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Nudos de la vida común. Entre “compañeres” y fariseos

Mi dolor puede ser la razón de la risa de alguien, pero mi risa nunca debe ser la razón del dolor de alguien. Charles Chaplin

La intolerancia aparece como el gran defecto humano que no puede ser permitido en nuestro tiempo.  La razón de ello, es que la tolerancia es la cualidad del que puede aceptar aquello que le es diferente, según la raíz latina de la palabra, tolerantia

Ser diferentes es parte de la naturaleza humana.  Más de siete mil ochocientos millones de habitantes en este planeta lo confirman.  No hay forma de compartir un mundo común sin aceptar al que es diferente, pues terminaríamos por no aceptar a nadie, ni a nosotros mismos.

En días pasados, se hizo viral en redes sociales un video de una persona que se identifica a sí misma como no binaria, que estalla en llanto por ser llamada “compañera” en lugar de “compañere”.  El video ha sido compartido cientos de miles de veces y ha arrancado igual cantidad de comentarios, entre los que le acusan de hacer un escándalo en clase o querer imponer su ideología  y quienes aplauden su demanda de respeto a su identidad. 

Las discusiones en el ciberespacio se han acalorado. Los puristas del lenguaje y la biología critican sin piedad a esta persona.  Quienes comulgan con el movimiento LGBT+, arremeten contra los primeros por mantener una posición hegemónica. En el medio, una persona a quien han hecho objeto de una batalla desde las entrañas y que han pasado por alto su dignidad. 

Se ha juzgado la respuesta emocional de esta persona como un berrinche juvenil o como inestabilidad emocional – como si no hubiéramos pasado todos por algo así en algún momento de nuestra vida-. ¿Hasta dónde podemos llegar para validar nuestra visión del mundo y de la vida?  En ese meme popularizado, hay una persona que evidentemente está sufriendo por la marginación social que vive y que en un pseudo honor a la verdad, su dolor está siendo ignorado y hasta ridiculizado.

La intolerancia también es una virtud. Como sociedad no podemos tolerar hacer escarnio del dolor ajeno.  Esas imágenes nunca debieron salir de la intimidad del aula, aunque sea virtual.  Nadie debió atreverse a compartir esos memes y videos. Nadie debió juzgar y señalar.  El debate surgido de este evento no es otra cosa que un hostigamiento normalizado en una sociedad podrida y eso no es tolerable.  El daño a esta persona es infinitamente mayor que la lesión de nuestro idioma.

La persona es real; la lengua que hablamos, esa sí, es un mero constructo social. La gramática no puede estar por encima de las relaciones humanas, sino al servicio de ellas. Por supuesto que la belleza del lenguaje merece ser cuidada y perpetuada, pero no debemos olvidar que es un medio para comunicarnos, y no el fin. El fin siempre debe ser la persona.

Ningún lenguaje ni ninguna ideología puede atropellar la dignidad de la persona.  Caracterizar a una persona por un evento, por un rasgo físico o psíquico, por una forma de pensar es un sesgo de percepción nacido de la ignorancia de nuestra propia naturaleza,  aún cuando lo defendamos con la ciencia. Las personas somos multidimensionales, no sólo cuerpo, no sólo pensamiento.  Hablamos del reconocimiento de las emociones y de su gestión, pero manejamos con absoluta torpeza las de los demás. Y en esta ocasión, lo hicimos cual vil horda.  

En el discurso de odio, no hay espacio para la conciliación.  En la agresión al diferente, se resquebraja la vida común.  Nadie está obligado a adoptar un estilo de vida con el que no comulga, pero tampoco nadie tiene derecho a denostar al divergente.  No hay ninguna superioridad moral en la falta de compasión. Ni cuando hacemos del otro un adversario para validarnos a nosotros mismos. Eso se llama mezquindad.

Estamos viviendo una emergencia social que clama parar la polarización y terminar de una vez por todas la cultura del descarte. Pero eso, no lo va a ser el otro, es una decisión en primera persona.  Nadie sobre nadie.  Hacerse pasar por ser superior al otro es la señal más contundente de un complejo de inferioridad.  Este tipo de discursos, lejos de honrarnos, nos denigran.  Es cuando nos encontramos a nosotros mismos en el dolor del otro y nos tomamos de la mano para salir juntos del hoyo, cuando realmente somos humanos, aunque caminemos por diferentes sendas y veamos con diferentes lentes.

Tomar la bandera de la verdad y la razón no sirve de nada si no eleva al otro, si lo excluye, si lo juzgan poniéndose un halo de perfección, sino se le tiende la mano al que sufre. No nos sirven de nada si no nos hacen mejores seres humanos.

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