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Nudos de la vida común. El oficio de educar

Hay dos tipos de educación: la que te enseña a ganarte la vida

y la que te enseña a vivir. 

-Anthony de Melo, S.J.

En el oficio del maestro, de la maestra, el conocimiento es solo el medio para el verdadero fin: educar. Y educar no es otra cosa que hacer salir y dar luz las potencialidades de la persona. 

¿Recuerdan, amables lectores, que en el pasado, ser maestro o maestra significaba ocupar una posición de respeto e influencia en su comunidad? El profesor era un personaje que forjaba la cultura y promovía el desarrollo social. Donde había un maestro, había esperanza. 

Sin embargo, parece que en el presente las cosas han cambiado un poco. Si bien en México la estructura burocrática de la educación ha permitido dignificar el trabajo de las y los maestros, brindándoles una merecida y necesaria seguridad y estabilidad laboral, también ha sido una coladera por la cual muchas personas huyen de un ambiente socioeconómico adverso, de la pobreza misma, lo cual aún siendo una aspiración legítima, se convierte en un atentado social cuando se carece de vocación y el único incentivo es precisamente garantizar la vida propia. Por supuesto, todos tenemos derecho a buscar nuestra mejor opción de sustento, pero no tenemos derecho de usurpar el de los demás a desarrollarse a través de la educación.  El docente que diga que en la escuela se enseña y en la casa se educa, más le valdría renunciar a esta profesión. 

Y no es que se trate de anular las responsabilidades de los padres y las madres de familia, sino de asumir la trascendencia de un maestro en toda su dimensión. 

Tomemos por ejemplo la etapa de la adolescencia. Es un momento de la vida donde la tarea de los niños y las niñas es abrirse al mundo fuera del hogar, y poner a prueba todo lo aprendido en casa, ya sea para comprobarlo, ya para ajustarlo al contexto que le toca vivir. Es muy probable que busquen probar las tesis de sus padres y madres y por ello, ellos serán a  quien menos escuchen. Hasta cierto punto, eso es lo normal en la etapa del proceso de encaminarse a la edad adulta.  En ese momento, el nuevo referente adulto son sus profesores, a quienes no solo escucharán, sino también verán y probablemente hasta imitarán. El impacto de un buen profesor del nivel de preparatoria puede definir no solo que el estudiante continúe en el nivel superior, sino incluso, influirá en la carrera que elija… para el resto de su vida. 

Un profesor, una profesora, significa también esa segunda opinión que valida al infante o al adolescente, más allá de sus padres, ya sea para reforzar su aprecio sobre sí mismo, o bien en muchas veces, para descubrir sus virtudes y su propio valor.  Un profesor abre espacios insospechados de autoconocimiento. 

Enseñar, pues,  es un oficio eminentemente humano.  Se  trata de establecer un vínculo para poder inspirar. Se trata de ver a la persona, no a una matrícula. Es una relación donde estudiante y maestro abren una ventana de sus propios mundos, a través de la cual conversan sobre el conocimiento y sobre la vida. 

La educación es sin duda un proceso de dar y recibir. Un maestro para poder enseñar, tiene que creer en el valor del aprendizaje, especialmente, su propio aprendizaje. No solo se trata de actualizarse en su disciplina, sino en el mundo que compartimos con nuestros estudiantes, que no es el mismo con el que nosotros crecimos. Es una tarea de dejarnos tocar sus realidades para tener una mayor comprensión de las mismas y así dotarnos mutuamente de herramientas para navegar la vida con mayor plenitud. 

Es, además, un mudo trabajo en equipo. La educación de una persona es el resultado de las diferentes influencias que dejan cada uno de los maestros que se van teniendo en la vida.  Entre todos se construye a una persona, a través de acuerdos implícitos y con expectativas nunca evaluadas. Muchas veces, el docente desconoce el impacto que pudo tener en una persona, tanto para bien, y preocupantemente, como para mal.  

Más aún, el poder transformador de la educación hace que la labor de las y los maestros trascienda a los estudiantes. No solo a través de ellos, sino también en su relación con sus familias, su comunidad y el sector productivo, los profesores inciden en la forma en que una sociedad se moldea. El impacto de un maestro no es una jornada en el aula, sino el color del cual se tiñe nuestra vida común. 

Es bien debido, pues,  celebrar el oficio de educar y más aún dar testimonio de gratitud a todos ellos y ellas que poniendo corazón, mente y entrañas, delinean para nosotros una ruta de florecimiento para nuestro mundo y una oportunidad para la paz. 

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