido en que el poder que otorga el voto del pueblo es más importante que la ignominia, lo cual remató con su desafortunada expresión del “ya chole”, donde dejó caer todo su desprecio por las mujeres.
Otro ejemplo más, en las sociedades masculinas los hombres pelean y no lloran. En las femeninas, ambos pueden llorar pero ninguno debe pelear. Las sociedades masculinas, luego entonces, son más proclives a la guerra, la invasión y la confrontación violenta, mientras que las femeninas, a la paz.
Por supuesto, en este grupo de atributos, entran también las actitudes frente al sexo. En las sociedades femeninas, la actividad sexual tiene que ver con la relación e intimidad emocional de una pareja, mientras que en las sociedades masculinas, tiene que ver con el desempeño y el acto en sí y donde la relación puede ser incluso irrelevante.
En la investigación de Hofstede se hace un comparativo entre las distintas culturas para medir los niveles de feminidad y masculinidad. En esta medición, se encontró de manera consistente a lo largo de más de 40 años, que los países con un resultado mayor en el índice de masculinidad son Japón, Italia, China, Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos y, no se sorprenda, México, quien ocupa el tercer lugar en el mundo. En el otro extremo, entre las naciones con alto índice de feminidad, se encuentran los Países Árabes (lo cual pone de manifiesto que la misoginia no es una consecuencia de la masculinidad), Francia, Rusia, Tailandia, Costa Rica, Dinamarca y los Países Bajos. Como verá, no existe correlación entre feminidad y masculinidad con la pobreza o riqueza de las naciones. Sin embargo, si se ha encontrado una correlación fuerte entre masculinidad y analfabetismo funcional y porcentaje de la población viviendo en pobreza extrema.
En las sociedades masculinas, la pobreza se explica como la consecuencia de la pereza – el pobre es pobre porque no se esfuerza-, mientras que en las femeninas, se tiene la creencia de que la pobreza es el resultado del azar -como el código postal donde te tocó nacer-. En las sociedades masculinas, las relaciones laborales se negocian con base en el sueldo y no con la jornada laboral, mientras que en las femeninas, importan ambas cosas. Así, vemos que nuestro México lindo y querido, es uno de los países en que las jornadas laborales son las más extensas y las vacaciones más cortas.
Este modelo me da mucha claridad sobre la vida contemporánea de nuestro país. Los movimientos sociales siguen la añeja política de choque. Lo hemos visto en las luchas estudiantiles del 68 y el 71, las disputas por el poder político en las diferentes transiciones federales, el discurso antagónico en el mundo del trabajo, la ya rancia justificación de la incapacidad presidencial en los supuestos ataques de sus adversarios, hasta, paradójicamente, la lucha feminista. Todos siguen el patrón cultural masculino de México.
Dicen que decía Einstein que no podemos resolver los problemas pensando de la misma forma en cómo los creamos, y que para obtener resultados diferentes tenemos que intentar cosas distintas. No se trata de irnos al otro polo, y tratar de ser una nación totalmente femenina, pues por un lado es irreal pensar en un cambio cultural radical en el mediano plazo, y por otro, los seres humanos no somos o blanco o negro, sino los matices que se encuentran en el camino. Más bien, es momento de abrazar la feminidad social e integrarla con la masculinidad. Practicar la compasión, el cuidado del otro, la relación e interdependencia entre las personas y valorar la dignidad igual entre las personas pueden ayudarnos a reparar el tejido social y abrir espacios de plenitud para todos en nuestra vida común.
[1] https://geerthofstede.com/
[2] Tal como sucede en la biología humana, en que todos, mujeres y hombres, tenemos hormonas tanto femeninas como masculinas. De ahí la complementariedad más no dependencia, de los sexos. .