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Nudos de la vida común. El síndrome del impostor

Segunda parte

Conocer a los demás es inteligencia; conocerse a uno mismo, sabiduría.

  • Lao Tse

Retomamos en esta entrega, amables lectores, el costo del síndrome del impostor en el entorno laboral y algunas reflexiones sobre cómo las empresas pueden pasar de instigadoras a sanadoras, pero sobre todo, hacerse más competitivas y productivas en el proceso.

Los síntomas que configuran este síndrome tienen un impacto directo y profundo en el desempeño  profesional de quien lo padece. Si recordamos que el 70% de la población padecemos este síntoma, veremos que la organización pudiera estar trabajando a un 30% de su capacidad humana, lo cual es una ineficiencia grave en la gestión del talento.

Por ejemplo, la inseguridad y falta de confianza en la capacidad propia puede causar demoras en la toma de decisiones por parte de los ejecutivos. La duda sobre si la decisión por tomar es la más efectiva o pertinente, puede llevarlos a hacerlo de manera errática, o bien, ante el temor de equivocarse, pueden inclinarse a tomar la opción de menor riesgo, y esta puede en ocasiones mermar la competitividad.  La falta de claridad en la estrategia de negocios y la ausencia de mentoría y acompañamiento a los directivos abonan a este síntoma. Dar claridad en el rumbo y objetivos de la empresa reduce la incertidumbre para los ejecutivos. Contar con un mentor experimentado con quien el ejecutivo pueda rebotar sus ideas en un espacio seguro aumenta su confianza en sus decisiones y su capacidad para ejecutar su rol de manera exitosa.

El perfeccionismo y la autocrítica severa que viven los impostores puede llevarlos a la parálisis, pues prefieren no cumplir la tarea a entregar algo que a su juicio, no es perfecto. Muchas iniciativas valiosas pueden quedarse atascadas en su temor a no estar a la altura de los retos y a ser exhibidos como incompetentes. Una cultura organizacional donde se ven los ejercicios de retroalimentación como la ocasión necesaria para señalar errores y culpables, con el objetivo pasivo-agresivo de que no se vuelvan a cometer, alienta este síntoma. Por el contrario, la mejor forma de crear condiciones para relajar las mentes y liberarlas a todo su potencial es fomentar una cultura en la cual el error es visto como algo natural en el proceso de desarrollo de la organización y donde no se identifica a la persona con sus desaciertos.       

El impostor tiende a adjudicar sus éxitos a las circunstancias y por ello se la pasa esperando que haya un contexto adecuado – o un golpe de suerte que ponga el viento a su favor -, para poder desarrollar una innovación ganadora. Este síntoma se refuerza cuando en la organización no se reconocen las contribuciones específicas de cada miembro. Por supuesto que es muy positivo para el clima laboral celebrar los logros alcanzados por el equipo, pues genera cohesión y orgullo compartido, pero adicionalmente, es importante señalar las contribuciones particulares de cada miembro, para hacer notar cómo el éxito es la suma de todos y no solo una circunstancia aleatoria. 

Por último y como antídoto genera al síndrome, la empresa puede adoptar una estrategia de retroalimentación continua a los colaboradores cachándoles cuando están teniendo una contribución positiva, agradeciéndoles y haciéndoles ver por que lo que hacen es valioso para la organización. No es solo decir “buen trabajo”, hay que describir que hicieron bien y cual fue el resultado. Un par de ejemplos: “gracias a que has estado llegando de manera puntual, hemos podido lograr una mayor satisfacción de nuestros clientes, pues todo está listo a tiempo para recibirlos y eso hace que confíen más en nosotros”, o bien, “cuando le ayudaste a tu compañero con ese cliente difícil, nos evitaste una situación donde sus quejas tuvieran mayores consecuencias. Con eso, cuidaste nuestra reputación y fomentaste un clima laboral de compañerismo”. Podemos quedarnos con que ese es su chamba y que para eso se les paga a los colaboradores, y no reconocer la aportación, pero si solo vemos el trabajo como una transacción comercial, nunca tendremos una ventaja competitiva sólida, pues la única diferencia real que tenemos con nuestros competidores, es la gente que crea y entrega valor al cliente, envuelto en nuestros productos y servicios.

Si bien el síndrome del impostor es de carácter multifactorial y es un tema de resolución personal, conviene a la empresa tomar acción para ayudar a sus colaboradores a al menos moderarlo. Al final del día, al tratarse de una situación tan ampliamente extendida y de cara a un mercado laboral de escasa oferta, resulta más fácil, efectivo e incluso de menor inversión enfocarse en ayudar a sanar a sus trabajadores de este síndrome que continuar con alta rotación de personal, con una baja eficiencia de la capacitación y un desempeño pobre que hará fracasar la estrategia competitiva.

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