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NUDOS DE LA VIDA COMÚN. El duelo en el trabajo

“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd”. Alphonse de Lamartine

La muerte de un compañero del trabajo es uno de los dolores más callados y más ignorados que existen. Es una pena que ni siquiera se intenta sanar, sino que solo se le deja morir, esperando que el tiempo la ahogue.

Se nos ha dicho que el trabajo es solo eso, trabajo, y que las emociones no deben mezclarse con él. Se ha construido toda una apología alrededor de la inteligencia emocional en el mundo laboral. Sin embargo, con frecuencia se le distorsiona y se entiende como el dominio represivo de las emociones, o bien, el desapego de las mismas, como si fuera posible no sentir.

En nuestro sistema de vida actual, las personas pasamos la mayor parte de nuestro día en el trabajo, lo cual resulta de manera natural en la creación de lazos de afecto con algunos compañeros. Finalmente, se convive con ellos de manera intensa, pues no solo se comparte un espacio, sino la cotidianidad de nuestras vidas.  En algunos centros laborales, se comparte la comida y el momento de descanso, pero sobre todo, objetivos, logros y frustraciones.

Nuestros compañeros de trabajo son testigos de nuestro desempeño laboral, el cual es una expresión pura de nuestro talento, de nuestra creatividad, de nuestra esencia, así como de nuestras debilidades y desafíos personales. Con ellos combinamos nuestra energía y habilidades para crear algo juntos; a veces, con entusiasmo y otras, con renuencia.  Nuestros compañeros de trabajo conocen facetas de nosotros que con frecuencia son desconocidas por nuestro círculo más íntimo. Ellos y ellas, comprenden con claridad lo que se vive en la empresa, conocen a aquélla persona con la que no congeniamos, aquél encargo que nos dieron sin que nos correspondiera, aquél reto que no logramos superar y aquél otro que se convirtió en victoria.

Esta convivencia cercana, con frecuencia crea amistades de por vida. Hay compañeros de trabajo que tienen una influencia profunda en nuestro desarrollo personal y profesional. De los más experimentados, se aprende la forma de trabajar en la empresa, de ellos absorbemos la cultura de trabajo y el saber movernos por los procesos que se han establecido implícita o explícitamente. Alguno quizás se convirtió en nuestro mentor o nosotros en su hijo laboral. Con otros, la relación llega a ser profunda, y se convierten en nuestros confidentes y consejeros gracias a los cuales navegamos por nuestras complejidades humanas.

Por todo ello, cuando un colaborador fallece, se produce un impacto duro en el ambiente interno de la empresa. Hay muchos dolientes reunidos, que al no ser familiares, reprimen la pena y se concentran en el trabajo, pues se nos dice que el centro laboral no es un lugar para lamentaciones. Pero regresar del sepelio, y ver la silla vacía, cambiar la contraseña de su computadora para acceder a la información o para que alguien más la utilice, lavar la taza donde tomó su último café, son acciones que causan heridas silenciosas.  Simplemente, no se puede solo pasar página y esperar a su reemplazo, porque como de toda persona, sencillamente, no lo hay.

Por supuesto, la empresa no tiene obligación de atender el duelo de los colaboradores que han perdido a un compañero. Sin embargo, la empatía, la compasión y la solidaridad institucional pueden ayudar a transitar por su pena a estos dolientes invisibles. Sencillamente, se trata de tener gestos humanos, como el permitir símbolos del duelo – un moño negro, una veladora encendida o alguna imagen según la fe del fallecido o de sus compañeros -. También resulta importante, dar un trato respetuoso y sensible de las pertenencias del fallecido y comunicar de la misma manera su deceso al resto de la empresa y a las personas externas que tuvieron relación con ella o él.

La demostración de apoyo de la empresa a los familiares del compañero que ha partido, facilitando trámites laborales, resulta un consuelo también para los colaboradores, pues al ver que se trata de mitigar el dolor de la familia, en mucho se alivia el propio.

Es importante que la empresa reconozca que la muerte de un colaborador, deprime temporalmente la productividad de su departamento o área de trabajo, ante lo cual la mejor respuesta, es una paciencia activa que permita a los compañeros procesar su pérdida y enfocarse nuevamente en el trabajo.

Ahora que si la causa de muerte fue un accidente o enfermedad laboral, las heridas entre los compañeros se convierten en llagas profundas, que generan resentimiento e incluso desprecio hacia la empresa.  En tan lamentable caso, la empresa debe diseñar toda una estrategia de recuperación de la confianza de sus colaboradores, apoyándolos en su duelo, comunicando las acciones que emprenda para apoyar a los deudos y realizando los cambios necesarios para garantizar la no ocurrencia de una nueva fatalidad.

La muerte es un hecho humano que reparte dolor más allá del circulo familiar. Tiene un efecto expansivo que abrasa a esa otra familia, los compañeros del trabajo, cuyo duelo es real y necesita ser reconocido, darle tiempo y espacio, pero sobre todo, humana compasión.

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