Segunda parte
“Suerte es cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y se fusionan”
-Voltaire
El querer es poder es un dicho mexicano muy popular. Lamentablemente, no solo lo utilizamos para alentar a alguien a alcanzar una meta desafiante, sino también para poner en el índice a aquéllos que no lo logran.
Sin embargo, todos y todas tenemos en nuestro haber algún anhelo que no hemos podido alcanzar o que incluso, hemos desechado, quedándonos con una dolorosa decepción de nosotros mismos. La brecha entre el logro y el deseo es algo más que entusiasmo e interés. Hay una conjugación que tiende a ser difusa, entre nuestras capacidades personales y nuestras circunstancias.
En cada uno de nosotros existen potencialidades particulares. Estas pueden ser de índole cognitivo, como los diferentes tipos de inteligencia conocidos: verbal, interpersonal, lógico-matemático, naturalista, musical, kinestésico, etcétera; o bien, conductuales como son los hábitos, gestión de la voluntad y la habilidad comunicativa; o incluso emocionales, como la capacidad de autoconocimiento y autorregulación, la consciencia de sí mismo y la lectura de las interacciones de las personas en un contexto social, entre otros.
Entre la debilidad y la fortaleza, hay un continuo mediado por talento, esfuerzo, oportunidades, guía, hábitos, limitaciones, creencias y heridas emocionales, como parte de un listado bastante amplio. Cuando estamos tratando de hacer una autoevaluación para identificar tales fortalezas y debilidades, el reto es cavar profundo para llegar a estas variables mediadoras, pues en realidad es en ellas donde debemos incidir para cerrar la brecha entre el querer y el poder.
Se trata pues, de examinar qué supuestos subyacen a nuestra voluntad que nos impiden dar el paso para desarrollar cierta capacidad. En ocasiones pueden ser simplemente malos hábitos o el tener presiones que hacen priorizar las energías y destinarlas a un objetivo diferente. En otras, son emociones que nos contraen, como la sensación intuitiva y no razonada de que el adquirir cierta habilidad o comportamiento, nos va a hacer diferentes a nuestro núcleo familiar o social y por tanto, pone en riesgo nuestra pertenencia al mismo. Una experiencia de fracaso temprano puede imprimirse tan fuerte en nuestra neurología, que nos impide volver a intentar cualquier otro esfuerzo. Más aún, el empeño en callar un dolor íntimo puede ser tan agotador que consume toda nuestra energía y achica nuestro horizonte de posibilidades.
Dedicarnos un tiempo a hacer este autoanálisis, es un verdadero regalo a uno mismo y un acto de amor propio. Identificar en lo profundo y resolver lo que decanta nuestras potencias en una debilidad o en una fortaleza, puede convertirse en una verdadera catapulta personal.
Ahora bien, para completar de manera objetiva nuestro marco de realidad entre nuestro querer y poder, tenemos que considerar nuestro ambiente y buscar en él, qué situaciones nos favorecen representando una oportunidad de crecimiento y cuáles nos amenazan, limitando el mismo. Hablando del análisis personal, este entorno tiene varias capas: la familiar, la actividad cotidiana -sea trabajo, estudio, atención del hogar-; la social, constituida por amistades, vecindario o comunidad; la política y legal, referidas como las relaciones entre conciudadanos; la económica, que en el momento presente está teñida de incertidumbre e inflación, hasta la tecnología y la calidad del medio ambiente laboral que nos rodea. En cualquiera de estos aspectos, puede haber tanto oportunidades como amenazas, pero en oposición a nuestras capacidades, no se trata de un continuo, pues son independientes a nosotros y entre sí, por lo que están fuera de nuestro control. Así que si bien la mayoría de las veces no podremos manipularlas, es indispensable conocerlas y preverlas, porque lo que sí podemos hacer, es tomar decisiones sobre cómo enfrentarlas o aprovecharlas, o bien, cómo rehuir de ellas de manera consciente.
Si ponemos en la balanza lo personal y lo contextual para saber qué tiene más peso para cerrar la grieta entre el querer y el poder, apuesto por lo interno, pues ahí residen los elementos donde tenemos control, a la vez que ahí es donde podemos tomar una decisión sobre aquello que escapa a nuestras manos. Finalmente, como afirmaba Viktor Frankl, cuando no podemos cambiar las circunstancias, podemos cambiar la actitud que tomamos frente a ellas, y aceptar el desafío de transformarnos a nosotros mismos.
Hacer un FODA personal, pues, significa ponernos frente al espejo y enfrentarnos a una autoevaluación objetiva, enmarcada por nuestras circunstancias personales e históricas. Ahí es donde podremos encontrar respuestas sobre por qué querer no nos alcanza para poder, pero también, sobre qué estrategias elegir para tomar las riendas de nuestras vidas.
Más aún, desde esta perspectiva y pasando por nuestro proceso personal, podemos alcanzar una mirada más compasiva, pero sobre todo más constructiva ante las dificultades de los demás para romper su propia barrera entre el querer y poder. Es así como cuando cambio yo, cambia el mundo.
Les espero, amables lectores, en la siguiente edición, ahora con el FODA empresarial.
