La democracia se romperá con las riendas tensas.
Solo podrá existir apoyada en la confianza.
- Mahatma Gandhi
La elección judicial de este primero de junio resultó un desafortunado ejercicio que lejos de fortalecer la democracia, ensanchó las grietas de nuestra vida común. Independientemente de que si usted y yo estemos o no de acuerdo con esta reforma estructural al poder judicial, esta jornada se convirtió en un foro para medir el músculo de simpatizantes y alineados al poder y de lo que creo justo llamar ya, aún en su debilidad y apatía, la resistencia.
La gran complejidad de la emisión del voto en esta ocasión la convirtió en un acto discriminatorio, no sólo porque no existieron mecanismos de apoyo para personas con discapacidad y/o analfabetismo, lo cual ya es terriblemente grave en pleno siglo XXI, sino que también rebasó la capacidad de comprensión del estándar de la mayoría de la población. De por si, en las elecciones presidenciales del 2024 quedó manifiesta la fuerza mediática en el ejercicio de los votantes: había plena claridad en el voto del poder ejecutivo en los diferentes niveles, pero en lo que se refirió al poder legislativo, hubo confusión e incluso molestia en el electorado por la cantidad de boletas y cantidad de opciones dadas las diversas combinaciones de alianzas partidistas. En aquel plebiscito, la guía del votante era su partido de preferencia, identificable por los símbolos y colores del mismo, más así no los candidatos.
En esta jornada fueron demasiadas variables que estuvieron en juego. Lo primero, la cantidad de puestos a votar y el desconocimiento generalizado de las funciones de los mismos. Comprender la diferencia entre los cargos en juego, no solo requiere un mínimo de cultura política, sino una comprensión detallada de la estructura del poder judicial. La inmensa mayoría de los votantes, emitieron su veredicto sin saber a qué le estaban otorgando su voto. Más aún, la probabilidad de que el voto que emitieron haga una diferencia en su vida, es prácticamente nula, pues la impartición de justicia de este poder no se refiere a la administración de la vida común -eso lo hace el poder ejecutivo-, ni a la legislación que regula la misma -lo cual hace el poder legislativo-. El poder judicial en esencia, administra la justicia, interpreta las leyes, y resuelve los conflictos entre los diferentes actores sociales ante situaciones específicas.
La cantidad de candidatos, por otra parte, dificultó el voto razonado, pues demandaba que la población evaluara los perfiles de cientos de candidatos, lo cual en una población que promedia una escolaridad de secundaria se antoja imposible. Con la cantidad de boletas a llenar, la asistencia a la urna demandaba si o si, llevar preparado sus votos. O sea, el acordeón si era necesario, el problema fue que este no fue una tarea realizada por los votantes, sino que fue distribuido por el partido en el poder para consumar su intención de mostrar músculo en la votación.
Por otra parte, la dinámica de votación para lograr la equidad de género terminó por hacer que el techo de cristal se convirtiera en concreto. Las mujeres solo pueden ocupar la mitad de cargos y ni uno más, cuando por décadas se consintió que las personas juzgadoras fueran en una apabullante mayoría hombres sin que nadie dijera nada. Es decir, la fuerza machista garantizó su mazo.
Por otra parte, en esta elección las personas que recibieron el voto, se convirtieron en auxiliares del INE y no pudieron cumplir con su función a cabalidad. Nuevamente, la complejidad del voto, hizo imposible que ellos pudieran contar y defender nuestros votos, así que su trabajo se limitó a la recepción y empaquetamiento de los votos, ya que el recuento, para bien o para mal, tuvo que ser absorbido por el propio Instituto Electoral, con lo cual se rompió la cadena de salvaguarda de la voluntad ciudadana y con ello, se disuelve la ya debilitada confianza en nuestra democracia.
Pero lo que resulta verdaderamente grave de este proceso, amable lector, fue nuestro comportamiento ciudadano. Como ha sucedido en tantas votaciones intermedias, la apatía de la población volvió a reinar, pero esta vez, con un poco más de razón, pues como comentaba en párrafos anteriores, el contenido de los cargos votados resulta ajeno a la gran mayoría de la población. A ello se sumó otra gran porción de la población normalmente activa en las elecciones, quienes en el ejercicio de su libertad, decidieron abstenerse como una muestra de resistencia. Sin embargo, la reforma electoral para el poder judicial quedó protegida, pues no contempló un porcentaje mínimo de votación para ser válida. Un solo voto es suficiente para que el resultado sea legítimo.
Quienes acudieron a votar, lo hicieron en una gran mayoría, me atrevo a decir, por lealtad a un personaje casi mítico; lealtad, sin embargo, alimentada por el hartazgo de la corrupción y la desigualdad. Muchos votaron con un sentimiento de revancha, como se puede leer en redes sociales; no para sentirse ganadores, sino para igualar el marcador y humillar a aquéllos que les dijeron que eran sus adversarios. Quienes no votaron, lo hicieron para no validar lo que consideran un brinco a la dictadura, pero al final del día, les dejaron todas las canicas para que jueguen solos, y con ello, apagaron su voz y la de los candidatos que se postularon con una recta intención y que cuentan con las competencias necesarias para estos cargos.
Estas elecciones, hicieron más profundas las fisuras sociales en México. Terminamos una jornada electoral más divididos que nunca. Como el tema de esta elección es incomprensible e intangible para la ciudadanía, y como tampoco acabará con la corrupción -sino más bien la institucionaliza pues la justicia ahora tiene compromisos con los votantes-, ni siquiera nos dejará hacer un análisis sobre la efectividad de la reforma electoral que nos permita reconstruir a través de un diálogo que nadie está interesado en sostener. Hoy la confianza entre nosotros y nosotras se ha escurrido en una grieta que se hizo más ancha y que nos ha arrancado uno de los principios de nuestra identidad nacional, la unidad.